Saile, Yhonaiker, José, Waimer, Ánderson y “La Colombiana” están presos. Pertenecen a la comunidad de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgéneros e Intersexuales (Lgbti). En sus años de reclusión en la cárcel Fénix, ninguno ha podido tener una visita conyugal y tampoco tienen acceso a preservativos.
Por Reynaldo Mozo Zambrano | @reymozo | Fotos por Iván Reyes | Efecto Cocuyo
El Centro de Formación para el “Hombre Nuevo El Libertador”, conocido como cárcel Fénix, ubicado en el sector Tocuyito del estado Carabobo, es uno de los centros de reclusión del país que tiene la mayor cantidad de personas de la comunidad Lgbti recluidas. 47 según datos del Ministerio para Asuntos Penitenciarios.
En diciembre de 2016, esa cartera inauguró el recinto carcelario con el “Nuevo Régimen”, que tiene como objetivo “transformar el sistema carcelario en un modelo de atención y formación integral”. Sin embargo, en Fénix las mujeres transexuales y los hombres gays no pueden tener sexo, según reveló a Efecto Cocuyo Jhonatan Azuaje, subdirector de la prisión.
Los instrumentos internacionales en materia de protección de los derechos de los privados de libertad, establecen que se deben permitir las visitas conyugales, con el fin de garantizar sus derechos sexuales y reproductivos, sin discriminación de su sexualidad ni identidad de género.
En el artículo 58 de las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos (Reglas Nelson Mandela), se estipula que “los reclusos estarán autorizados a comunicarse periódicamente, bajo la debida vigilancia, con sus familiares y amigos: a) por correspondencia escrita y por los medios de telecomunicaciones, electrónicos, digitales o de otra índole que haya disponibles; y b) recibiendo visitas. 2. En caso de que se permitan las visitas conyugales, este derecho se aplicará sin discriminación y las reclusas podrán ejercerlo en igualdad de condiciones que los reclusos. Se contará con procedimientos y locales que garanticen el acceso equitativo e igualitario y se prestará la debida atención a la seguridad y dignidad”.
Pese a que la prohibición constituye una vulneración a sus derechos sexuales, empeorado por la prohibición del uso del condón a toda la población penitenciaria, estos jóvenes pertenecientes a la comunidad Lgbti prefieren estar confinados en este centro de reclusión y no en los de régimen abierto, como Tocorón, Tocuyito y El Dorado. En esas cárceles, donde opera la figura del pranato, la vida de un hombre gay o una mujer transexual, peligran.
En la Torre 1-A
Saile
Es una mujer transexual, de 28 años de edad, oriunda de Valencia, estado Carabobo. Tiene tres años y ocho meses cumpliendo una condena en Fénix, una cárcel para hombres. Es coqueta y camina como si estuviese en una pasarela de modas.
La celda de Saile está decorada como un hotel. Le gusta la ilusión de una habitación lujosa, a pesar de estar recluida en una penitenciaría. “No me siento en una prisión. Estoy en un lugar tomando una oportunidad más”, dijo.
Durante los años en la cárcel Fénix, Saile confiesa que mantiene relaciones sexuales con varios reos sin usar métodos de protección como el preservativo, debido a la prohibición de su uso y distribución en ese recinto penitenciario.
“No tenemos visitas conyugales, tampoco tenemos métodos anticonceptivos ni tenemos preservativos. Queríamos plantear ese proyecto para que por lo menos nos dejen pasar los preservativos aunque sea, cinco”, señaló.
Saile sigue tomando hormonas para terminar la transición de su cuerpo de hombre a mujer. “De vez en cuando hay hombres que son homofóbicos pero yo trato de que esa homofobia se les quite; eso en otros centros penitenciarios no se puede hacer”, dijo.
La Chiqui
Waimer Charmelot prefiere que la llamen La Chiqui. Es una mujer transexual, de 31 años de edad. Tiene una condena de 10 años, de los cuales ha cumplido 7. Desde que tiene uso de razón se siente mujer. “Soy genéticamente hombre pero me siento como una mujer”, enfatizó.
La Chiqui tiene experiencia en los recintos carcelarios. Ha estado en cinco centros de reclusión, durante sus años de encierro: la Penitenciaría General de Venezuela (PGV), la Comunidad Penitenciaria de Coro, conocida como El Cebollal, Uribana, Tocorón y ahora Fénix.
“En la PGV fue muy rudo por la discriminación y la inseguridad que, por mi condición de vida, tenía. Duré como cuatro meses aislada en una placa (tope elevado en una construcción) con otros compañeros homosexuales, porque no nos aceptaban allí (en la PGV)”, relató.
Durante esos cuatro meses, La Chiqui no pudo ver el sol. Tampoco transitó libremente en la penitenciaría, como los otros reos. Aunque no recibió golpes, fue amenazada de muerte en muchas ocasiones. “Me decían (los otros presos) groserías, me decían marico, que a uno no le sale nada, no podíamos salir a caminar ni nada”, detalló.
La Chiqui es la encargada de desarrollar actividades culturales dentro de la comunidad penitenciaria de Fénix. Ha recibido apoyo de los reos heterosexuales y de las autoridades del recinto. “Aquí nos dan muchas oportunidades; tenemos un proyecto agroproductivo de la diversidad sexual. Sembramos, hacemos muchos eventos culturales…”, agregó.
En la cárcel del Fénix las mujeres trans no tienen permitido ser visitadas por su pareja ni amigas de la comunidad trans. Solo pueden ir a verla, cada 15 días, sus familiares directos. La Chiqui está ansiosa por poder tener visitas de sus allegados. “Quisiera que nos den acceso a visitas de nuestras parejas o amistades transexuales que no tienen permitido entrar acá. Extraño la libertad, poder estar con mi familia”, pidió.
Yhonaiker
Es caraqueño, tiene 24 años y es gay. Tiene su novio en la cárcel y, a pesar de la prohibición de tener sexo en la prisión, mantiene una vida sexual activa. Es uno de los 47 privados de libertad miembro de la comunidad Lgbti del centro penitenciario El Libertador, que conviven en la torre 1-A, con exfuncionarios policiales.
“No me protejo cuando tengo relaciones porque aquí no dan nada para uno protegerse”. Yhonaiker tiene tiene un año y tres meses detenido en Fénix. Anteriormente estaba recluido en la cárcel de Tocuyito, pero el joven cataloga como “muy fea” la experiencia de ser homosexual y estar preso en esa correccional.
“Trataban a uno mal, me echaban, dormía en el piso, en la tierra. Gracias a Dios no me enfermé de tuberculosis porque eso era lo que se veía allí”, relata.
A diferencia de sus compañeros de reclusión, Yhonaiker es de poco reír. Desde hace algún tiempo dejó de recibir las visitas de su madre; ahora nadie lo va a ver. Se gana la vida dentro de la prisión lavando, cosiendo y haciendo otras manualidades a otros reclusos. “Ellos me dan jabón y esas cosas como para pagarme, es la forma de ayudarme”, dice.
José Canelón
Antes de entrar a prisión era sargento segundo del Ejército nacional. El joven, de 29 años, tiene siete meses recluido en Fénix y anteriormente estuvo detenido por un año y tres meses en la cárcel de Tocorón.
“Yo vengo de Tocorón y allí vivía terror. Allá no podía salir del sitio donde estábamos metidos. Era como un cuarto donde estábamos todos los Lgbti. Siempre vivíamos trauma de que no podíamos salir porque nos maltrataban”.
Fue en la cárcel de Tocorón donde José aceptó su orientación sexual. Cuando estaba activo en el Ejército, mantenía su gustos sexuales en secreto. Para este joven es algo nuevo celebrar con orgullo su homosexualidad. “En la calle estaba en el closet. Acá me siento más libre, me siento yo”, relató.
Canelón tiene una hija de nueve años. Solo la ha visto una vez desde que fue privado de libertad, hace dos años. “Mi hija la está criando mi abuela que vive en Oriente. Se le dificulta traerla, no tienen los recursos”, agregó.
Antes de ser detenido Canelón vivía con su novio en La Victoria, estado Aragua. El anhela recibir la visita de su pareja pero, como otros reclusos de la Comunidad, no puede recibir visitas conyugales.
El joven pasa su tiempo en la prisión en grupos de danza y teatro. “Hacemos el viernes y sábado cultural y demostramos los talentos. Eso nos mantiene distraídos de la realidad que vivimos”, aseguró.
La Colombiana
Es una mujer transexual que vivía en la ciudad de Bogotá antes de caer presa en Venezuela. Ella no se identifica con su nombre de pila, Luis. Quiere que le reconozca su identidad sexual. “A mí me llamas La Colombiana”, enfatizó al comenzar la entrevista.
Ella es la única extrajera en la torre donde están los privados de libertad de la comunidad Lgbti.
Su condena es de ocho años y 10 meses, de los cuales solo le quedan tres meses para salir en libertad plena. Antes de llegar a Fénix, estuvo detenida en la cárcel de Santa Ana, estado Táchira, donde al llegar le cortaron el cabello y la golpearon. “Fue horrible. No me permitían salir de la celda donde estaba. Como habían pranes me tenían aislada”, relata la joven, de 30 años.
La Colombiana no quiere estar nunca más involucrada en el mundo delictivo. “Estoy en prisión por quererme hacer las tetas y la cola”, señaló.
Ella confiesa que aún quiere operarse, pero por las vías legales y honestas. “Quiero regresarme a Bogotá y trabajar en la peluquería donde antes trabajaba. Quiero recuperar el tiempo perdido”, contó.
Anderson Rodríguez
A sus 25 años de edad, ha conocido distintos centros penitenciarios. “He estado en Tocorón, Alayón, Tocuyito y aquí en Fenix. Acá fue que salí del closet. En los otros penales no me había definido como homosexual porque estaba confundido”, relató.
El joven, con uñas pintadas y pañoleta rosada en la cabeza, confesó que durante muchos años estuvo confundido por su preferencia sexual. Rodríguez asegura que aquellos que se “destapan” como homosexuales en Tocorón, pueden ser asesinados. “Se ven golpes y cuchillos. Allá tú sabes lo que te pasa si dices que eres gay”, enfatizó.
El joven tiene dos hijos, uno de 7 años y una niña de 3 años de edad. Rodríguez tiene siete años en prisión, pero aún el tribunal no ha emitido la sentencia con los años de condena.
Anderson explicó que, a diferencia de otros penales, en Fénix se siente más tranquilo. “Estoy con los mismos homosexuales. Comparto con la otra población (Heterosexuales) porque no discriminan a uno. Comparto con los funcionarios que nos ayudan con las actividades”, narra.
Como a todos los reclusos entrevistados por Efecto Cocuyo, a Anderson le gustaría que sus derechos sexuales sean respetados. Desconocen por qué existe esa prohibición que desarrollaría su sexualidad, sin discriminación de su orientación sexual. “Aquí no podemos tener relaciones sexuales”, dijo.
Pocas cifras
El Ministerio para Asuntos Penitenciarios no tiene una cifra exacta de cuántas personas de la comunidad Lgbti, están recluidas en las cárceles venezolanas. Por la hostilidad en la que viven algunos presos en los recintos de reclusión, muchos prefieren no decir cuál es su preferencia sexual.
Sin embargo, la cartera de cárceles venezolanas tiene en su registro a nivel nacional 191 personas pertenecientes a la comunidad Lgbti, que conviven en los 103 penales con el nuevo régimen penitenciario.
Solo en la cárcel de Fénix hay 47 personas recluidas, entre personas trans y homosexuales. En el Centro Penitenciario la “Mínima” de Tocuyito están presas 20 personas, mientras que en el anexo femenino de esta penitenciaría hay 35 mujeres de la comunidad Lgbti detenidas.
Una fuente del Ministerio aseguró a Efecto Cocuyo que en el caso de las mujeres lesbianas recluidas en los centros penitenciarios del país, el porcentaje no es tan alto porque en muchas ocasiones no manifiestan su preferencia sexual.
En los centros de reclusión femeninos bajo “nuevo régimen”, los hombres transexuales son recluidos en un lugar aparte de la población penal común; pero aún así conviven dentro del penal con todas las mujeres. “Si los mandamos a un penal de hombres tienen un alto riesgo y pueden ser maltratadas”, aseguró la fuente.