La derrota electoral en Barinas no sólo ha supuesto la pérdida de la cuna de la revolución para el chavismo. El pulso interno entre Nicolás Maduro, los jerarcas bolivarianos y la Familia Real (los Chávez) ha quedado al descubierto como pocas veces durante sus 23 años al frente del país. La división entre las familias políticas del chavismo es patente.
Por DANIEL LOZANO | El Mundo
Fue en Sabaneta de Barinas, el pueblo natal de Hugo Chávez, donde Maduro comunicó en 2013 que había recibido un mensaje del comandante supremo a través de un pajarito que encontró en una iglesia. Y lo hizo desde el patio de la casa familiar de los Chávez para dar más solemnidad al asunto.
Mucho han cambiado las cosas desde entonces, cuando el culto semireligioso a Chávez se convirtió en una de las claves del poder de su sucesor. Quien hoy ensaya su propio culto, de cara a mantenerse en el poder, es Maduro, quien incluso se transforma en superhéroe para entrar en los hogares venezolanos a través de la televisión. Maduro forzó en noviembre la repetición de las elecciones regionales en Barinas, apartó a Argenis Chávez de la candidatura e impuso al paracaidista Jorge Arreaza, a quien acababa de apartar como canciller tras cuatro años de luchas internacionales para ponerle al frente de un Ministerio de Industria al que no se adaptaba. Arreaza, separado de la hija mayor de Hugo Chávez, es padre del nieto favorito del comandante supremo.
El tiro salió por la culata: Arreaza cayó derrotado con estrépito, una victoria que ha desatado el entusiasmo en la oposición. «Ellos no van a ceder el poder por una derrota electoral», contrasta la politóloga María Puerta Riera a EL MUNDO. Porque una cosa es perder uno de los 23 estados, por mucho que sea emblemático, y otra muy distinta es que Maduro se baje de su trono bolivariano precisamente cuando más cómodo se encuentra en él. «Creo que tiene un valor simbólico y político muy importante. Es un golpe parecido a las elecciones parlamentarias de 2015, no de esa magnitud, pero sí un golpe fuerte», destacó no obstante el historiador Juan Cristóbal Castro, quien resalta dos claves tras conocerse los resultados. La primera es la división de los partidos de la Alianza Democrática, cercanos al Gobierno aunque se dicen de oposición, ya que algunos se decantaron por apoyar a Garrido. Y la segunda, la brecha que se percibe entre chavistas clásicos y los llamados maduristas.
La reacción de uno de ellos ha prendido las alarmas en el interior del oficialismo. «Para refundar al chavismo, hay que derrotar primero al madurismo», publicó en sus redes sociales el ex ministro chavista Andrés Izarra, muy cercano en su día a Chávez y refugiado hoy en Europa, conocida su mala relación personal con Maduro. Izarra prosiguió sus embestidas contra Maduro al celebrar la condena a cadena perpetua en Alemania del coronel sirio Anwar Raslan. «Más temprano que tarde las víctimas de los criminales humanitarios del madurismo también celebrarán», certificó el ex ministro. Y es que las diferencias en el seno de la revolución, conocidas pero casi siempre resueltas de puertas para adentro, se han multiplicado cuando menos se esperaba. Primero con el disgusto de la familia Chávez por el arrinconamiento de Argenis, hermano de Hugo Chávez y ojito derecho de la madre, Elena Frías, quien no pidió el voto para su sustituto. Y segundo por los desaires que dirigentes radicales como Diosdado Cabello e Iris Varela han hecho patentes en campaña contra Arreaza, un dirigente sin ningún carisma.
Para enredar aún más la situación, el ex gobernador chavista Rafael Isea insistió en que el madurismo planea terminar por fin el «entierro» de Hugo Chávez. Incluso esta estrategia, desde dentro de la oposición, se atribuye a los asesores cubanos del Palacio de Miraflores. «El quiebre en el oficialista PSUV es algo que se palpa. La lucha interna en el chavismo ya existía, la diferencia es que ahora es pública», confirmó a EL MUNDO el presidente encargado, Juan Guaidó.
Una operación que tiene como uno de sus puntos cruciales el culto a la personalidad de Maduro, acrecentado en las últimas semanas de tal manera que Superbigote y su Puño de Hierro lucha ahora contra un supuesto bloqueo sanitario impuesto por el Imperio y la oposición.
Gracias al Maduro Superman, las vacunas llegan. Al menos así lo cuentan los dibujos animados que repite la televisión pública. «El chavismo siempre ha sido hábil manejando su equilibrio interno, no es un bloque monolítico, está muy lejos de eso. Lo sucedido estas semanas lo pone de nuevo a prueba», advierte el politólogo Félix Seijas.
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