El arco de problemas que el nuevo coronavirus presenta al cuerpo humano —desde ningún síntoma hasta la necesidad de un respirador en cuidados intensivos— es uno de los desafíos más importantes al enfrentar la pandemia. Por primera vez un estudio de gran escala —5.700 pacientes— reveló que casi la totalidad de los enfermos que deben ser hospitalizados, el 94%, tiene además una condición crónica anterior, como hipertensión, obesidad o diabetes, y la gran mayoría, el 88%, tiene al menos dos.
Aunque se conocía que el COVID-19 era particularmente peligroso para personas con cuadros subyacentes, sobre todo coronarios y respiratorios, el nuevo trabajo, realizado en 12 hospitales del Sistema Médico Northwell de la ciudad de Nueva York, mostró la magnitud enorme y desconocida de este fenómeno: sólo el 6% de las personas que requirieron los cuidados de un centro de salud no tenían otros problemas concomitantes.
“Hasta donde sabemos, este estudio representa la primera gran serie de casos de pacientes hospitalizados de manera sucesiva con COVID-19 confirmado en los Estados Unidos”, escribieron Karina Davidson y sus colegas en la Revista de la Asociación Médica de los Estados Unidos (JAMA). “Las personas mayores, los hombres y aquellos con hipertensión y/o diabetes preexistentes prevalecieron de manera notable en esta serie de casos, cuyo patrón fue similar a los datos reportados de China”. Es decir, indicaría que el comportamiento de la enfermedad causada por el SARS-CoV-2 es exactamente así, más allá de las diferencias sociales, ambientales y culturales.
De manera individual, la hipertensión se registró en el 56,6% de los casos, la obesidad en el 41,7% y la diabetes en el 33,8%, sobre un total de hospitalizaciones con más hombres que mujeres: 60,3% y 39,7% respectivamente, con una edad promedio de 63 años. Una cantidad más pequeña de pacientes tenía otros problemas crónicos, como enfermedad coronaria, enfermedad renal o enfermedad respiratoria.
Al llegar al centro médico, el 30,7% de los pacientes tenía fiebre, el 27,8% necesitó oxígeno y el 17,3% mostró una función respiratoria alterada. La proporción de gente sin fiebre pero con necesidad de ser hospitalizada —casi 7 de cada 10 personas— fue un indicador llamativo. Eso podría implicar que algunas medidas que intentan controlar la pandemia, como tomarle la temperatura a la gente en el transporte o en el trabajo, podrían no ser tan útiles como se creía.
Complicaciones y mortalidad
La investigación de Davidson —médica de Northwell Health y de su brazo científico, Feinstein Institutes— siguió también los 2.634 casos que al cierre del trabajo ya no estaban hospitalizados, porque recibieron el alta o porque murieron, y encontró que el proceso dentro del hospital había sido sumamente duro: el 14,2% estuvo en terapia intensiva, el 12,2% recibió asistencia de un respirador y el 3,2% necesitó alguna forma de terapia de reemplazo renal, como la diálisis.
El 21% murió. Eso no significa que la tasa de mortalidad del nuevo coronavirus sea así de alta, sino que uno de cada cinco casos que estaban lo suficientemente enfermos como para necesitar ser hospitalizados terminaron en fallecimiento. Mientras se desconozca la cantidad de infectados asintomáticos, algo en extremo difícil por la falta de kits de análisis, será imposible establecer esa tasa.
En diferentes subgrupos la mortalidad de los pacientes ingresados con COVID-19 resultó devastadora: el 88% de los que necesitaron un respirador no sobrevivió. La tendencia fue más pronunciada en el caso de los mayores de 65 años, entre quienes llegó al 97,2%, que entre los adultos de 18 a 64 (76,4%), según el trabajo. En cambio, la mortalidad de las personas de esos mismos grupos de edad que no requirieron de un respirador fue del 26,6% y del 19,8%, respectivamente.
Aunque hubo que hospitalizar a docenas de niños y de adolescentes, todos sobrevivieron. Las mujeres mostraron también una ventaja en comparación con los varones: un índice menor de ingreso al centro médico y también un índice mayor de supervivencia: aunque el riesgo de morir aumentaba junto con la edad en todos los casos, se incrementaba más rápidamente para los hombres. Si hasta los 40 años la mortalidad masculina era de un dígito, hacia los 80 años era del 60%, mientras que la de las mujeres llegaba al 48 por ciento.
Los datos, recabados entre el 1º de marzo y el 4 de abril, mostraron también correlaciones dolorosas. Entre los pacientes que murieron, aquellos que tenían diabetes habían tendido a necesitar respiradores y terapia intensiva en mayor medida que los enfermos de COVID-19 no diabéticos. Algo similar se comprobó en el caso de los fallecidos que además sufrían de hipertensión. La diabetes también fue un factor de mucha incidencia en el caso de quienes desarrollaron insuficiencia renal.
Quién llega a la terapia intensiva
Entre los 373 pacientes que necesitaron cuidados intensivos, las dos terceras partes fueron varones, y la edad promedio del total fue de 68 años. Permanecieron en la unidad de terapia intensiva durante un promedio de cuatro días, y una pequeña fracción de ellos —2,2%— debió regresar allí una vez que había pasado a una habitación común; entre ellos había más personas mayores que vivían en un hogar de ancianos o un centro de rehabilitación. La segunda estadía fue de tres días en promedio.
Otro hallazgo —uno aparentemente ilógico— es que “tanto en el caso de los pacientes dados de alta vivos como en el de los fallecidos, el porcentaje de quienes fueron tratados en terapia intensiva o recibieron asistencia respiratoria invasiva aumentó en el grupo de edad de 18 a 65 años en comparación con el grupo de edad de más de 65 años”, destacó el estudio.
Es decir que, si bien en números totales hubo más adultos mayores, el porcentaje de los demás fue mayor. Una razón posible es que las personas más jóvenes pueden haber demorado la búsqueda de atención médica hasta que los síntomas fueron realmente muy malos.
La duda sobre la medicación anti-hipertensiva
Los investigadores de Northwell Health —el sistema universitario de salud más grande de Nueva York, que cubre a unos 11 millones de personas en Long Island, el condado de Westchester y la ciudad— también analizaron datos sobre la enzima convertidora de angiotensina (ECA), que juega un papel clave la regulación de la presión sanguínea y que es la puerta que el coronavirus emplea para entrar a las células. Una forma de tratar la hipertensión son los inhibidores de ECA, que como los bloqueadores de los receptores de angiotensina (BRA) ayudan en los cuadros como insuficiencia cardíaca, hipertensión o enfermedad cardíaca isquémica, pero se discutía si podrían empeorar el COVID-19.
Entre los 2.411 pacientes que habían sido dados de alta o habían muerto —el resto, hospitalizados, todavía evolucionaban y no se podían utilizar como fuentes de información ya establecida—, el estudio encontró que el 8% tomaba inhibidores de ECA y el 11%, BRA. “Esta es una preocupación importante porque estos medicamentos son los antihipertensivos más prevalentes entre todas las clases de drogas”, escribieron los autores.
Entre aquellos que ya llegaron al hospital con estas terapias, la mitad la continuó y a la mitad se le retiró. Las cifras no resultaron concluyentes para los científicos: las tasas de mortalidad entre quienes no tomaban un inhibidor de ECA o un BRA llegaron al 26,7%, mientras que se ubicaron en un 32,7% entre quienes continuaron con el consumo de un inhibidor de ECA y en un 30,6% para recetados con un BRA.
Otros estudios similares apuntan a la obesidad
“La cifra de pacientes con comorbilidades crónicas nos sorprendió”, dijo Davidson a The New York Times. Advirtió, sin embargo, que el estudio es observacional: es decir, que no hubo un grupo de control con el cual comparar los resultados. “Simplemente describimos a los pacientes que se acercaron y debieron ser hospitalizados”, explicó. “No los comparamos con aquellos que dieron positivo [en el análisis de SARS-CoV-2] y no fueron hospitalizados, o con aquellos que no resultaron infectados”.
El periódico también citó otros informes realizados entre menos pacientes en otros hospitales del área metropolitana de Nueva York que destacaron el exceso de peso como un factor de riesgo que complica el cuadro de coronavirus. “Una hipótesis es que la obesidad causa una inflamación crónica de bajo grado que puede conducir a un aumento de las citocinas proinflamatorias”, un tipo de proteína que producen algunas células y regulan la función de otras. Parecerían “desempeñar un papel en los peores resultados del COVID-19”.
Leora Horwitz, profesora del centro Langone Health de la Universidad de Nueva York (NYU), publicó recientemente un estudio en el que la obesidad resultó el predictor más importante de las complicaciones del COVID-19 después de la edad, citó el Times.
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