Pérez, de 47 años, dice que de las ocho enfermeras que se supone deben estar en el turno de noche, ahora solo trabajan tres. El resto se ha ido del país o ha aceptado otros trabajos para ganar más dinero.
“Les cuento el día a día de una licenciada de enfermería, que lastimosamente, a veces, da dolor por el sueldo que estamos generando (…) entre tres y medio a cuatro dólares”, dijo Pérez en su casa mientras se alistaba para su jornada nocturna en el hospital público JM de los Ríos, donde trabaja desde hace 12 años.
Pérez es una de las más de 100.000 enfermeras que luchan por ganarse la vida con salarios que han sido diezmados por la inflación galopante, mientras que también enfrenta un gran riesgo de coronavirus debido a la falta de equipo de protección y escasez de agua corriente, según denuncian los gremios.
Entre marzo y principios de septiembre, al menos 26 enfermeras han fallecido a causa de COVID-19, según el grupo no gubernamental Médico Unidos Venezuela, y la asociación de enfermeras dice que al menos 4.000 han emigrado desde 2016 debido a la crisis económica.
La terrible situación de los profesionales de la salud de Venezuela amenaza con debilitar la capacidad para controlar la pandemia. El país ahora tiene unos 54.000 casos confirmados de coronavirus y 436 muertes, según datos oficiales, una carga de casos relativamente baja en comparación con muchos de sus vecinos sudamericanos, aunque opositores y especiales afirman que los contagios y muertes son más y que el régimen de Nicolás Maduro miente en las cifras.
La enfermera Flor Pérez sostiene un vaso de agua para su hijo en su casa en un vecindario de Caracas. Venezuela, 26 de agosto de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
El Ministerio de Información no respondió de inmediato a una solicitud de comentarios.
El régimen de Maduro dice que el país cuida a su personal médico gracias a las donaciones hechas por Rusia y China, entre otros, que han ayudado a Venezuela a superar la escasez.
El régimen dice que las críticas al sistema hospitalario del país son fabricaciones de la oposición destinadas a empañar la reputación del gobierno.
La enfermera Vanessa Castro rocía líquido desinfectante en las manos de las personas en la entrada de un mercado público en Maracay, en medio del brote global de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), en Venezuela el 4 de septiembre de 2020. Fotografía tomada el 4 de septiembre de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
TRABAJOS SECUNDARIOS
Pérez dice que atiende a niños con neumonía y, en algunos casos, con casos sospechosos de COVID-19, pero que el hospital, en el mejor de los casos, proporciona mascarillas, y a veces ni siquiera eso.
“Es fuerte para nosotros porque no son nuestros hijos, pero también nos duelen”, dijo Pérez, madre de 4 hijos y una de ellos, Chiquinquirá de 12 años, con síndrome de Down.
Venezuela está sufriendo un colapso económico de seis años causado por una política económica disfuncional que alimentó la hiperinflación y una migración de casi 5 millones de ciudadanos. Estos problemas se han visto acelerados por sanciones que limitan la capacidad del país para importar bienes, incluido el combustible.
Vanessa Castro, de 40 años, enfermera en un hospital público en Maracay, al suroeste de Caracas, tiene que trabajar en un mercado popular de alimentos donde ofrece gel antibacterial para las manos a los clientes, no solo para pagar su propia comida sino también para comprar equipo de protección personal.
“Antes no había el riesgo que hay ahora para trabajar. También somos seres humanos y tenemos familias, sentimos temor, hacemos con entrega nuestro trabajo, pero no es fácil”.
Castro dijo que podría ganar más dinero en una clínica privada, pero la mayoría de esos trabajos implican el manejo directo de personas con coronavirus.
Tratar enfermos con el virus “es lo menos que quisiera por ahora”, dijo Castro, a quien le preocupa infectar a su esposo y sus dos hijas.
El sistema hospitalario ha estado en continuo deterioro durante años debido a la escasez crónica de agua, los apagones constantes y la pérdida de personal médico debido a los bajos salarios.
Pérez solía recibir remesas de ocho a 12 dólares de su esposo Gregory, quien trabajaba en un mecánico de motocicletas en Perú, pero perdió su trabajo durante la pandemia.
La enfermera Vanessa Castro se quita la mascarilla cuando llega a casa después de un turno de noche en el Hospital Central de Maracay, en medio del brote global de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), en Venezuela el 4 de septiembre de 2020. Foto tomada el 4 de septiembre de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
Ahora vende refrescos en su casa para ganar poco dinero extra.
No cree que pueda decidirse a dejar su trabajo en el hospital porque dice que los niños están demasiado cerca de su corazón, pero le preocupa cómo sobrevivirá a la situación.
Pérez es enfática: “si no nos va llevar (acabar) el COVID, nos va a llevar la situación” económica, agregó mientras preparaba su cena que comería en el hospital, una pequeña arepa frita y medio aguacate.
Reuters
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Pérez, de 47 años, dice que de las ocho enfermeras que se supone deben estar en el turno de noche, ahora solo trabajan tres. El resto se ha ido del país o ha aceptado otros trabajos para ganar más dinero.
“Les cuento el día a día de una licenciada de enfermería, que lastimosamente, a veces, da dolor por el sueldo que estamos generando (…) entre tres y medio a cuatro dólares”, dijo Pérez en su casa mientras se alistaba para su jornada nocturna en el hospital público JM de los Ríos, donde trabaja desde hace 12 años.
Pérez es una de las más de 100.000 enfermeras que luchan por ganarse la vida con salarios que han sido diezmados por la inflación galopante, mientras que también enfrenta un gran riesgo de coronavirus debido a la falta de equipo de protección y escasez de agua corriente, según denuncian los gremios.
Entre marzo y principios de septiembre, al menos 26 enfermeras han fallecido a causa de COVID-19, según el grupo no gubernamental Médico Unidos Venezuela, y la asociación de enfermeras dice que al menos 4.000 han emigrado desde 2016 debido a la crisis económica.
La terrible situación de los profesionales de la salud de Venezuela amenaza con debilitar la capacidad para controlar la pandemia. El país ahora tiene unos 54.000 casos confirmados de coronavirus y 436 muertes, según datos oficiales, una carga de casos relativamente baja en comparación con muchos de sus vecinos sudamericanos, aunque opositores y especiales afirman que los contagios y muertes son más y que el régimen de Nicolás Maduro miente en las cifras.
La enfermera Flor Pérez sostiene un vaso de agua para su hijo en su casa en un vecindario de Caracas. Venezuela, 26 de agosto de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
El Ministerio de Información no respondió de inmediato a una solicitud de comentarios.
El régimen de Maduro dice que el país cuida a su personal médico gracias a las donaciones hechas por Rusia y China, entre otros, que han ayudado a Venezuela a superar la escasez.
El régimen dice que las críticas al sistema hospitalario del país son fabricaciones de la oposición destinadas a empañar la reputación del gobierno.
La enfermera Vanessa Castro rocía líquido desinfectante en las manos de las personas en la entrada de un mercado público en Maracay, en medio del brote global de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), en Venezuela el 4 de septiembre de 2020. Fotografía tomada el 4 de septiembre de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
TRABAJOS SECUNDARIOS
Pérez dice que atiende a niños con neumonía y, en algunos casos, con casos sospechosos de COVID-19, pero que el hospital, en el mejor de los casos, proporciona mascarillas, y a veces ni siquiera eso.
“Es fuerte para nosotros porque no son nuestros hijos, pero también nos duelen”, dijo Pérez, madre de 4 hijos y una de ellos, Chiquinquirá de 12 años, con síndrome de Down.
Venezuela está sufriendo un colapso económico de seis años causado por una política económica disfuncional que alimentó la hiperinflación y una migración de casi 5 millones de ciudadanos. Estos problemas se han visto acelerados por sanciones que limitan la capacidad del país para importar bienes, incluido el combustible.
Vanessa Castro, de 40 años, enfermera en un hospital público en Maracay, al suroeste de Caracas, tiene que trabajar en un mercado popular de alimentos donde ofrece gel antibacterial para las manos a los clientes, no solo para pagar su propia comida sino también para comprar equipo de protección personal.
“Antes no había el riesgo que hay ahora para trabajar. También somos seres humanos y tenemos familias, sentimos temor, hacemos con entrega nuestro trabajo, pero no es fácil”.
Castro dijo que podría ganar más dinero en una clínica privada, pero la mayoría de esos trabajos implican el manejo directo de personas con coronavirus.
Tratar enfermos con el virus “es lo menos que quisiera por ahora”, dijo Castro, a quien le preocupa infectar a su esposo y sus dos hijas.
El sistema hospitalario ha estado en continuo deterioro durante años debido a la escasez crónica de agua, los apagones constantes y la pérdida de personal médico debido a los bajos salarios.
Pérez solía recibir remesas de ocho a 12 dólares de su esposo Gregory, quien trabajaba en un mecánico de motocicletas en Perú, pero perdió su trabajo durante la pandemia.
La enfermera Vanessa Castro se quita la mascarilla cuando llega a casa después de un turno de noche en el Hospital Central de Maracay, en medio del brote global de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), en Venezuela el 4 de septiembre de 2020. Foto tomada el 4 de septiembre de 2020. REUTERS / Manaure Quintero
Ahora vende refrescos en su casa para ganar poco dinero extra.
No cree que pueda decidirse a dejar su trabajo en el hospital porque dice que los niños están demasiado cerca de su corazón, pero le preocupa cómo sobrevivirá a la situación.
Pérez es enfática: “si no nos va llevar (acabar) el COVID, nos va a llevar la situación” económica, agregó mientras preparaba su cena que comería en el hospital, una pequeña arepa frita y medio aguacate.
Reuters
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