Con poco más de 20.000 casos de COVID-19 y 980 muertes, a pesar de su gran proporción de adultos mayores entre sus habitantes, Japón ha sido un caso notable en la pandemia del coronavirus. Algunos lo atribuyen al uso generalizado de las mascarillas, que en un 70% se compraban a China. Ante la posibilidad de una segunda ola de SARS-CoV-2 cuando termine el verano boreal, el gobierno decidió cambiar su estrategia de suministro: ha comenzado a dar subsidios a las empresas para que fabriquen barbijos en el país.
Desde febrero, cuando el inventario estaba prácticamente en cero, Japón ha duplicado su producción de mascarillas, citó el medio público japonés, NHK, al Ministerio de Economía. “El reciente aumento se debe a la reanudación de las importaciones, el aumento de la producción nacional y la entrada de empresas japonesas en el negocio”, siguió.
Las que fabrica Sharp son tan populares que en abril el sitio de la compañía colapsó por la demanda: desde entonces instauró un sistema de lotería para su venta, pero todavía “hay 100 veces más solicitudes que las que puede satisfacer la producción”, según NHK. En junio hubo filas frente a los locales de la empresa de moda Uniqlo, que comenzó entonces a vender paquetes de tres barbijos en tres tamaños hechas con el tejido especial para su línea AIRism; actualmente son furor en China como “mascarillas de verano”.
Incluso una firma de tecnología, Donut Robotics, creó una “mascarilla inteligente”, llamada C-Mask: un dispositivo de plástico flexible blanco al que se suma un cubrebocas común que ofrece amplificación de la voz y un traductor. Se conecta mediante Bluetooth a todos los teléfonos inteligentes y a algunas tabletas y funciona para ocho idiomas. Saldrá a la venta en septiembre con un precio de USD 40.
La marca de artículos para el hogar Iris Ohyama introdujo en Japón los equipos necesarios para fabricar materiales mediante el proceso de fundido por soplado, que elimina el tejido, y son fundamentales para hacer mascarillas. Son máquinas que perfeccionaron el método, que data de la década de 1960, por el cual se hacen micro y nanofibras a partir de un polímero fundido que se extrae a través de pequeñas boquillas rodeadas de gas de soplado de alta velocidad.
“La empresa apunta a constituir una línea de producción en Japón”, siguió NHK. “Muchos fabricantes han tenido problemas para conseguir cantidades suficientes de este material, que en su mayoría se importaba de China”. Y si bien resta por ver qué sucederá en el futuro, cuando la pandemia termine, actualmente una encuesta reveló que “el 75% de los consumidores prefieren mascarillas hechas en Japón”.
En abril el gobierno japonés pagó USD 430 millones a tres empresas locales para que fabricasen mascarillas de tela que se distribuirían de manera urgente como parte del combate contra el coronavirus: el objetivo era suministrar a cada hogar dos cubrebocas lavables y reutilizables. Pero muchas quejas sobre productos manchados o con moho causaron críticas del manejo de la pandemia. Como no se pudo determinar si eran los barbijos defectuosos eran los fabricados por Kowa, por Itochu o por Matsuoka, el Ministerio de Salud solicitó a las tres compañías que endurecieran las inspecciones.
Desde entonces hubo numerosos emprendimientos para aspirar al autoabastecimiento nacional de mascarillas, como las lavables y antibacterianas hechas con tejido de punto de papel washi, que creó Sato Seni en enero de 2020, “al enterarse de que la demanda de mascarillas comenzaba a aumentar” y para “aprovechar el potencial que tiene su tejido en mascarillas de uso común pero de alta funcionalidad, según informó Nippon.com. También hay otras de seda 100%, llamadas Fairy Silk Mask, de Kyoto Silk, “muy populares entre las mujeres con piel sensible o delicada”.
NHK ponderó que “la clave para sostener la producción nacional será apoyar a las empresas durante los períodos de volatilidad de los precios de las materias primas y los productos acabados”. En particular si se considera que los ejecutivos que encabezaron estos nuevos emprendimientos o reconversiones fabriles dijeron que “tuvieron dificultades para intentar poner en marcha la producción, incluso una vez que sus instalaciones estaban completamente equipadas, debido a los bajos márgenes de beneficio de los tejidos especializados”.
En principio, terminar con la dependencia de China para proveer a la población de un producto que podría ser crítico en una segunda ola de COVID-19 es un objetivo que se puede lograr: “El autoabastecimiento y el desarrollo de inventarios estratégicos pueden ser fundamentales para mitigar cualquier riesgo”, según el medio público. Pero también existe una posibilidad de negocio más allá de las fronteras de Japón: la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) señaló que la demanda mundial actual de barbijos podría ser 10 veces superior a la capacidad de producción.
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