Hace dos meses, el 16 de marzo, una parte significativa de los moscovitas se confinaron en sus hogares por recomendación de las autoridades para frenar la pandemia de la COVID-19 que comenzaba a irrumpir con fuerza en este país.
Anush Janbabian / EFE
Pese a la pequeña cantidad de los casos confirmados – menos de 100 en toda Rusia – las autoridades de Moscú tomaron cartas en el asunto y recomendaron el teletrabajo a todos aquellos que podían seguir cumpliendo sus funciones a distancia.
Poco a poco la ciudad comenzó a vaciarse y el metro, abarrotado prácticamente a todas horas, presentaba un aspecto nunca visto por los lugareños.
También bajó el flujo de los moscovitas en otros transportes públicos, una tendencia que se agudizó con la declaración por parte del presidente ruso, Vladímir Putin, de una semana no laborable para contener la propagación de la pandemia.
A esta semana la siguieron otras cinco, todas ellas en forma de vacaciones retribuidas que las autoridades impusieron en el marco de las medidas de lucha contra el coronavirus que no paraba de sumar nuevos contagios en el país.
El pasado 12 de mayo, el periodo oficial de confinamiento en Rusia fue dado por concluido a nivel nacional, pero cada región sigue teniendo poderes para decidir si sus habitantes pueden volver al trabajo o tienen que aplazar ese momento.
Moscú, la ciudad más afectada por la COVID-19, con más de 138.000 casos diagnosticados, decidió que prolongaría la cuarentena de su población hasta al menos el 31 de mayo.
De esa forma, este 16 de mayo, se cumplen exactamente dos meses desde que muchos moscovitas cambiaron sus hábitos y costumbres para adaptarse a la nueva realidad, que por ahora transcurre únicamente en sus casas.
Efe habló con varios habitantes de la capital rusa para conocer cómo les había afectado el confinamiento y cómo ven el futuro post-coronavirus.
«A mí las restricciones no me afectaron mucho. Soy de los que necesitan aplicarse restricciones de vez en cuando porque (como director de cine) gran parte de mi tiempo transcurre en compañía de otras personas», explicó el realizador ruso Alexéi Muradov.
Para alguien de su oficio, un tiempo, aunque sea obligado y prolongado, de autoaislamiento puede tener cosas positivas, dice, porque «ayuda a comprender los procesos en uno mismo y en su entorno».
Muradov tampoco lamenta mucho no poder viajar debido al cierre de las fronteras, porque, gracias a su profesión, ya ha visto «medio mundo».
Mientras, el activista del clima Arshak Makichyan, conocido como el Greta Thunberg ruso, echa de menos los piquetes de cada viernes contra el cambio climático que organizaba desde hace más de un año.
«La pandemia nos ha demostrado que internet no puede sustituir el mundo real y tenemos más motivos aún para luchar más contra el cambio climático y la crisis ecológica», opina el joven, que estuvo en la Cumbre del Clima de Madrid, pero prefiere por ahora no hacer planes de viaje para este año debido a la incertidumbre creada por el coronavirus.
La experta en moda Dilyara Sadriyeva acogió la noticia sobre la cuarentena en Moscú con tranquilidad.
«Recibí con calma la noticia sobre las restricciones a la movilidad. Hay que hacer lo que hay que hacer. En mi entorno hay gente que se ha enfermado e incluso ha fallecido por eso. Es obvio que hay una enfermedad y hay que cuidarse», explica por teléfono Sadriyeva.
Muchos proyectos y viajes en los que tenía que participar fueron aplazados o cancelados, pero Dilyara lo ve más como un «cambio» y no una «dificultad».
«Creo que las consecuencias (del confinamiento) se notarán durante mucho tiempo. Porque aunque a mí personalmente no me haya afectado mucho, pues antes también trabajaba mucho a distancia, para muchos eso fue un cambio importante. Ahora parece que la gente se ha adaptado, pero cuando tenga que volver al mundo offline, será otro desafío psicológico», opina.
En general, los efectos de la pandemia, sobre todo los económicos, persistirán aún durante «varios años», agrega.
Tampoco percibió muchos cambios en su vida por la prolongada cuarentena la experta en situaciones de emergencias y bombera voluntaria Anna Barne.
En una conversación con Efe, Barne confiesa que durante estos dos meses solo ha salido «dos o tres veces a la tienda», y todos los productos para la casa las trae su marido, que trabaja en el Jardín Botánico.
«Él no puede permitirse quedarse en casa, porque aunque el Jardín este cerrado al público, alguien tiene que cuidar las plantas», explica.
La mujer decidió aprovechar el tiempo que pasa en casa sola para escribir unos artículos sobre la labor de los voluntarios en zonas de desastre y ofrecer algunas conferencias sobre el tema en la red.
Barne se siente una afortunada por tener una casa propia y no estar obligada a pagar un alquiler, algo que en tiempos de cuarentena ha puesto al límite a mucha gente.
Al mismo tiempo, cree que el fin del confinamiento en Moscú no está muy lejos, porque la gente «ya se ha cansado mucho» y no podrá seguir cumpliéndolo durante mucho tiempo.
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