El ‘huracán Bukele’ irrumpirá con fuerza en la Asamblea salvadoreña al lograr una victoria nunca vista antes en el país desde la llegada de la democracia, en 1992. El Presidente Nayib Bukele, logró una contundente victoria en las elecciones legislativas de este domingo al lograr el 65% de los votos. Con menos del 20% de las actas contabilizadas, la tendencia confirma la irrupción de su partido, ‘Nuevas Ideas’ (NI) en las instituciones del país centroamericano. Con estas cifras, Bukele no necesitará ni siquiera a otros partidos pequeños, ya que rozaría los 56 escaños y por tanto la mayoría absoluta en la Cámara. Las cifras confirman el hundimiento de los partidos tradicionales, la izquierda del Frente Farabundo Martí (FMLN) y la derecha de la Alianza Nacional Republicana (Arena) que han sido borrados del mapa.
La victoria de Bukele, la más contundente lograda nunca antes por un partido, es la sepultura del modelo surgido con la democracia, donde el FMLN y Arena representaban los bandos contendientes tras 12 años de guerra civl en los que El Salvador fue sangriento tablero de la Guerra Fría. Desde entonces, ambas formaciones se han alternado en el poder sin resolver ninguno de los principales problemas: El Salvador sigue siendo uno de los países más desiguales de América Latina y la corrupción se ha enquistado en el aparato del Estado: salvo el último presidente, Salvador Sánchez Cerén, los tres anteriores fueron encarcelados o huidos por el saqueo continuado de las cuentas públicas.
Bukele es el resultado de la putrefacción política y el desencanto colectivo. Hace tres años, una encuesta del Latinobarómetro de 2018 reveló que El Salvador era el país de América que menos importancia le daba a la democracia, apenas el 28% de la población, el apoyo más bajo del continente. Según esta encuesta, al 54% de la población le daba lo mismo vivir en una democracia que una dictadura.
Sobre estos escombros, Nayib Bukele ha construido un modelo político que carece de manual previo. Un movimiento asexuado, desprovisto de ideología y de un líder que no sea Bukele. Un fenómeno que le habla a los jóvenes e ignora los conceptos de izquierda y derecha porque prefiere hablar de “eficacia”. Un sunami azul-celeste que desprecia el pasado al calificar los Acuerdos de Paz de “farsa” y al que le sobra gran parte de la paquidérmica burocracia estatal porque al mandatario le basta un teléfono móvil para ordenar, aplaudir o cesar ministros públicamente en la redes sociales.
Se trata de una telecracia moderna que mide emociones de la ciudadanía en tiempo real para responder a lo que demanda y que propone sin pudor servicios de primer mundo. Para demostrarlo, Bukele levantó en pocos meses un hospital en el centro de la capital con más Unidades de Cuidados Intensivos de las que existían antes en todo el país sumando la sanidad pública y privada. Apoyado en las redes sociales, los términos milenial o cool se han quedado insuficientes para explicar un fenómeno político y social que incluye nepotismo, pero también esperanza e ilusión, dos términos ausentes de Centroamérica desde hace décadas.
Nayib Bukele ha insuflado razones para el orgullo en un país condenado a la violencia y la emigración pero que, sin embargo, vio como su presidente, la 117 economía mundial de 196 países, fue elegido por los principales líderes del globo para clausurar la última cumbre de Doha. Para desprenderse del bipartidismo, al presidente de 39 años le bastaron frases tan simples como: “Que devuelvan lo robado” que, repetida una y otra vez, ha terminado humillando al viejo modelo.
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