Hay un colegio en Medellín donde los actos cívicos los encabezan los himnos de Colombia, Antioquia y Venezuela. ¿Venezuela? Sí, en las fechas especiales suenan las notas de ¡Gloria al Bravo pueblo! y lo más sorprendente es que se forma un coro que lo canta emotivo, como si la fuerza de sus voces saliera de las mismas entrañas.
Donde esto ocurre es en la Institución Educativa Héctor Abad Gómez, en todo el centro de la ciudad. De 2.700 alumnos en total, los migrantes del país vecino corresponden más o menos a una tercera parte, lo que en números concretos equivale a 865 jóvenes, niñas y niños, y se destacan en ese crisol de diversidad donde hay cabida también para una gran cantidad de indígenas, afros, deportistas de alto rendimiento, población LGBTIQ+, víctimas de la violencia y hasta reincorporados de grupos armados.
Se trata, sin duda, del colegio con más estudiantes venezolanos en la capital antioqueña, seguido por el Joaquín Vallejo Arbeláez, el Marco Fidel Suárez, el Vida para Todos y el Francisco Miranda, según un ranking de la Secretaría de Educación distrital.
El día que EL COLOMBIANO visitó el colegio, muchos alumnos de primaria no recordaban la fecha en que se celebra la independencia de la República Bolivariana de Venezuela. Sin embargo, Victoria Pérez, una estudiante de grado once de 18 años, respondió sin titubear que es el 5 de julio. Aseguró que, cuando escucha el himno de su país en esas fechas especiales, se llena de nostalgia.
Además, dijo que ha visto llorar a más de uno de sus coterráneos en esas ocasiones. “Es algo muy duro cantarlo fuera de nuestro país”, apuntó, pero agradece que los tengan en cuenta.
La primera estrofa de ese himno reza así: “Gloria al bravo pueblo/ Que el yugo lanzó/ La Ley respetando/ La virtud y honor. / ¡Abajo cadenas! (bis)/ Gritaba el Señor (bis)/ y el pobre en su choza/ libertad pidió/ A este santo nombre (bis) / tembló de pavor / el vil egoísmo/ que otra vez triunfó”.
La historia de Victoria y su familia no dista mucho de las de cerca de 2,9 millones de venezolanos que han migrado hacia nuestro territorio desde que empezó a manifestar la crisis política y económica en su nación.
Ella recuerda que no se enteraba de los supermercados vacíos, ni le faltó nunca nada porque su padre y su madre siempre trataron de mantenerla al margen de las penurias, pero era evidente el ambiente de zozobra que se vivía en Caracas, donde residían.
“De ese entonces no me acuerdo mucho porque era muy pequeña y mis padres siempre trataron de no mostrarme el lado feo, pero perdí prácticamente un año escolar porque duré como cuatro meses sin ir al colegio debido a que no podía salir de mi casa por todas las manifestaciones que se vieron”, apuntó.
La empresa donde trabajaba su mamá cerró y les dijo a sus empleados que iba a plantar bases en Bogotá. A los tres meses la llamaron para ofrecerle que se viniera a trabajar de nuevo con ellos y no lo pensó dos veces en medio del clima de incertidumbre que percibía a su alrededor.
El aterrizaje fue en diciembre de 2018, en Bello, donde ya había venido a parar el hermano mayor de Victoria, que emigró tres años antes que ellas, cuando empezaban a hacerse más palpables los visos de la hambruna. En 2019 ella comenzó a estudiar en ese municipio del norte metropolitano, pero unos meses después se mudaron todos al barrio Buenos Aires de Medellín e inició la peregrinación para buscar de nuevo colegio.
“Fuimos a varias partes, pero decían que estaban muy llenos y que no podían recibir a más estudiantes; el Héctor Abad fue el único que nos dijo que sí”, añade.
La joven tiene patente la imagen del rector, Elkin Osorio, cuando les dijo que acá no le negaban el cupo a nadie, que estaba feliz por su llegada y que la recibía con los brazos abiertos, a pesar de que ya era mayo. De ahí en adelante la ayudaron a ponerse al día con los cuadernos y le tomaron en cuenta las calificaciones del establecimiento anterior.
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