Durante el día, extranjeros menores de edad van a la secundaria. Por la noche, trabajan en fábricas para pagar deudas del viaje y mandar dinero a sus familias. El trabajo infantil no sorprende a las autoridades. Tampoco están haciendo mucho sobre el tema.
Es un poco antes de las seis de la mañana y todavía está oscuro cuando García regresa a casa del trabajo esta mañana de octubre. El apartamento donde vive con su tío y su tía está en silencio. Ya se han ido a sus puestos de trabajo.
Después de nueve horas regando a alta presión maquinaria en una planta de procesamiento de alimentos, García está cansado y hambriento. Pero tiene menos de una hora para prepararse para ir a la escuela secundaria, donde es estudiante de tercer año. Se ducha rápidamente, se viste, y recalienta restos de un caldo de pollo como la comida que él llama su cena. Entonces se bebe de un trago un poco de café, se lava los dientes y sale para alcanzar el autobús del colegio que espera cerca del límite del extenso complejo de apartamentos.
Aquí en el suburbio de Chicago conocido como Bensenville, y en lugares parecidos a lo largo de Estados Unidos, adolescentes guatemaltecos como García pasan sus días en clases aprendiendo inglés y álgebra y química. Durante la noche, mientras sus compañeros de clase duermen, ellos trabajan para pagar deudas a los coyotes que les ayudaron a cruzar y a sus patrocinadores, para contribuir en el pago de alquileres y facturas, para comprar provisiones y zapatos, y para mandar dinero a casa a los padres y hermanos que dejaron atrás.
Están entre las decenas de miles de jóvenes que han llegado a Estados Unidos durante los últimos años, algunos como menores no acompañados, otros junto a uno de sus progenitores, y fueron parte de una ola de migrantes centroamericanos solicitando asilo en el país.
En la zona de Urbana-Champaign, sede de la Universidad de Illinois, oficiales de uno de los distritos escolares dicen que niños y adolescentes reparan tejados, lavan platos y pintan apartamentos universitarios fuera del campus. En New Bedford, Massachusetts, un líder sindical guatemalteco de origen indígena ha escuchado quejas de trabajadores adultos en la industria de empacadoras de pescado que están perdiendo trabajos que van a jóvenes de 14 años. En Ohio, hay menores trabajando en peligrosas plantas de procesamiento de pollo.
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