El martes posterior al primer lunes de noviembre llega en 2024 cargado de incertidumbre. Mientras los estadounidenses que todavía no han votado se dirigen a las urnas, todo son preguntas. La principal: quién ganará. La segunda: cuándo se sabrá. Las elecciones más trascendentales de la historia reciente para el futuro de Estados Unidos y del mundo no cuentan con un favorito claro. Las encuestas sitúan al republicano Donald Trump y a la demócrata Kamala Harris casi a la par en los Estados que inclinarán la balanza de un lado u otro. Si el resultado es tan ajustado como señalan los sondeos ―y eso es otra incógnita―, el escrutinio puede prolongarse muchos días en un país dividido y en tensión, mientras el mundo aguarda en vilo a saber quién presidirá EE UU los cuatro próximos años.
El país ha vivido presidenciales de infarto en su historia reciente. En 2000, los medios proclamaron equivocadamente presidente a Al Gore frente a George W. Bush en la misma noche electoral, para luego rectificar. Horas después, el vicepresidente de Bill Clinton fue el que felicitó a su rival para luego retractarse. Al final, tras un recuento en Florida abortado por el Tribunal Supremo en diciembre, el ganador fue Bush gracias a una diferencia de 537 votos. Las últimas elecciones, en noviembre de 2020, se decidieron por una diferencia de 44.000 votos en tres de los Estados clave y Joe Biden no pudo cantar victoria hasta el sábado, cuatro días después de la fecha electoral.
Es difícil que, a la hora de la verdad, estas elecciones sean tan reñidas como esas, pero lo que sí están más igualadas que nunca en la historia reciente son las encuestas. En todas las últimas citas se ha llegado a la fecha de las urnas con un favorito claro (aunque, como bien sabe Hillary Clinton, eso no garantiza la victoria). Esta vez, parece jugarse a cara o cruz. Los sondeos conceden una mínima ventaja en el voto popular a Kamala Harris, pero nadie sabe si eso será suficiente para decantar la balanza en los Estados decisivos, en los que la igualdad en las encuestas también es enorme.
Múltiples combinaciones, nada garantizado
Las elecciones se deciden básicamente en siete Estados, en los que vive aproximadamente el 15% de una población de 335 millones de personas, que cuentan con 93 votos en el Colegio Electoral. El que tiene más peso es Pensilvania (19 votos), seguido de Georgia (16) y Carolina del Norte (16), Míchigan (15), Arizona (11), Wisconsin (10) y Nevada (6). En 2016, Trump ganó en todos menos en Nevada; en 2020, Biden se hizo con todos, salvo uno: Carolina del Norte.
Las combinaciones son múltiples. Sin nada garantizado, Harris parece contar con una mínima ventaja en Wisconsin y Míchigan, mientras que Trump iría algo por delante en Arizona, Carolina del Norte y Georgia. Esa hipótesis dejaría todo en manos de Pensilvania, donde ambos están empatados, independientemente de lo que pase en Nevada.
Los dos candidatos han hecho campaña este lunes en el más decisivo de los Estados clave. Harris programó allí cinco actos en un día, incluido uno en Scranton, el lugar de nacimiento de Joe Biden, dos en poblaciones con mayor peso del voto latino (Allentown y Reading), otro en la capital industrial del Estado (Pittsburgh) y el cierre en la mayor ciudad (Filadelfia). Trump decidió abrir la última jornada en Raleigh (Carolina del Norte) y cerrarla en Warren (Míchigan), pero con dos mítines entre medias en Pensilvania (en Reading y Pittsburgh).
Las encuestas minusvaloraron a Trump en 2016 y 2020. La duda es si eso se repetirá este año o si, por el contrario, al ajustar sus modelos, las firmas encuestadoras han acabado por favorecerle. Tanto lo uno como lo otro es posible. La gran sorpresa demoscópica de los últimos días ha sido un sondeo del Des Moines Register, el principal periódico de Iowa, un Estado que Trump creía tener en el bolsillo. Otorga a Harris allí una ventaja del 47% a 44% en intención de voto entre los votantes probables. Además, señala un enorme apoyo a la demócrata entre las mujeres no registradas como republicanas ni demócratas. Entre esas votantes independientes, le da una ventaja en Iowa de 28 puntos, 57% a 29%. Más allá de que el sondeo deja en el aire un Estado con seis votos en el Colegio Electoral que había pasado bajo el radar, sus datos por grupos de población resultan muy esperanzadores para la vicepresidenta.
Harris ha tratado de cortejar al votante centrista con llamadas a la unidad. Promete ser una presidenta para todos los estadounidenses, que gobernará con sentido común y sentará a la mesa a sus rivales políticos. Trump, en cambio, ha abrazado la retórica violenta, xenófoba y extremista, agita el fantasma del fraude electoral y pinta un panorama sombrío y apocalíptico de EE UU, ante el que se presenta como la única solución. Parece preferir asegurar a sus fieles y movilizar a nuevos votantes disconformes con el rumbo del país.
Unas elecciones tan igualadas impulsan la participación, que suele ser baja. Según datos del censo de Estados Unidos, en las presidenciales de 2020, en que se batieron récords de las últimas décadas, votó un 66,8% de los ciudadanos mayores de 18 años. El voto anticipado, que ronda los 80 millones de personas entre el realizado en persona y el remitido por correo, aunque aún pueden llegar hasta unos 30 millones de papeletas más de votantes que la han recibido por vía postal. El sufragio adelantado muestra una fuerte movilización de los votantes registrados como republicanos, aunque eso parece obedecer más a un cambio de hábitos (después de que en 2020 Trump y los suyos lo desaconsejasen y, ahora, lo incentiven) que a un trasvase electoral de fondo.
Noche larga
Será una noche electoral muy larga. Los escrutinios de algunos Estados pueden demorarse días si el resultado está muy ajustado, como ocurrió en 2020. También es posible que salte la sorpresa y la balanza se incline pronto de un lado u otro. La incertidumbre es lo único asegurado.
Las urnas decidirán si Kamala Harris se alza como la primera mujer que ocupa el Despacho Oval desde la fundación del país o si Donald Trump logra recuperar el cargo tras haberlo perdido, algo que solo sucedió una vez, en 1982, con Grover Cleveland. Las elecciones dejarán tras de sí un país dividido. De que gane uno u otro dependerá no solo el futuro de la democracia de Estados Unidos, sino también el tablero geopolítico (incluidas las guerras en Ucrania y en Gaza, la competencia por la hegemonía con China y la relación con la UE) y el futuro del comercio mundial. “Votar es el oxígeno de la democracia”, decía el senador demócrata Ted Kennedy. El mundo aguarda el resultado con la respiración contenida.
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