En 1964, Robert Mark Kramen era un adolescente que vivía en Nueva York. Una tarde una banda juvenil, una patota, lo encerró en un callejón y le dio una buena paliza a ese chico flaco de 17 que iba con varios libros bajo el brazo. El saldo: un ojo cerrado, algunos cortes, varios chichones, moretones y un tremendo miedo. Al día siguiente, el adolescente que quería ser escritor, se anotó en una academia de artes marciales que quedaba cerca de su casa. Quería aprender a defenderse. Pero ese primer intento fue fallido. El maestro, un ex marine, les enseñaba a ser agresivos y alimentaba el odio y la bronca de sus alumnos: quería convertirlos en máquinas voraces de sangre. Kamen cambio de academia. Comenzó a estudiar karate con un maestro, un sensei, japonés que casi no entendía el inglés. Era apacible pero firme. El maestro de este maestro era célebre en el mundo de las artes marciales. Y con el tiempo su nombre, más que célebre, se volvería inolvidable: Chojun Miyagi.
El origen del clásico
Más de 15 años después, con Kamen ya convertido en guionista de Hollywood, el productor Jerry Weintraub lo contactó para escribir una historia. Weintraub estaba detrás de algún argumento que pudiera remedar (replicar) el fenómeno de Rocky. Una historia de superación, de dar la talla en un deporte violento, con dosis de orfandad y aprendizaje. En esa búsqueda había comprado los derechos de un artículo periodístico que contaba la historia de un chico hawaiano que a los 8 años sufría el acoso de sus compañeros de escuela. Para evitarlo comenzó a estudiar karate y terminó convirtiéndose en cinturón negro (y logrando que nadie más lo molestara).
Cuando Kaplan escuchó el relato supo que podría hacer algo con él; recordó su propia historia y mezcló ingredientes de ambas. El resultado: Karate Kid, un clásico que acaba de cumplir cuarenta años.
Y si el modelo a seguir (imitar) era Rocky por qué no ir a buscar a John Avildsen, su director (ganó el Oscar por la primera entrega de la saga de Stallone). Avildsen era un hábil artesano que lograba contar historias con corazón. Era muy bueno creando escenas icónicas con pocos elementos, sin efectos. Él, necesariamente, debe haber percibido que Karate Kid pertenecía al linaje de Rocky. Y tal vez, más allá de su habilidad y su oficio, lo distintivo de este proyecto para él no eran el karate, ni la rivalidad, ni las enseñanzas, sino los puntos de separación que pudiera tener con Rocky. Avildsen sabía que podían tener un aire familiar pero también conocía dónde residían las principales diferencias y el núcleo de cada historia.
La producción se enfrentaba a un gran desafío: el casting. La elección de los actores era vital para que la historia tomara vuelo, para que fuera verosímil para el espectador.
Para el papel principal se barajaron los nombres de todos los actores jóvenes del momento. Varios que luego se convirtieron en súper estrellas estaban comenzando sus carreras. Tom Cruise, Nicholas Cage, Emilio Estevez, su hermano Charlie Sheen, Robert Downey Jr, Sean Penn. Todos fueron considerados. El papel lo obtuvo Ralph Macchio. El productor se convenció que lo tenían que llamar luego de salir de ver The Outsiders, la película de Francis Ford Coppola.
Al terminar la primera audición con John Avildsen, el director le dijo: “No te puedo asegurar nada en este momento, pero si fuera vos iría corriendo a tomar clases de karate”.
Clases de karate
Macchio no sabía nada de karate y tenía 22 años pero eso no fue un problema para que encarnara a Daniel LaRusso (el nombre original del personaje era Daniel Webber). Su cara de nene lo ayudó a obtener el rol.
Había que buscar también a Johnny Lawrence, el rival de Daniel. Luego de varias jornadas de audiciones eran varios los candidatos pero ninguno terminaba de convencer a John Avildsen. Hasta que entró a la sala William Zabka. Hizo su escena con tanta energía que una de las patadas que lanzó abrió un agujero en la pared de la oficina. Al terminar, caminó hacia el director, lo levantó de la silla tomándolo de las solapas y le gritó en la cara que él era el actor indicado para ese papel y salió pegando un portazo. A los pocos segundos reingresó con una sonrisa y se sacó la vincha. Y con extrema amabilidad, casi con suavidad, agradeció por la oportunidad y dijo que todo lo anterior era lo que Johnny Lawrence era capaz de hacer, que él podía conferirlo de esa fuerza. Alguien del equipo objetó que era demasiado grande físicamente para luchar contra Macchio, contra el Karate Kid. Zabka respondió a toda velocidad: “Bruce Lee derrotó a Kareem Abdul Jabbar” (en referencia a Game of Death, la película de 1973). En ese momento Avildsen le confirmó que había sido elegido para el papel.
El primer candidato para interpretar al Señor Miyagi era la elección más obvia y segura posible, Toshiro Mifune. El actor japonés, el intérprete de los clásicos de Kurosawa y favorito de Hollywood. Los productores buscaban una cara conocida pero principalmente un actor dramático. Sabían que en ese maestro sereno, sabio e implacable residía gran parte del secreto y equilibrio de su historia. Y Mifune con sus guerreros, ronins, samurais y almirantes en medio de las peores disyuntivas bélicas, con su intensidad interpretativa podía brindarle tridimensionalidad al maestro. Pero entre su escasa fluidez con el inglés y que no veía el proyecto como algo más que un pasatiempo, Mifune decidió desechar el ofrecimiento. Había que buscar otro actor.
La elección del señor Miyagi
Pat Morita fue al primer casting con muchas expectativas porque sabía que era uno de los muy pocos actores de origen oriental con un lugar en Hollywood. Luego de la prueba se mostró conforme y confiado. Lo que él no sabía es que los productores desistieron de contratarlo apenas lo vieron. Si el modelo buscado era Mifune y su prestigio, Morita se ubicaba en las antípodas. Era un comediante y ese prejuicio con el que llegaría el espectador, suponían, le quitaría verosimilitud al personaje.
El otro inconveniente era que a Morita, todo lo referido al karate le era ajeno. Su desconocimiento sobre el arte marcial era absoluto. Cuando le plantearon esta cuestión, el actor se ofendió, y con sentido común respondió: “Ustedes no necesitan un campeón mundial de karate. Sino un actor y eso es lo que soy yo desde hace décadas”. Años después afirmó que el no saber nada de karate y haber sido tan convincente como maestro de ese arte marcial indicaba cuáles eran sus dotes actorales.
El último obstáculo que debió superar fue su edad. Morita, aunque en la película parecieran más, solo tenía 53 años. Y lo que el estudio pretendía era un actor de mayor edad para que diera la imagen de sabio que el guion requería.
Los castings que realizaron los responsables del film no fueron fructíferos. Ante los sucesivos fracasos, llamaban a Morita para una prueba más. Pero en cada ocasión había algo que no los terminaba de conformar. El actor tuvo que superar cinco audiciones hasta ser finalmente el escogido.
El director John Avildsen, un veterano y sólido artesano, sabía que Morita podía rendirle. Que su pasado como actor de comedia y de stand up no serían un obstáculo. Avildsen ya había demostrado en Rocky que podía darle carnadura a una historia sin caer en lo solemne. Con Burguess Meredith, que había sido el Pingüino del Batman televisivo, había conseguido construir un convincente Mickey. Por lo que Morita le parecía ideal para llevar adelante al Señor Miyagi.
El modelo que los guionistas tenían en la cabeza al cincelar a Miyagi fue Fumio Demura, un karateca japonés. Demura se instaló en Estados Unidos a principios de los setenta, luego de una larga trayectoria en Japón. En Estados Unidos fue un gran difusor del karate, instaló varios gimnasios y escribió una decena de libros. No solo se inspiraron en él para construir al maestro sino que Demura cumplió varios roles en el film. Fue el que preparó a Morita, fue el consultor para las escenas de karate y también ofició de doble del actor en las escenas en las que debía vérselo en acción.
Para la película Morita incorporó su nombre de nacimiento al artístico por pedido de la producción, que quería reforzar su pertenencia oriental como si su fisonomía no fuera suficiente; un subrayado étnico. Así que en los créditos pareció como Pat Noriyuki Morita.
La disputa por el amor de Elisabeth Shue
Karate Kid fue la primera película en la que actuó Elisabeth Shue. Aunque a esa altura era bastante conocida por el público norteamericano. Era la protagonista de una serie de avisos de Burguer King en la que gracias a su belleza y dulzura se había convertido en la America Sweetheart de esos años.
La película le trajo muchos beneficios a Ralph Macchio. No sólo le dio una carrera y un personaje memorable (que sigue usufructuando en la serie Cobra Kai que ya lleva seis temporadas), fama y varios contratos suculentos. Al fin del rodaje la producción le regaló el trofeo que Daniel LoRusso levanta tras ganar el torneo. Le dieron otro regalo costoso: el auto amarillo de Miyagi, el Ford Super De Luxe de 1948. Se lo merecía por haber pulido y encerado tanto su chasis.
Otro punto de conexión con Rocky es la canción principal, You’re The Best de Joe Esposito. Cómo toda buena película de los ochenta, Karate Kid necesitaba su hit pop y poderoso. Les costó encontrar la canción adecuada hasta que se enteraron que Stallone había liberado esta canción que originalmente había sido compuesta para Rocky III; fue desechada cuando apareció Eye Of Tiger. Avildsen no dudó, al enterarse que estaba libre, de apropiarse de You’re The Best.
Desde las primeras versiones, el título estuvo claro. Era un buen resumen, tenía musicalidad y cierto impacto. A todos les gustaba. En realidad, a casi todos. A medida que avanzaba el rodaje, Ralph Macchio insistía para que buscaran otro, hasta realizó algunas sugerencias. Decía que no le gustaba, que le parecía zonzo. Pero lo cierto es que Macchio sabía que si la película tenía éxito, el título se convertiría en su apelativo. Todos lo conocerían como el Karate Kid. No se equivocó.
Ninguno de los actores principales sabía nada de karate. A los chicos le pusieron como instructor a Pat Johnson, un hombre con experiencia en Hollywood. Era amigo de Chuck Norris y había trabajado con Bruce Lee. Johnson ocupó tres roles diferentes en la película. Entrenó a Macchio y Zabka, fue quien coreografió las peleas y además aparece en pantalla como el árbitro de la pelea final.
La toma mítica que no era de karate
Johnson tuvo una discusión con Avildsen. Se oponía al Salto de la Grulla. Y mucho más a que sea el golpe definitorio. Insistía con que esa patada no existía en el karate, que si alguien lo hacía en medio de un torneo sería descalificado, que era imposible poder dar un golpe de esas características en medio de un combate y que la falta de equilibrio (o ese equilibrio inestable) le quitaba potencia a cualquier ataque. Agregaba que las manos en esa posición no servían para nada y abandonaban toda pretensión de defensa, una guardia abierta e inútil. Al director poco le importaban los purismos; cómo prueba estaban las escenas de combate de Rocky, boxeadores sin guardia, girando en el lugar como un trompo luego de ser golpeados, resucitando varias veces por round. Avildsen sabía que tenía una gran escena con el entrenamiento de ese golpe en especial, una elipsis perfecta de la evolución de su personaje y, por supuesto, un gran momento para el final, la tensión exacta para el clímax de la historia. Así fue como el director desoyó a su especialista.
Otra decisión de Avildsen que fue disputada por el estudio fue la de la escena en que el Señor Miyagi se emborracha. Los directivos querían quitarla, sostenían que detenía la acción y que estaba fuera de tono en una película de ese tipo. El director se mantuvo firme y les dio un argumento que no pudieron rebatir. Les dijo que por esa escena, Morita iba a conseguir una nominación al Oscar. Al año siguiente, Pat Morita fue nominado como mejor actor de reparto en los premios de la Academia.
El estudio nunca creyó que tenía un tanque entre manos, no esperaban que la película hiciera una gran performance en la taquilla. 1984 fue un año prolífico en tanques de taquilla. En los primeros meses aparecieron Los Cazafantasmas, Gremlins, Indiana Jones y el Templo de la Perdición (para fin de año llegó Un Detective Suelto en Hollywood). También en esas semanas se estrenaron Despedida de Soltero y Súper Secreto entre otras. Para Karate Kid, con su discreto presupuesto de 7 millones de dólares, parecía imposible hacerse un lugar entre ellas. Pero el underdog, el contendiente al que nadie tenía en cuenta, sorprendió. Se convirtió en un éxito enorme. Recaudó más de 100 millones de dólares sólo en Estados Unidos.
Después vinieron dos secuelas, una remake con Jackie Chan y Cobra Kai, la serie que llegó a la sexta temporada.
Furor por el karate
Más allá de su recaudación, la película se convirtió en un fenómeno que revitalizó el karate como disciplina, tuvo a niños por todo el mundo usando vinchas y creyéndose guerreros orientales, permeó frases al habla popular e hizo a millones pararse en una pierna, con la otra encogida y los brazos en una posición incómoda, antinatural, para pegar un salto y lanzar una patada en tijera (para no hablar de quienes intentaron, infructuosamente, atrapar una mosca con dos palitos chinos).
Sin importar cuántos años hayan pasado, ni cuántos vayan a pasar, siempre recordaremos a Daniel LaRusso escuchando, incorporando las enseñanzas, caseras, cotidianas y milenarias que le brindaba el Señor Miyagi: “Lijar, pulir, encerar”; “Pintar la cerca, arriba, abajo”; “Pintar la casa, de lado a lado”.
Hay muchas escenas memorables, que quedaron fijadas en los espectadores. La del entrenamiento del Salto de la Grulla, la de las moscas y los palitos chinos, la de los esqueletos y por supuesto toda la secuencia del torneo y, en especial, la escena final.
Alguien puede decir que se trata de una película sobre karate; otro sobre un chico que sufre acoso y bullying de sus compañeros y enfrenta la situación. Nosotros preferimos seguir aquello que alguna vez señaló la guionista Carolina Aguirre: Karate Kid es una película sobre un maestro y su discípulo. Es sobre el poder transformador de un maestro, de la enseñanza; muestra como maestro y alumno crecen a la par y se retroalimentan. Ese es un género invencible y siempre emocionante.