La diáspora venezolana, la segunda más grande del mundo tras la de Siria (según datos de la ACNUR y la OIM), está llena de innumerables historias conmovedoras de gente que ha salido «huyendo» del país con la intención de darle un mejor futuro a la familia que dejan en Venezuela.
Uno de los destinos preferidos por los migrantes venezolanos es Colombia, que por su cercanía y la facilidad que otorgan sus fronteras conjuntas terrestres, se ha convertido en la residencia de casi un millón y medio de compatriotas.
Cùcuta, ciudad fronteriza con Venezuela es una de las primeras paradas y destino final para cientos de venezolanas que han encontrado en la prostitución la forma de mantenerse en un país ajeno y les permite ayudar a sus familiares que aún se encuentran en territorio nacional, según lo demuestra un trabajo realizado por El Diario.
En la avenida Séptima de las calles de Cúcuta, Colombia, las noches son diferentes. El calor y la música se cuelan a través de aceras llenas de bares nocturnos. Mientras se recorre esta calle, la mirada latente de los hombres que posan sus ojos sobre las personas que por allí caminan pareciera ser el inicio de una transacción. Y es que aquellos que vagan por ahí sólo buscan algo en común: las trabajadoras sexuales.
Cuando se llega a La Séptima pareciera que comienza a sonar “Juanito Alimaña” de Héctor Lavoe. Con cada paso resuena en la mente: «La calle es una selva de cemento», porque allí, pareciera que las noches nunca terminan y se vive en un constante ajetreo.
Las mujeres venezolanas, son el “atractivo” de estos lugares.
Los recintos no tienen mucha iluminación, los bombillos de colores apenas dejan ver las mesas vacías preparadas para que se sienten los clientes junto a las mujeres y consuman la mayor cantidad de licor posible antes que decidan llevarse una a algún hotel.
Los establecimientos no le cobran ningún dinero o cuota a las mujeres por estar con los clientes, pero deben hacer que los hombres consuman bebidas dentro del local.
Sentadas en fila al lado de la barra, las mujeres venezolanas sonríen cuando se les acercan, varias tienen una vestimenta que dejan ver el abdomen y las piernas. El lugar se encuentra vacío alrededor de las 9:00 pm, pero no es por la hora por lo que está desolado, las mujeres expresan que en los últimos meses las ganancias han bajado drásticamente.
Al entrar en uno de los establecimientos, varios hombres atienden a la clientela, protegen a las mujeres y se aseguran que todo esté en orden.
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