Para gestionarse en medio de la crisis Nicolás Maduro ha aplicado una extraña mezcla de medidas económicas, que no atienden los problemas de fondo de la economía venezolana, pero que intentan contener la escalada del dólar mientras flexibiliza de forma desordenada los controles de cambio y de precios, creando una precaria sensación de mejoría en medio de la debacle del país. Este modelo implicó un sacrificio severo para un sector clave del país: la banca.
Por Zenaida Amador / ALnavío
Cifras de la firma GlobalScope muestran que para octubre de 2019 la cartera neta de créditos de toda la banca venezolana sumó 295 millones de dólares, 86% menos que un año antes. Pero no hay que perder de vista que una década atrás se ubicaba en unos 40.000 millones de dólares. El dato da cuenta de la miniaturización del sistema financiero a causa del proceso destructivo del país, con seis años de recesión, pero muy particularmente por el efecto directo del más reciente “plan” económico de Nicolás Maduro.
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Este plan se construyó partiendo de la idea de que muchos acudían al sistema financiero para solicitar créditos en bolívares, valiéndose de las distorsiones generadas por el propio régimen al imponer tasas de interés reales negativas en un país hiperinflacionario, para luego voltearse con esos recursos a comprar dólares y sacar una ganancia cambiaria, lo que -desde la óptica de las autoridades- alimentaba la espiral alcista del valor del dólar. Sobre esta premisa Maduro decidió secar a la banca, a fin de evitar que el circuito cambiario siguiera funcionando.
Para ello elevó el encaje legal que las instituciones financieras deben mantener en reserva en el Banco Central de Venezuela (BCV) y que, en consecuencia, no pueden prestar. Desde el último cuatrimestre de 2018 se han hecho varios ajustes del encaje hasta establecer que la banca debe tener en reserva 57% de todas las captaciones y 100% del aumento en nuevos depósitos, lo que tiene un efecto astringente muy severo sobre el ya alicaído sistema.
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Solamente en los primeros tres meses de este año el sector financiero y de seguros experimentó una contracción de 55,6%, según las cifras del BCV, acumulando así 16 trimestres de declive. El deterioro en la infraestructura del sistema, el cierre de sucursales, el atraso tecnológico y en la red de cajeros automáticos, y la pérdida de personal han ido de la mano de este proceso.
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