El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, quien cumple este 1 de enero un año en el poder, se ha valido de la polémica y la provocación para gobernar casi sin oposición y avanzar con una agenda ultraconservadora en lo económico y lo social.
A través de las redes sociales o con polémicas declaraciones, el primer presidente que la ultraderecha le ha dado al país ha apostado por el conflicto como forma de gobierno en un escenario político en el que la oposición tiene una presencia casi testimonial, aplastada por los escándalos de corrupción de los últimos años.
Bolsonaro ha roto con el llamado «presidencialismo de coalición», figura que dominó la política brasileña durante décadas y no era más que una distribución de cargos ejecutivos entre diversos partidos, aun con las más variopintas ideologías, a fin de garantizar la gobernabilidad.
En cambio, se ha apoyado en tres pies fundamentales para imponer su proyecto, visibles en grupos parlamentarios suprapartidarios: los liberales, que avalan sus tesis económicas de «Estado mínimo»; el sector agropecuario, que intenta avanzar sobre la Amazonía, y los evangelistas, que sustentan sus «valores cristianos».
LOS MILITARES COMO FACTOR DE PODER
A esos tres puntales, el capitán de la reserva del Ejército ha agregado una cuarta columna constituida por los militares, que hoy ocupan un tercio de los cargos entre sus ministros.
Relegados de la política desde que en 1985 cayó una dictadura que se prolongó durante 21 años, los militares son un puntal clave en el proyecto de Bolsonaro, quien sin pudores se declara «armamentista» y considera que «la democracia sólo existe cuando las Fuerzas Armadas lo quieren».
Su discurso castrense rozó extremos cuando ordenó «conmemorar» el 31 de marzo pasado los 55 años del golpe que en 1964 derrocó al entonces presidente Joao Goulart y sumergió al país en uno de los períodos más tenebrosos de su historia.
La celebración fue prohibida por los tribunales, pero aún así, por primera vez desde la recuperación de la democracia, la fecha fue «rememorada» en los cuarteles.
LA POLÉMICA Y LA PROVOCACIÓN INTERNA Y EXTERNA
En este primer año, Bolsonaro ha peleado con todo lo que, a su juicio, representa a la «vieja política», que hasta incluye algunos «molinos de viento», como el fantasma del «comunismo», que nunca caló en Brasil pero él insiste en combatir, o el «izquierdismo» de la prensa tradicional.
También ha tensado la cuerda constitucional con polémicas medidas luego moderadas por el Parlamento o la Justicia.
Una proponía una amplia liberación de la venta de armas y que los ciudadanos pudieran portarlas y usarlas en las calles en caso de sentirse «amenazados», pero esos extremos fueron contenidos en el Congreso y limitados solamente a policías y otros funcionarios de seguridad.
En lo externo, la polémica también fue el pan de cada día. Una de las mayores fue generada por los vastos incendios que a mediados de año se expandieron por la Amazonía.
Bolsonaro responsabilizó en principio a las organizaciones no gubernamentales que operan en esa región y luego arremetió contra los Gobiernos de Alemania, Noruega y Francia, entre otros de los que expresaron su preocupación por la devastación amazónica.
Por cuestiones medioambientales e indígenas, peleó también en las redes sociales con Greta Thunberg, a quien calificó de «mocosa», y con el actor Leonardo DiCaprio, al que acusó de «financiar» a las ONG que «destruyen» la Amazonía.
Alineado sin rubores con Estados Unidos, llevó a Brasil a votar por primera vez en la ONU en contra de la resolución que desde hace décadas censura el bloqueo a Cuba e incorporó la «defensa» de Dios y los valores judeocristianos a la política exterior.
Condenó también al Gobierno del venezolano Nicolás Maduro, al que califica de «dictador», y fue crítico desde la campaña electoral con el nuevo presidente argentino, Alberto Fernández, a quien tildó de «bandido de izquierdas» y ni siquiera felicitó tras su victoria.
LA ECONOMÍA AYUDA
En medio de la distracción generada por la polémica constante, el Gobierno de Bolsonaro avanzó a paso firme con una agenda económica liberal, que incluye una fuerte reducción del gasto y un agresivo plan de privatizaciones que se acelerará en 2020.
Este año logró aprobar casi sin oposición una dura reforma de las jubilaciones y dictó varias medidas que promueven con más fuerza el emprendimiento y favorecen la informalidad en un mercado laboral con un desempleo estancando desde hace años en torno al 11 %.
Su mayor mérito ha sido recuperar algo de la confianza perdida en la crisis entre 2015 y 2016 y alcanzar un crecimiento que se prevé en torno al 1 % para este año, similar al registrado en 2017 y 2018.
Aun en un escenario de alto desempleo, todas las proyecciones son favorables a Bolsonaro y coinciden en que el crecimiento será de más del 2 % en 2020, lo cual puede fortalecer al Gobierno en todos los planos, a pesar de la apuesta del mandatario por la polémica.
EFE
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