El líder del Parlamento, el vicepresidente de la República y la viceprimera ministra en Cuba son negros. Pese a ello, a casi seis décadas de una proclamación de igualdad hecha por la revolución cubana, el racismo permanece en la vida doméstica.
AFP
«El racismo en Cuba es muy hipócrita (…) Nadie dice yo soy racista, aunque lo sea», afirma a la AFP el investigador Tomás Fernández, de 79 años, autor de varios libros sobre el tema.
Las políticas públicas en la isla buscan atender siglos de desigualdad tras la esclavitud (abolida en 1886), promueven acceso a la educación superior y a cargos públicos. Pero el racismo prevalece, y rara vez se aborda en los medios estatales.
En el argot local, la mujer blanca que tiene un novio negro «quema petróleo» o «está atrasando la raza», pero él, la «adelanta».
El académico y etnólogo, Jesús Guanche, delimita una veintena de definiciones para aludir a los colores de piel, entre ellas el «negro-azul» (de piel muy oscura), y los cubanos se refieren al cabello crespo como «malo».
«Hay algo que es un lastre, que sí está, muy sutil, que es el prejuicio que sigue funcionando», opina el pintor Salvador González, de 71 años y artífice en La Habana de El Callejón de Hamel, un bastión de la rica herencia africana.
El activista afro Alexander Holl, de 22 años y estudiante de Historia, sostiene que en la isla el color de la piel «influye mucho» en las relaciones.
«Es común que muchas familias blancas le digan (a sus hijos) que no se relacionen con tal o mas cual muchacho (afrodescendiente)», y «cuando uno desea estar con una muchacha blanca, se da cuenta de que eso a veces es un impedimento», ilustra.
-No hay «odio racista»-
Reconociendo la magnitud del problema, el presidente Miguel Díaz-Canel anunció en noviembre un programa para «eliminar definitivamente los vestigios del racismo».
En Cuba, sólo el 9,3% de sus 11,2 millones de habitantes se reconoce negro, un 26,6% se admite mestizo, mientras que el 64,1% se dice blanco, según el censo de 2012.
El opositor Manuel Cuesta (57), afrocubano, considera que en Cuba hay «un racismo simbólicamente cordial, de vestigios y remanentes, estructuralmente oculto, instalado en las dinámicas económicas, institucionales y políticas» del país.
El debate racial reapareció recientemente impulsado por las protestas tras el crimen contra George Floyd en Estados Unidos, y la reciente muerte del afrocubano Hansel Hernández, 27 años, acusado de robo, en un presunto enfrentamiento con la policía.
«Ambos hechos han puesto el tema racial de nuevo en la discusión, aunque el debate real se vive en las redes sociales», opina Cuesta. Sectores críticos del gobierno vincularon a Hansel con Floyd.
«Un hecho lamentable, pero que no puede asociarse ni analizarse como si fuera un crimen racista. Aquí (en Cuba) no existe ese odio racista», precisa Fernández.
Para el investigador Roberto Zurbano, existe sí una «carga racial» y un «itinerario de carencias que accidentaron la malograda vida» de Hansel, «su entorno social y su bajo nivel de expectativas».
-Racismo en las calles-
En 1962, Fidel Castro dio por superada la discriminación racial. Pero eso no la detuvo.
Según un estudio el instituto alemán GIGA en 2019, en Cuba el 50% de los blancos aseguran tener una cuenta bancaria contra solo el 11% de los negros; el 31% de los blancos ha viajado al extranjero contra el 3% de los negros. Y los blancos controlan el 98% de las empresas privadas.
«Éramos románticos y no percibimos que el problema de la discriminación racial era mucho más profundo», y que «no desaparece por una ley», se lamenta Fernández.
En 2003, Castro admitió un racismo subyacente «asociado a la pobreza y a un monopolio histórico de los conocimientos» por parte de los blancos.
En el Parlamento, el 40,5% de los 605 diputados son negros y mestizos, incluyendo su presidente Esteban Lazo. También la mayoría de miembros del Consejo de Estado, el vicepresidente del país Salvador Valdés y la viceprimera ministra, Inés Chapman.
Holl llama a no caer en la trampa oficial de «medir el número de negros y mestizos que hay en el parlamento o en el gobierno, para demostrar que el racismo no existe».
«El verdadero racismo está en las calles, en las condiciones estructurales y económicas endebles que tiene la población negra y mestiza», argumenta.
«Que tú me garantices un derecho en la ley, no significa que yo tenga todas las condiciones económicas y sociales para hacer válido ese derecho», sentencia Holl.
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