Samuel Huntington en su trabajo sobre las olas democratizadoras experimentadas globalmente (1991), nos ilustra el conjunto de transiciones de regímenes autoritarios a democráticos: 1) el reemplazo o proceso de cambio cuando la oposición política hace sucumbir al régimen autoritario; 2) la transformación, que que es básicamente un acuerdo de élites; y 3) “el transplazo”, combinación de transformación y reemplazo al decir de Herbert Koeneke (2010), “cuando el gobierno y la oposición han actuado conjuntamente para concretar el cambio.
Por Orlando Viera-Blanco/Nuevo Herald
Pero también nos habla de procesos de reconversión de democracias a autocracias. Veamos.
LAS OLAS DEMOCRÁTICAS Y AUTORITARIAS
Vale destacar la simbiosis de “democracias autoritarias” y “democracias electorales”, en las cuales a pesar de existir libertades ciudadanas o elecciones populares, se recurren a medidas de control de estado para “garantizar bienestar social”.
Tenemos en el caso de Singapur a Lee Kuan Yew, hombre fuerte de ese país, que entre 1981 y 1990 experimentó un crecimiento promedio de 6.3% del PNB. Lee Kuan Yew justificó las restricciones a la libertad como un mecanismo indispensable para el rápido crecimiento económico. Sin embargo, Lee Kuan debió admitir, según comenta Koeneke en su trabajo sobre libertades políticas y ciudadanas (2010), “que una vez alcanzados ciertos niveles de industrialización, de educación y de urbanización, se debe permitir la participación ciudadana y la instauración de mecanismos de representación política”.
Hemos estado tres veces en Singapur desde el año 2003. Hemos sido testigos de la evolución económica y el desarrollo integral de esta nación ubicada casi en el mismo paralelo (tropical) de Venezuela, por lo que desmitifica que en territorios cálidos no existe desarrollo sustentable.
La modernidad, la educación, la seguridad ciudadana, la salud y la pulcritud de sus infraestructuras, todo enmarcado en una rigurosidad del respeto a la ley a ritmo de cadena perpetua en caso de corrupción, o penas capitales en caso de tráfico de drogas, han llevado a Singapur —una pequeña isla septentrional— a ser uno de los países con mayor ingreso per cápita, un territorio que no posee riqueza alguna y “hasta el aire” tienen que arrendarlo para contrarrestar el fenómeno meteorológico de la calima.
Venezuela fue un caso inverso a las olas de Huntington. La coalición democrática fue reemplazada por la ola autoritaria con fachada electoral de Hugo Chávez. Una población hastiada llevó a que el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andres Perez fuese “aplaudido” no sólo por las masas sino por intelectuales y notables empresarios, curas y académicos. Se gestaba entonces una ola de “transplazo” en Venezuela.
La clase política no le perdonó a Pérez distanciarse de ella; los notables vieron un mar de fondo donde bucear un nuevo régimen, y entre magistrados y medianoche, enjuiciaron más políticamente que jurídicamente, al hijo ilustre de la ciudad de Rubio.
Comenzaba una ola retrógrada de desplazar una democracia ejemplar en la región a una revolución salvaje. Un fenómeno poco visto en el mundo e inédito en Latinoamérica, que parafraseando a Huntington lo llamaríamos la cuarta ola: “el rapazo”, un nuevo modo de saqueo autoritario.
Entre 1890 y 1925 el mundo vivió la mutación de monarquías, gobiernos feudales e imperiales a 30 regímenes democráticos. Entre la década de los 40 a los 60, pasamos de gobiernos militares y fascistas a más de 30 democracias. Y de los 70 a los 90 (Brad Roberts, 1990), hemos vivido más de 35 transformaciones democráticas tras la muerte de regímenes unipartidistas, militares y presidencialistas.
La Venezuela de Hugo Chávez fue el retorno a un autoritarismo electorero además muy peculiar: rentista, expropiador, centralizador de los medios de producción, militarista y ansiosamente populista (consultar García Larralde, 2008; Krauze, 2008; Martín, 2005; Mires, 2007; Oppenheimer, 2005; Romero, 2009).
Nunca se había visto en América Latina un régimen involutivo-gendarme que de la mano de su sucesor, conduzca a un país a los niveles de pobreza, ingobernabilidad, violencia y miseria que ha vivido Venezuela en cuatro lustros.
SINGAPUR AL REVÉS
Decíamos que impedir el arrebato de la democracia o lograr su restitución, depende de una convicción ciudadana que entiende “que en democracia se vive mejor”. ¿Hemos aprendido la lección? ¿Es el Estado de Derecho la respuesta per se a una alternativa autoritaria? ¿Lo es el capitalismo liberal? ¿La democracia da de comer?
Terry Lynn Karl ha cuestionado la tesis que la vigencia del Estado de Derecho conduce automáticamente a la expansión de la participación ciudadana activa y al fortalecimiento democrático. Normalmente los reformistas privilegian sus posiciones y son las clases bajas las que sufren de las regulaciones o desregulaciones. Esa desigualdad estuvo presente en las reformas de la Venezuela de 1989 y el “Caracazo”.
Guillermo O´Donnell habla de un círculo virtuoso democrático que no ve con claridad “la virtud” de la igualdad. Y pronto nacen cuerpos regulatorios que favorecen a los “círculos virtuosos democráticos”, cunas profundas de peligrosas desigualdades (Karl, 2004). A partir de ahí los reemplazos, las transformaciones; los trasplazos o los rapazos, prosperan y el afán ciudadano termina siendo una ilusión.
Al decir de la quietud, aún deshojamos margaritas en el mar de fondo.
Si quieres recibir en tu celular esta y otras informaciones descarga Telegram, ingresa al link https://t.me/albertorodnews y dale click a +Unirme.