Los 27 ministros de Interior se reúnen hoy en Bruselas de forma extraordinaria para abordar la respuesta europea a una posible crisis migratoria afgana.
María Zornoza | El Confidencial
El mantra para evitar que la crisis migratoria de 2015 se reedite en las fronteras europeas lleva repitiéndose en los pasillos de Bruselas desde antes que los talibanes se hicieran con el control de Kabul. Ahora, con los fundamentalistas ya oficialmente a los mandos de todo el país, esta es la consigna de la primera reunión del Consejo de la UE en el que se analizará la situación de Afganistán desde la óptica de los refugiados y de sus implicaciones para el proyecto comunitario. “Queremos coordinar la postura europea sobre cómo responder al potencial impacto de la situación en Afganistán en materia de migración y de seguridad para la UE. El objetivo es desarrollar una batería de medidas que ayuden a prevenir un escenario como el de 2015, cuando los Estados miembros hicieron frente a una enorme presión migratoria”, señala la convocatoria del ministro de Interior esloveno, Ales Hojs, en nombre de la presidencia rotatoria del Consejo, que marca la agenda, el tono y los ritmos del bloque comunitario durante seis meses.
Los debates sobre refugiados son los más viscerales en la mesa de negociación europea. Más intensos incluso que los económicos o los de policía exterior. Los países aluden a las emociones, en uno y otro extremo, para defender sus posturas, en muchos casos radicalmente opuestas. Todavía resuena el ‘¡Merde alors!’ del ministro de Asuntos Exteriores luxemburgués Jean Asselborn ante los comentarios xenófobos de Matteo Salvini, cuando estaba al frente del ministerio de Interior italiano. La reunión de este martes en Bruselas, a la que asistirá el ministro español Fernando Grande-Marlaska, no se espera más amena. Las posiciones ya llegan enfrentadas. Las divisiones son notorias y públicas no solo entre los Estados miembros, también en torno a las propias instituciones. “Estoy claramente en contra de acoger a más gente”, señalan en Austria. “La UE no puede ayudar y pagar a todos los que huyen del mundo”, convergen en Eslovenia. Otros países como Grecia han ido más allá y han construido un muro de 40 kilómetros en su frontera con Turquía para prevenir un éxodo afgano.
En el punto medio, Alemania ha mostrado su voluntad a sacar del país a unas 40.000 personas del país centroasiático después de este 31 de agosto, día final de facto para la retirada de las tropas internacionales tras 20 años, aunque ya no queda ninguna bota extranjera en el nuevo Estado Islámico de Afganistán —como han renombrado los talibanes al país—. El presidente italiano, Sergio Mattarella, ha señalado recientemente que no acoger a los refugiados afganos “estaría en contra de los valores de la UE”. Por su parte, el Parlamento Europeo liderado por David Sassoli y la Presidencia eslovena comandada por el populista Janez Jansa también han tenido un encontronazo tórrido en redes sociales por el discurso anti-inmigración de Liubliana —que se presupone neutro durante los meses en los que se ejerce la presidencia—.
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