Sometido a golpes dentro de un avión militar, con las manos esposadas y la cabeza cubierta con una capucha negra, el teniente de la fuerza aérea venezolana Luis Calderón temía que lo estaban transportado a un lugar cercano a Caracas para matarlo. El vuelo en la nave bimotor había despegado desde la base aérea de Caracas conocida como La Carlota, pero había aterrizado solo 10 minutos después.
Por ANTONIO MARIA DELGADO | El Nuevo Herald
Calderón no podía ver nada con la capucha puesta, pero siendo piloto, sabía que la nave no se había devuelto. La corta duración del viaje junto a la violencia con que los soldados del régimen de Nicolás Maduro le pegaron en la cabeza y en la espalda con las culatas de sus fusiles le llevaron a pensar lo peor.
“Me dije: hasta aquí llegué y… me van a matar y van a simular algo conmigo y comencé a orar”, Calderón, de 36 anos, en una entrevista con el Nuevo Herald desde Nueva Jersey.
Calderón no fue ejecutado ese día, pero el riesgo de morir había rondado al militar desde que se atrevió a colocar un mensaje en su página de Facebook en el 2014, expresando su desacuerdo en el uso de la violencia para contener las manifestaciones pacíficas emprendidas contra el régimen de Maduro.
Desde entonces, fue arrestado, torturado y amenazado de muerte en repetidas ocasiones, dijo, y eventualmente fue convertido en un complemento artificial de un presunto complot para derrocar a Maduro en el que él no tuvo vínculos.
BOLEÍTA
La historia del piloto venezolano es uno de cientos de casos documentados por las organizaciones internacionales que muestran la participación directa de los servicios de inteligencia del régimen de Nicolás Maduro en la violación de derechos humanos y en la ejecución de crímenes de lesa humanidad.
En el caso de Calderón comenzó cuando fue citado en febrero del 2014 a comparecer ante la sede en la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) de Venezuela, ubicada en Caracas en el sector de Boleíta, para responder preguntas sobre lo que había colocado en Facebook.
Esperando ser atendido por el Director de Investigaciones Especiales del DGCIM, el Coronel Wilmar Hernández Aquino, Calderón fue obligado a permanecer con otros citados en un salón grande con decenas de sillas como si se tratara de un terminal aéreo, conocido con el nombre de La Pecera.
El director era la persona que debía decidir si el citado podía salir de allí o no, en base a la entrevista que iba a ser realizada, contó Calderón.
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