Con el rostro oculto bajo un sombrero, vistiendo sobretodo y lentes oscuros, el diputado opositor venezolano Ismael García caminó una madrugada de “los primeros meses de 2018” por una ruta clandestina entre el estado occidental del Táchira y Cúcuta, Colombia.
Por Gustavo Ocando Alex- VOA
No tiene fresca la fecha en que cruzó la frontera de su país, pero, asegura, no tuvo otra opción que el destierro para evitar lo que describe como una inminente decisión judicial de jueces leales al madurismo, que lo encarcelarían.
Recuerda haber llegado “con todo el dolor” al puente peatonal Simón Bolívar, por donde decenas de miles de venezolanos han caminado durante años para, sin planes de retorno, llegar a Colombia, viajar por tierra a otros países de Latinoamérica o hacer conexiones aéreas a destinos más lejanos.
En el punto de control de Migración Colombia, ya en suelo vecino, se retiró el atuendo de anonimato para identificarse y transmitirles un mensaje a cinco policías venezolanos que custodiaban los límites entre ambas naciones.
“Les dije: ‘ustedes también serán libres y este país va a cambiar’. Uno de ellos se puso agresivo. Volteé y decidí caminar hacia adelante. Salí caminando por una trocha como si fuera un delincuente”, cuenta a la Voz de América desde Costa Rica, en Centroamérica, donde vive en el exilio desde entonces.
Ismael Concepción García es un político de origen izquierdista, nacido hace 67 años en Curimagua, en el costeño estado de Falcón. Dos veces alcalde del municipio José Félix Ribas, de Aragua, fue uno de los principales aliados de Hugo Chávez en los primeros ocho de sus 13 años en el gobierno, antes de detractar de sus políticas por casos como el cierre de Radio Caracas Televisión, la reforma constitucional de 2007 o la promoción de la reelección indefinida.
Exmilitante del Movimiento Al Socialismo, fundó Podemos, un partido que la justicia entregó en 2012 a dirigentes leales al poder nacional. Especialistas lo consideran como la primera organización política que el chavismo judicializó.
García se defiende de los ataques por su pasado político, proyectándose como un don a quien “le montan cachos” o el dueño de una bodega de barrio cuyas ventas se van al subsuelo. “Solo los imbéciles no cambian de posición. A mí, Chávez no me levantó la mano” para reforzar su liderazgo político, afirma.
Ganó una diputación con el respaldo de la oposición en 2010, en tiempos cuando el chavismo dominaba la mayoría de los cargos por elección popular.
Con 37 por ciento de los votos del circuito 1 de Aragua, logró la reelección en 2015 en una votación en la que la Mesa de la Unidad Democrática arrasó.
Sus colegas lo valoran como uno de los sabuesos anticorrupción de la oposición venezolana. Sus investigaciones por lavado de dinero, narcotráfico y crímenes de varios de ministros, gobernadores, generales y otras figuras cercanas al chavismo se remontan a 2009 y han sido clave en demandas internacionales.
Ha acusado en las cortes de Florida y Nueva York a políticos como Diosdado Cabello y el exlíder de la inteligencia chavista, Hugo “El Pollo” Carvajal, a quienes Estados Unidos acusó penalmente el año pasado. A esa labor, y sus consecuencias judiciales, atribuye la urgencia de abandonar Venezuela.
“Ya la cama mía (caso judicial) estaba hecha. Tuve todas las informaciones del procedimiento que se estaba haciendo. Te allanan la casa, te meten balas, te acusan de terrorista. O salía del país o estaría en un sótano o muerto”, relata.
Su primera parada tras salir por Cúcuta fue Estados Unidos. En Norteamérica, precisa, siguió “la lucha contra la corrupción”, denunciando la existencia de al menos 200 empresas venezolanas vinculadas con los delitos que investigaba.
Pero decidió marcharse poco tiempo después a Costa Rica, un país centroamericano que fue destino de expresidentes exiliados, como Rómulo Betancourt, Jaime Lusinchi o Carlos Andrés Pérez, y que suele recordarle a la Venezuela de finales del siglo pasado, según describe.
Su exilio ha sido poco menos que solitario, a pesar de sus eventuales viajes al exterior para continuar con sus indagaciones sobre la corrupción chavista o del contacto frecuente con sus familiares y amigos, precisa.
“A veces, la gente piensa que uno ya no existe o algo así. Ha sido una lucha dura. El destierro, como decían los romanos hace 1.500 años, es lo peor que puede ocurrirle a un ser humano”, declara en entrevista con la VOA.
Dice extrañar “profundamente” a Venezuela, sus amigos, las arepas, sus costumbres. “Extraño a mi familia. Mis nietos están en distintos países con mis hijos. El 24 y el 31 de diciembre los pasé completamente solo”, comparte.
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