Un hematoma, tres dientes flojos y un edema bucal hacían de la sonrisa de Ailyn Salas un gesto torcido. La joven mujer de 21 años no pudo reaccionar cuando su novio le propinó un puñetazo que la envió a la sala de urgencias de una clínica ubicada al este de la ciudad, el 28 de septiembre a las 12:00 am. “Me cayó a patadas, me golpeó en la cara y me dejó sangrando en el suelo hasta que se fue sin importarle nada”. Hoy día su agresor está escondido y es prófugo de la justicia.
Por Betania Franquis / Crónica Uno
Mientras ella acude a la Fiscalía, Rosaura Guzmán de la misma edad se prepara para abandonar su casa ubicada en el caserío Los Llanitos a pocos kilómetros de Ureña, estado Táchira. En un pequeño maletín carga con lo indispensable para sobrevivir junto con su hijo de 3 años de edad y abandonar el hogar que comparte con quien ha sido su pareja y agresor por un año. Magullada y dolorida con una herida abierta en el muslo—a causa de la última paliza— Guzmán se apresura a escapar antes que su maltratador regrese para matarla a ella y a su hijo. Por primera vez, está decidida a denunciar ante los órganos de justicia y no ceder a los chantajes de su pareja, que sigue acosándola.
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Aunque Salas y Guzmán cuentan con el apoyo de sus amigos y familiares para romper el ciclo de la violencia y denunciar ante los órganos de justicia, no todas hablan a tiempo y logran sobrevivir. Hasta este 30 de septiembre, la organización Cotejo Info, contabilizó 311 asesinatos de mujeres en todo el país. De esa cifra 23 tuvieron por móvil las discusiones de pareja, el abuso o la explotación sexual y los celos, una cifra que no se diferencia mucho a la del año 2018, en el que se confirmaron 18 casos de 333 homicidios. Datos aportados por el Comité de Familiares de las Víctimas (Cofavic), revelan que 90% de estas muertes ocurren en el ámbito privado a manos de la pareja o los familiares.
Aunque el femicidio y la inducción al suicidio están tipificados desde el año 2014- como crímenes motivados por el odio o desprecio a la condición mujer—en la legislación venezolana con la reforma de la Ley Orgánica por el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia aprobada en la Gaceta Oficial Nº 38.668— el número de casos sigue en aumento. Hoy día, en Venezuela los femicidios se sitúan 10% por encima de la tasa mundial, lo que posiciona al país en la lista de las 15 naciones con más casos en el mundo a la par de México, Honduras, El Salvador y Guatemala, de acuerdo con datos de la Organización Mundial para la Salud.
Nuevos modus operandi en el contexto migratorio
Para Ofelia Álvarez Cardier, presidenta de la Fundación para la Prevención de la Violencia contra la Mujer (Fundamujer), la exacerbación de la violencia en el hogar y otros ámbitos se agrava por la falta de educación ciudadana, las falsas creencias y el miedo a denunciar. Sin embargo, en los últimos años desde que comenzó la crisis político social que obligó a 4,3 millones de venezolanos a emigrar según cifras de la Organización de Naciones Unidas, se suma el surgimiento de nuevas modalidades delictivas que socavan los derechos de las mujeres y que se han promovido en el contexto de la emergencia humanitaria compleja.
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La trata de personas, la esclavitud sexual, el alquiler ilícito de vientres, la práctica del aborto ilegal con fines lucrativos y la extorsión a través de las redes sociales y las plataformas de mensajería con fines comerciales son algunos de los nuevos casos—que a juicio de Álvarez— engrosan la lista de agresiones que es cada día más amplia. Aunque este no es el caso de Aylin, la joven asegura que no habían transcurrido ni dos horas el día que fue golpeada cuando su pareja le envió varios mensajes de texto en los que la coaccionaba a no denunciar y la culpabilizaba por lo sucedido.
“Varias veces me había gritado hasta que un día reventó el vidrio de mi carro y me sacó a la fuerza. Fue la primera vez que me pegó y quedé en shock, no creí que él me haría algo así”, relata Aylin Salas a pocas horas de salir del consultorio odontológico, donde fue sometida a una reconstrucción dental y reposicionamiento de dientes. Ahora luego de llevar una férula, Salas apenas puede reconocer un rastro de lo que fue su dentadura original. Aún le falta un tratamiento de conducto y otros procedimientos cotizados en dólares.
La historia de Rosaura tampoco dista de lo que Álvarez observa a diario en su consultorio en el que atiende de 4 a 2 mujeres en la sede del Centro de Estudios para la Mujer de la Universidad Central de Venezuela. Luego de ser golpeada y torturada repetidamente por su pareja, Guzmán se animó a pedir la ayuda de una vecina al ser amenazada de muerte durante una discusión. Ese día su agresor la empujó por unas escaleras y le dio el ultimátum. La severidad de sus lesiones y el bienestar de su hijo le infundieron valor para hablar.
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Pese a que historias como la de Aylin y Rosaura se repiten cada día, apenas 30% de las denuncias son definitivas, indica Álvarez. A menudo la víctima se arrepiente de denunciar o carece de la valentía para dirigirse a las instancias receptoras, otras desconfían del sistema de justicia venezolano o abandonan el proceso; y no sin cierta razón. El Ministerio Público en su Informe Anual correspondiente al 2014 señalaba que hubo un total de 70.763 causas ingresadas. De esos casos asociados a la violencia de género, se realizaron 482 juicios, lo que significa que solo 0,7% llegaron a la sentencia. En la actualidad no se disponen de balances oficiales para establecer comparaciones, pero cálculos extraoficiales apuntan que 3 de cada 10 asesinatos son causados por el odio hacia el género femenino.
Atrapadas en la espiral de la violencia
La brecha entre las denuncias y el reducido número de sentencias, desmotiva a las víctimas y son una traba. Esa circunstancia para los expertos se refleja en la perpetración del femicidio, el punto culminante de una espiral violenta que suele comenzar en el noviazgo.
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Álvarez apunta que la agresividad se manifiesta a través de los celos, el chantaje, la dominación y la sobreprotección. Al inicio de la relación el maltratador suele mostrarse atento, amable y seductor, pero es solo una fachada. “Cuando comienzan las agresiones y las descalificaciones las mujeres no las identifican. Al ser golpeadas quedan paralizadas por el miedo”, dijo. Una vez que se intensifica el maltrato físico, verbal o sexual, la víctima pierde su autoestima y se siente minimizada e inútil, por lo que queda atrapada en una relación de dependencia con su agresor.
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