Podría decirse que Mario Enrique Bonilla Vallera es un emprendedor precoz. No más salir de la adolescencia se iba de fiesta lo mismo que abría empresas de todo tipo, en países distintos, logrando meter su nombre en una veintena de compañías antes de cumplir los 30 años. ¿Un superdotado de los negocios? Mejor un muchacho en el lugar, la Universidad Santa María de Caracas, y el momento precisos para hacerse amigo de los hijos de la “primera combatiente”, Cilia Flores.
Por PATRICIA MARCANO / Armando.info
Su primer acercamiento con el mundo empresarial ocurrió en enero de 2011. Mario Enrique Bonilla Vallera tenía 20 años de edad y su vida transcurría en Caracas entre la universidad, tardes de jugar FIFA en Playstation y el embeleso de las redes sociales, sobre todo Twitter. Nada permitía predecir en este joven alguna inclinación para el mundo de los negocios. Estudiaba Comunicación Social y llevaba una vida de clase media tan normal que prácticamente no permite reseñar nada más.
Por eso quizá se sorprendió a sí mismo cuando decidió comprar la única acción que uno de sus primos tenía en la empresa Alpha Corporation 17, C.A, creada en el año 2006 por Mario Enrique Bonilla Salazar, su padre, y Jhonar Bonilla Varela, el primo. Se trataba de una compañía dedicada a la importación, exportación, compra, venta y mantenimiento de equipos de computación, electrónica, telecomunicaciones y línea blanca. O quizá no hubo sorpresa porque con su llegada, tanto la empresa como la vida del jovencísimo Bonilla dio un giro radical.
Alpha Corporation 17, con una nueva razón social, pasó de ser una empresa dedicada al ramo tecnológico a una compañía de negocios más amplia con la importación, exportación, compra y venta de alimentos perecederos y no perecederos, artículos de ferretería, equipos médicos y de laboratorio, material odontológico, transporte de carga menor y el servicio de representación de compañías nacionales e internacionales; todo esto condensado en un domicilio fiscal que terminaría siendo la residencia familiar de Bonilla en Caracas, un apartamento en la urbanización Las Mercedes.
Su padre, ingeniero de profesión, estampa siempre en su firma un símbolo de dólar ($) por su segundo apellido Salazar y se ha mantenido como trabajador activo en esta empresa aunque sin cobrar desde abril de 2018. Cabe imaginar que haya sido él quien estimuló aquella vena empresarial que empezaba a mostrar Bonilla hijo. Lo cierto es que a poco de haber ingresado en la privada Universidad Santa María (USM) ya figuraba en las Juntas Directivas de 25 empresas distribuidas entre Venezuela, Estados Unidos, Panamá, Belice e Islas Mauricio sin haber cumplido 30 años de edad.
Con compañeros universitarios formó una logia virtual. Uno de estos compañeros clave era el hijo menor de Cilia Flores, la actual esposa del presidente Nicolás Maduro, con Walter Gavidia Rodríguez, su primer marido. Yoswal Gavidia Flores y Mario Bonilla estudiaron juntos y se graduaron en mayo de 2013 en la promoción XVIII, mención Comunicación Audiovisual, de la USM; tuvieron su propio programa de radio en la emisora 102.3FM cuando estuvo en manos de la Asamblea Nacional de mayoría chavista -tras la expropiación del dial al circuito CNB-, y compartían el mismo círculo de amigos. Este incluía también al segundo hijo de Flores, Yosser Gavidia Flores, y a Nicolás Maduro Guerra, Nicolasito, el hijo de su actual esposo, Nicolás Maduro, cabeza del régimen chavista desde 2013; y otro outsider sin apellidos del cogollo chavista, Raúl Eduardo Saavedra Leterni, quien a la postre se convertiría en el socio favorito de Bonilla.
Flanqueado por estas amistades de talla presidencial, Bonilla escaló posiciones confeccionando una red de empresas dedicadas a distintas tareas, y lo que parecía una labor discreta pronto llamó la atención de las autoridades estadounidenses, que a mediados de 2018 le señalaron como el testaferro de los hijos de Cilia Flores, el straw owner, como se lee en los documentos del caso.
Fue así como las investigaciones efectuadas en la Corte Penal del Distrito Sur de Florida (EEUU), como parte de la Operación Money Flight, concluyeron en identificarlo como tal y le incluyeron en una demanda que terminó con su sentencia a 20 años de prisión por “conspirar para lavar dinero”. Específicamente, por participar en el esquema que desvió 1.200 millones de dólares de la petrolera estatal Pdvsa. Todo esto con apenas 28 años de edad.
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