En la ciudad venezolana de Maracaibo, un grupo de empresarios consiguió aumentar la producción de camarones, pero pocos de esos mariscos se sirven en las mesas de la nación petrolera que sufre una inédita crisis alimentaria, reseñó importante agencia internacional de noticias.
Alrededor del 90% de los camarones que se procesan en esa zona salen congelados a países de Europa y Asia con el permiso del régimen de Nicolás Maduro.
Maduro redujo algunas restricciones a las empresas privadas para permitir que más productos sean importados al extranjero, en un nefasto intento por obtener divisas para remontar la crisis del país.
Otros alimentos como quesos, aguacates, limones, mangos, berenjenas, tomates, dulces e incluso cereales para el desayuno están encontrando compradores internacionales.
Unas 140 empresas venezolanas comenzaron en 2017 a exportar por primera vez, la mitad de ellas alimentos, de acuerdo con la información de la firma ImportGenius, que recopila datos de aduanas sobre los movimientos de importaciones y exportaciones.
Esas ventas al exterior son aún pequeñas, con facturas que en muchos casos no sobrepasan el millón de dólares por año. Venezuela sigue dependiendo de las exportaciones petroleras, que en 2018 aportaron 29.000 millones de dólares.
Aun así, los datos muestran un cambio en un gobierno que por años culpó al sector privado de la escasez de bienes básicos, acusándolos de acaparar, especular y lucrar. Las empresas argumentaban que las fuertes regulaciones de precios y cambios -además de las nacionalizaciones- provocaban una menor producción y fallas de abastecimiento.
Mientras tanto, algunos exportadores veteranos están contando más que nunca con las ventas al exterior ante el colapso de la moneda local.
Fernando Villamizar, presidente de la Asociación de Productores de Camarones de Occidente, dijo que el menor consumo local ha obligado a los productores a buscar clientela en el extranjero para sostener a trabajadores que laboran en fábricas y centenares de piscinas.
Durante una mañana de agosto en una de esas plantas en Maracaibo, los empleados -muchos de ellos mujeres y algunas de ellas indígenas- vestían batas blancas, guantes y mascarillas para limpiar y luego congelar en cajas los mariscos. Ese día preparaban un pedido con destino Francia. Las procesadoras también despachan a España y Vietnam.
“Tenemos que salir y vender la producción fuera”, dijo Villamizar. “Si no exportamos es imposible sobrevivir”.
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