Un pedido de Deliveroo se perdió en el camino el domingo pasado. La plataforma global de comida a domicilio tuvo que avisar al cliente de que una incidencia imposibilitaba la entrega. El motorista que transportaba el paquete había fallecido tras chocarse con un camión de la basura en la confluencia de las calles de Tomás Borrás y de Embajadores, en Madrid. Se llamaba Néstor Alexander Pérez, de 48 años, un venezolano corpulento que ejercía la abogacía en su país. Allí colgó la toga tras recibir varias amenazas, pero el cambio de profesión y de país no le libró de una muerte prematura.
Pese al toque de queda que impera en la capital, el servicio a domicilio se presta hasta la medianoche. Una hora antes Néstor recibía en su teléfono el mensaje con las indicaciones del último envío del día, aquel que le costó la vida. La Policía Municipal todavía investiga las causas del siniestro mortal. Dos enfermeros del hospital Clínico San Carlos y otro jubilado del Samur escucharon la colisión desde sus viviendas y bajaron a socorrer a la víctima, que entró en parada cardiorrespiratoria tras fuertes traumatismos en la cabeza y el pecho. En medio de la reanimación, el móvil de Néstor comenzó a sonar. La pantalla indicaba que la llamada se producía desde Caracas. Uno de los sanitarios descolgó, elevando la voz por encima de las sirenas:
—Néstor, cielo, ¿qué pasa?
—Néstor está inconsciente porque ha sufrido un accidente. ¿Tiene familiares o personas cercanas en Madrid?
Fue entonces cuando la prima del otro lado del charco avisó de lo sucedido a Marcos Pérez, de 45 años y hermano del fallecido, quien se presentó en el lugar de los hechos. A la altura del número 168 de la calle de Embajadores se agolpaban las ambulancias y los coches patrulla, aunque la pelea por la vida del repartidor estaba perdida de antemano y este falleció en el acto. Dos psicólogos, vestidos con bata blanca, se aproximaron a Marcos: “No tuvieron que abrir la boca, por su gesto intuí lo que había sucedido. Mi hermano murió sobre el mismo asfalto que recorría cada día”. A raíz de la crisis sanitaria, Néstor abandonó Glovo —aún utilizaba su macuto cuadrado y amarillo— y trabajaba como repartidor sustituto de Deliveroo.
Operaba con la licencia de otro autónomo que delegó en él su actividad profesional, tal vez para tomarse un descanso o por alternancia con otro empleo. En ocasiones esta clase de acuerdos incluyen el pago de una comisión, pero se trata de una figura legal que no exime del cobro del seguro por accidente.
Según la firma británica, este incluye hasta 3.000 euros para cubrir los gastos derivados del sepelio y una indemnización de 50.000 euros. La noticia de que la compañía financiará los servicios fúnebres llegó después de que los compatriotas del fallecido organizaran una colecta. David Placer, periodista venezolano afincado en Madrid, realizó un llamamiento a la solidaridad que su legión de seguidores en Instagram se encargó de amplificar.
En pocas horas el suceso llegó a una decena de portales digitales caraqueños, donde se describe a Pérez como “hijo de la diáspora nacional”. El repartidor tenía sus papeles españoles en regla. Como demandante de asilo, contaba con un Número de Identidad de Extranjero (NIE) que le permitió apuntarse en las diferentes plataformas del reparto a domicilio. Antes, aún como inmigrante irregular, “pintó pisos, cargó camiones e hizo mudanzas”, según relata su hermano. Llegó a Madrid con su pareja, de quien se separó el año pasado, una ruptura que lo llevó a compartir piso con otros cuatro colegas cerca de la Plaza Mayor. En las inmediaciones se encuentran algunas de las paradas de repartidores más concurridas, donde ciclistas y motoristas esperan a recibir el pedido que deberán repartir.
Con todo, se diría que Néstor tuvo otras aspiraciones. Se preparaba para la prueba de conocimientos constitucionales y socioculturales de nuestro país, uno de los requisitos establecidos en las leyes para la concesión de la nacionalidad española. Y nunca perdió la esperanza de retomar la abogacía: quería ahorrar para asociarse en un prestigioso bufé latino, como relata Mariah Cibeira, de 28 años y una de sus compañeras de piso. Ella le recuerda como “un gran lector, que devoraba literatura política y económica de toda clase”. Desde Adam Smith, hasta los ilustrados franceses, pasando por las tribunas de varios pensadores contemporáneos que le mantenían conectado a los altibajos de su país.
Los libros, la ropa y el ordenador portátil permanecen en su dormitorio. “Es curioso que se marche tan pronto alguien con todos eso planes de futuro”, agrega la compañera. Durante largas temporadas, Pérez trabajó en el turno de noche. Llegaba a casa a las cinco de la mañana, pero se resistía a pasar amodorrado el resto del día. Últimamente caminaba cabizbajo y taciturno por los pasillos de su apartamento. Se había marchado de Glovo por falta de pedidos, pero la competencia tampoco le reportaba los ingresos suficientes como para subsistir. Planeaba, entonces, mudarse en marzo “a otro piso más barato, quizá en la periferia”, cuenta Cibeira. Aunque ello significara dejar atrás el epicentro madrileño del reparto.
El accidente mortal no fue el único percance laboral que sufrió Pérez. Hace 15 días se torció la muñeca, según relata su hermano. Sucedió frente a un semáforo en rojo, cuando la puerta de un vehículo se abrió sin previo aviso justo al paso del repartidor. Apoyando las manos sobre el coche, este evitó una aparatosa caída. El médico le prescribió reposo, pero al día siguiente tuvo que volver a la carretera. “Esto funciona así; si no trabajas, no cobras”, susurra Marcos. “Por eso mi hermano se pasaba el día de un lado para otro. Su vida era el trabajo, tenía poco tiempo para cualquier otra cosa. Supongo que todos los que venimos de fuera conocemos lo que es la supervivencia”.
La necesidad de ganarse la vida está presente hasta en las despedidas. El miércoles pasado Pérez aparcó la moto en la puerta del restaurante en el que trabaja Marcos y entró a saludarle. “¿Qué hay de nuevo, hermanito?”, le preguntó. Hacía varias semanas que no se veían, aunque intercambiaban mensajes a menudo. Se pusieron al día, rieron y soñaron juntos, hasta que el aviso de un nuevo pedido interrumpió la conversación. “Te dejo bro, me salió trabajito”, se despidió Néstor mientras agarraba el casco y la mochila. “Cualquier cosa me cuentas, eh”, contestó el menor. Aquella fue la última vez que vio a su hermano con vida.
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