Javier Pérez* estuvo al menos 3 meses sin poder producir en su negocio de venta de perro calientes en Plaza Venezuela. Cuando declararon la cuarentena por Covid-19 en marzo, pensó que podría sobrevivir un mes sin trabajar, luego se dio cuenta que todo se extendía y se planteó buscar opciones.
“Ingénienselas”, fue el consejo de uno de los funcionarios durante un encuentro con los afectados. Cada quién pensó en buscar alquileres de locales o espacios al aire libre de residencias cercanas dónde pudieron instalar los establecimientos rodantes.
Pensaron en atraer clientes con ‘bombeadores’, nombre que asignaron a los jóvenes que con coloridos carteles, en los que se contempla el menú, invitan a los vehículos que rodean la zona a deleitarse con los tradicionales “callejeros con todo”. Cuando lo logran, los ‘bombean’ al local. En el caso de Javier, fueron dos bombeadores los que contrató para la intensa tarea que arranca a las 12 del mediodía y puede culminar, en un buen día, a las 11 de la noche.
Esta figura obtiene un ingreso de 20 dólares (7.000.000 de bolívares, de acuerdo a la tasa oficial) a la semana. Este monto puede ampliarse, dependiendo de las comisiones. La mayoría son hombres jóvenes que no superan los 25 años de edad. Saben cómo convencer a los potenciales comensales hablándoles de las medidas de bioseguridad en cada puesto de atención así como las bondades del nuevo servicio, que puede incluir delivery hasta el vehículo, similar a las grandes franquicias de comida rápida.
Pueden atender un mínimo de 10 nuevos clientes al día, otros -los más antiguos- ya llegan directo al establecimiento, que bien pudieron ubicar por las redes sociales de cada negocio. También les toca lidiar con policías municipales o nacionales, funcionarios de mayor rango e incluso uno que otro ministro, que exigen retirarlos a todos de la vía. En ocasiones, los bombeadores o sus contratantes resuelven con un pago extraoficial o se refugian por una hora y vuelven.
Javier, de 22 años, se siente tranquilo de haber podido reactivar el trabajo al que se ha dedicado por 5 años en Plaza Venezuela. Y aunque ha percibido pérdidas en los últimos meses, así como dificultad en la búsqueda de productos y elevados costos, lo ve como una inversión mientras se supera la emergencia sanitaria, para conservar su puesto.
Va jugando con los precios, que varían entre 1 dólar por un perro caliente simple, hasta 7 dólares por una hamburguesa especial, en un país donde el salario mínimo se ubica en 1,15 dólares (400.000 bolívares). Otro de los encargados en un puestico cercano, el que activaron en el salón frontal de una residencia prefirió no contar su testimonio, precisamente para evitar hablar de los precios que ya le han cuestionado.
Y mientras la pandemia no parece detener su curso en Venezuela, registrando en el último día (sábado 5 de septiembre) 1.192 casos, Javier, que no cree en el virus y su alcance por no conocer a nadie cercano que lo padezca, dice que seguirá respetando las medidas, a la espera de que todo pueda normalizarse, al menos en ese aspecto.
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