El informe de 2021 muestra que el disgusto con la política se refuerza entre los latinoamericanos, cansados por la incapacidad de sus gobernantes de poner fin a la desigualdad.
Carlos Salinas Maldonado | El País
Los habitantes de Macondo han despertado. Y no ha sido por la atracción que pueden generar los artilugios de gitanos, sino por la llegada de un bicho inesperado que les ha mostrado que son tratados como ciudadanos de segunda por sus élites. La comparación con la célebre historia de García Márquez la hace el Latinobarómetro de 2021, un informe que desde hace 25 años mide el pulso político y social de América Latina. Este año el estudio concluye que la pandemia de convid-19 ha puesto en los teléfonos móviles de cada persona pobre del continente la imagen de otro mundo donde la gente es tratada con mayor dignidad, con acceso a una mejor sanidad pública, ayudas sociales, protección. “El aumento de la conexión de Internet produce una revolución social al enseñarle al más analfabeto de los ciudadanos de la región que lo tratan mal, que es discriminado, que tiene derechos y que puede reclamarlos”, establece el informe. En definitiva, la covid ha reforzado el disgusto de los latinoamericanos con la política, ha aumentado el descontento social y ha puesto en jaque a unas élites incapaces de acabar con la desigualdad.
Además de una estela de muerte, la pandemia ha sumado 50 millones de pobres a una región que ya contaba con los porcentajes de desigualdad más altos del planeta. Latinoamérica acumuló al 20% de los contagios de covid en el mundo y el 30% de los fallecidos, lo que ha demostrado, según el informe, la debilidad de los Estados latinoamericanos para hacer frente a sucesos que ponen en riesgo a sus poblaciones. Pero también ha abierto los ojos de sus ciudadanos. “La pandemia termina siendo una lección de humanidad y de democracia, del derecho a ser tratado como igual, toda vez que cada persona observa cómo funcionan las sociedades en otras latitudes. Por primera vez masivamente, el ciudadano toma consciencia de su condición y aprende qué hacer con ella”, afirma el Latinobarómetro. El descontento se confirma con el rechazo generalizado al desempeño de las élites y una caída a la mitad en la aprobación de los gobernantes en toda la región.
“El virus se extendió en la región cuando la democracia y los gobiernos estaban en su momento de más baja intensidad… El desencanto con la política continúa su profundización, a pesar del aparente éxito del surgimiento de pequeños segmentos de clases medias producto del crecimiento en la primera década del siglo. Hubo una enorme ingenuidad política al pensar que el surgimiento de esas clases medias sería un simultáneo con el término de las desigualdades. Por el contrario, aquello produjo un mayor contraste con quienes se quedaron atrás, que son la mayoría, e intensificaron las presiones para avanzar. La mayor parte de la región se ubica hoy en la clase baja”, se lee en el estudio, cuyas conclusiones se basan en los resultados de más de 20.000 entrevistas hechas a ciudadanos de 18 países entre octubre y diciembre del año pasado.
No todo es saldo en rojo. El Latinobarómetro destaca los avances de la región en la libertad de sus ciudadanos, el fortalecimiento de la democracia y sus instituciones y las alternancias en el poder en una región que durante gran parte del pasado siglo estuvo gobernado por dictaduras y autocracias. Ahora, 16 países latinoamericanos permanecen siendo una democracia, donde los ciudadanos hacen uso activo de la libertad de expresión y muestran su descontento con los gobernantes, hasta el punto de lograr un cambio de rumbo o su dimisión. Es lo que ha ocurrido en Ecuador, Colombia, Chile, Bolivia o Perú. Hay dos países, sin embargo, que han retrocedido hasta el punto de convertirse en “dictaduras”, como las define el estudio. El Latinobarómetro pone especial atención en Nicaragua, donde, afirma, el presidente Daniel Ortega ha establecido un “sultanato” formado por sus familiares, quienes controlan el poder. “Nicaragua pasa de la dictadura de derecha con Somoza a una dictadura de izquierda de quien lo derroca, con un breve período democrático entre ambos”, analiza el informe.
“El ‘sultanato’ de los Ortega —continúa— comenzó a construirse en 2017, cuando nombró vicepresidenta a su esposa Rosario Murillo. Ortega gobernó de 1979 a 1990 y luego desde 2007 hasta hoy. En su cuarta y última elección, en 2017, de dudosa legitimidad, al igual que Morales en Bolivia, no se quería ir. La elección fue definitivamente la farsa de una dictadura familiar. En total, Ortega lleva más de 30 años en el poder, y es el gobernante latinoamericano que más tiempo ha permanecido como ‘presidente’. Varias generaciones nicaragüenses no conocen a otro presidente de su país”.
Ortega ha desatado desde junio una brutal represión contra la disidencia, encarcelando a siete aspirantes a la presidencia, periodistas, activistas y empresarios y obligando al exilio de decenas de miles de nicaragüenses. El mandatario aspira a repetir mandato en las elecciones de noviembre, que han sido denunciadas como ilegítimas por organizaciones de derechos humanos, Estados Unidos y la Unión Europea. El otro país en crisis perpetua es Venezuela, “con una dictadura populista más clásica que la nicaragüense”, según el informe, que también muestra su preocupación por la crisis de institucionalidad desatada por el presidente Nayib Bukele en El Salvador o Jair Bolsonaro en Brasil. “La pandemia no ha creado ninguna dictadura en la región: las que existen hoy estaban presentes antes que llegara el coronavirus. Pero sí ha acelerado y visibilizado situaciones de desigualdad y pobreza antes mucho más ocultas. Ha desnudado las debilidades de los Estados, con sistemas sanitarios y de seguridad social enfermos, las debilidades de las elites y de los sistemas de partidos”, concluye el Latinobarómetro.
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