La grave crisis económica, acentuada con la pandemia, ha abierto la puerta al trabajo infantil en el Venezuela, cuyos jóvenes alegan que deben salir a la calle a resolver para ayudar en casa con la comida. La crítica situación en múltiples ocasiones los empuja a pedir dinero o alimentos perecederos, pues los crujidos del estómago no entienden de falta de dinero en casa.
Lorena Rojas | La Prensa de Lara
En los mercados municipales de ciudades como Barquisimeto en el estado Lara, se ha vuelto común ver a niños y adolescentes con una bolsa plástica transparente, se pasean de puesto en puesto, pidiendo a los comerciantes un poco de su mercancía, algunos tienen suerte de recibir algo, otros no tanto.
Algunos acuden acompañados de sus padres para hacer diversos trabajos como vender comida, recoger basura, hacer fletes o limpiar parabrisas, cuyo pago es destinado para comprar rubros que alimentan a una familia completa. Sin darse cuenta, dejan a un lado poder jugar con sus amigos, patear un balón en la cancha de fútbol o reunirse en grupos para estudiar, y se convierten en el sostén de sus hogares.
«Y a ti, ¿qué te dieron?», es la pregunta que se hacen cuando alguno de ellos recibe algún tipo de verdura, mientras se pasean por ese ambiente hostil y lleno de peligro que se vive en el playón de Mercabar, al oeste de la ciudad.
Al acercarse un extraño, están muy pendientes. «Yo ando con mi mamá, que está por allá», dicen con cierto nerviosismo pues, según los comerciantes, por las tardes el playón parece un «kinder», por la cantidad de menores que van solos a buscar alimentos para poder llevarse un bocado a la boca.
«Muchos andan solos», aseguró uno de los comerciantes, quien dijo que aunque quisiera darles a todos, no podría porque se quedaría sin mercancía.
Otra realidad que se vive en medio de los mercados, son aquellos pequeños que deben amoldarse a la extenuante rutina de sus padres, quienes ante la falta de clases presenciales y poco poder adquisitivo para pagarles a una persona para que los cuide, se los llevan al trabajo, unos con el fin de pasar el rato, otros de que aprendan lo dura que es la vida y el por qué es importante trabajar.
Tal es el caso de Martín, un adolescente de 14 años que se va con su tío a Mercabar y pernocta semanalmente desde las 4:00 p.m. hasta las 12:00 p.m. del día siguiente, esperando la mercancía que va a vender.
«Eso lo hago para ayudar a mi familia», dijo Martín, asegurando que pese a que sus padres trabajan, el dinero no les alcanza, por lo que intenta ayudarlos con el dinero que percibe trabajando vendiendo aguacates.
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