Cuando llega el agua Johana Landaeta se levanta a las 2:00 am y extiende una manguera hasta una toma común, al final de su calle. Se mudó al barrio Las Casitas de los Guayos cuando tenía 14 años, ahora tiene 42 y todavía no corre la primera gota por los grifos de su casa de manera permanente.
El suministro nunca ha sido constante, pero desde que se dañó la bomba principal del sector, hace cinco años, conseguir el líquido vital se ha convertido en un completo suplicio. “La ponen tres días y la quitan cuatro, pero no a todos les llega”, explicó Justo Mendoza, miembro del consejo comunal.
La casa de Francisco Hernández es una de esas donde, como en la de Johana, el agua no hace presencia por las vías regulares. En el desespero, conecta su manguera en la toma de residentes de Las Agüitas a cambio de dos productos de la cesta básica. “Debo pagar porque tengo dos hijos y sin agua cómo les lavo los corotos, cómo los baño”.
La renta
Para Cristopher Rodríguez el problema no es sólo la falta del preciado líquido, sino los alarmantes colores con los que sale de su llave. “Si no es marrón, es amarilla y huele a cloacas. Nadie en su sano juicio va a utilizar agua de esa naturaleza para cocinar o beber”.
La notoria insalubridad ha obligado a las mil 200 familias del barrio a comprar agua potable en llenaderos que han proliferado en los alrededores durante los últimos años.
En un núcleo de 4 personas se necesitan al menos 16 botellones al mes, lo que requiere de una inversión de 960 mil bolívares aproximadamente, más del doble del salario mínimo nacional. “A veces compramos más botellones si los utilizamos para bañarnos”.
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