Cuando la antropóloga Andrea Bravo, estudiosa de la nacionalidad indígena huaorani, ingresó en el Parque Nacional Yasuní, el coronavirus ya le pisaba los talones.
Por BBC
Tan rápido avanzaba la pandemia, que Bravo terminó pasando dos meses en cuarentena en la Amazonía.
Pero ella no fue la única sorprendida por el veloz avance de la pandemia en Ecuador, que ya había hecho pie en las regiones Costa y Sierra.
«Muchos indígenas amazónicos acceden a noticias a través de las redes sociales, principalmente Facebook, y al inicio llegaba con la información una avalancha de fake news; para ellos fue fuerte el proceso de discernir qué era cierto y qué no», le dice Bravo a BBC Mundo.
Ante la abundancia de datos se activó entre los huaoranis la memoria de las epidemias recientes y fueron los mayores los encargados de hallar un sentido a lo que estaba sucediendo.
«Los ancianos empezaron un proceso de recordar la epidemia de la polio de los años 60, que fue su primera década del contacto; recordaron cómo era de terrible ver esas muertes y cómo hicieron los que se salvaron», señala Bravo.
A partir de la reactivación de la memoria, ancianos huaoranis se internaron en la selva para buscar su propio alimento y huir del virus SARS-CoV-2, como hace 60 años huyeron de la poliomielitis.
La época es propicia, es tiempo de frutos y de monos gordos, el alimento en la selva está garantizado, pero estas condiciones no se repiten a lo largo del año por lo que la solución puede ser temporal.
«La otra respuesta fue la reactivación del consumo de plantas a las que se les atribuye el potencial de aumentar la energía vital», añade la antropóloga.
Esta no es una respuesta exclusiva de los huaoranis. La Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (CONFENIAE) ha recomendado a todas las etnias que se alejen de las ciudades, que se concentren en el cultivo de sus chacras, que bloqueen los accesos a sus comunidades y que recurran a la medicina natural.
Pero todas estas estrategias no han evitado que la pandemia se haya convertido en una amenaza de extinción para al menos una de estas nacionalidades.
De la parcela a la hectárea
Alejarse de los centros urbanos y volver a las fincas y a las chacras no obedece solamente a la pandemia, sino también a la crisis económica que esta trae consigo.
«Nosotros ya estamos proyectando lo que va a ocurrir después de la pandemia, va a venir la falta de trabajo en la ciudad y también va a venir el hambre», le dice a BBC Mundo News Rosa Cerda, vicepresidenta de la CONFENIAE.
Esta mujer del cantón Tena, provincia de Napo, añade que es fundamental «regresar al campo a sembrar chacras, huertas, fincas, porque no va a haber alimentos y vamos a tener problemas, todo va a ser el trueque, porque dinero no vamos a tener».
En la misma provincia, Lourdes Jipa, de la nacionalidad quijos, coincide en que la crisis económica será tan grave como la situación sanitaria.
«Si antes cultivábamos por parcela para dar de comer a nuestros hijos, ahora lo estamos haciendo por media hectárea, por hectárea, porque de eso tendríamos que vivir».
El gobierno de Ecuador ha anunciado un paquete de medidas económicas para enfrentar la crisis, incluido una reducción en el salario y la jornada laboral de los empleados del Estado y el cierre de empresas como la aerolínea nacional, el correo, los trenes y los medios públicos; lo que influirá en el índice de desempleo en las cuatro regiones del país.
A partir de esta crítica situación -provocada no solo por la pandemia sino por la caída en los precios del petróleo- han comenzado iniciativas de trueque en ciudades grandes ecuatorianas como Quito, Guayaquil y Cuenca, pero los indígenas lo practican desde tiempos ancestrales.
Trueque y productos procesados
El trueque se realiza no solamente entre las nacionalidades indígenas de la Amazonía sino también con regiones vecinas.
«La Sierra ecuatoriana tiene un tipo de productos, la Amazonía tiene otro tipo de productos, así que hacemos el truque, pero ahora con la pandemia no podemos hacerlo en grandes cantidades, porque a veces no tenemos movilización y en otras las vías están cerradas», explica Patricio Shiguango, presidente de las organizaciones indígenas de Napo, de nacionalidad kichwa.
Sin embargo, las nacionalidades no consumen solo lo que cultivan; los productos procesados de las ciudades también se han integrado a su dieta.
«Nosotros siempre hemos hablado de la soberanía alimentaria, de tener la chacra con la yuca, el plátano, la papaya, los árboles frutales, la papa china, pero nuestros hijos e hijas están acostumbrados a saborear otros sabores de la ciudad, entonces practicamos el trueque», cuenta Lourdes Jipa.
El recurrir a los productos de la ciudad no siempre responde a una cuestión de paladar, explica la antropóloga Andrea Bravo.
«Hay zonas como Miwaguno, donde hay casos de Covid-19 detectados, en los que la cercanía con la carretera redujo sus posibilidades de subsistencia tradicional, había problemas con los cultivos que la gente relacionaba con la contaminación, los ríos tenían poquísimo pescado; ellos para mantener su dieta dependían de atún, aceite y arroz, no dependían 100% de la selva».
Los alimentos procesados han provocado la aparición de nuevas enfermedades entre las nacionalidades indígenas como diabetes, presión alta y anemia, pero a veces son la única solución ante la escasez de productos locales.
En abril de este año, y como si la pandemia no fuera suficiente, se produjo un derrame de petróleo en los ríos amazónicos Quijos, Napo y Coca que obligaron a suspender la pesca, principal fuente de alimentación de la región.
Productos tradicionales y medicina occidental
Así como conviven los productos de la tierra con los alimentos procesados, en la Amazonía se recurre tanto a las medicinas ancestrales como a los productos farmacéuticos, aunque la pandemia también ha producido sus desequilibrios en esta convivencia.
«Los compañeros ven las noticias de lo que pasa en Guayaquil y prefieren morir en la casa que en el hospital, porque temen contagiarse ahí, donde lo único que ponen son esos tubos que lo matan a uno y no regresa más, por eso tomamos nuestras medicinas», manifiesta Rosa Cerda, Vicepresidenta de la CONFENIAE.
Los entrevistados por BBC News Mundo de las distintas nacionalidades indígenas hablan de productos naturales como la planta de la verbena, del ajo de monte; de las aguas de jengibre y del limón; del árbol de bálsamo, la cáscara de sangre de drago y de la hoja de menta.
El gobernador de Morona Santiago, Juan León, ha sido médico durante décadas en esa provincia y, con respecto a la medicina tradicional, indica que él no puede desconocer la fe que tienen los habitantes de las nacionalidades en los productos naturales.
«No tienen un valor científico, pero hacen sentir bien a los ciudadanos y los factores sociales y ambientales son muy importantes, aunque como médicos no podemos afirmar que tengan una eficacia contra el coronavirus».
Sin embargo, el recurrir a la medicina ancestral no es solo una estrategia, a veces es una respuesta a la falta de otro tipo de medicinas, como en Miwaguno.
«Los médicos detectaron en Coca (capital de Orellana) que había una mujer de aquí que estaba contagiada, y vinieron a detectar más, pero vinieron vacíos, sin medicamentos; les dijimos que traigan paracetamol pero nada, entonces la gente está cabreada y todo el mundo, contagiado o no, está tomando medicina ancestral», cuenta a BBC News Mundo el líder huaorani de esa comunidad, Juan Eomenga.
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