La cumbre de Versalles empuja a los Veintisiete a un aumento drástico del gasto en defensa y a la búsqueda de la independencia energética. Los líderes descartan una adhesión rápida de Kiev a la UE
Manuel V Gómez | Marc Bassets | El País
Ante la invasión de Ucrania por Rusia, Europa ha tomado conciencia de sus propias debilidades. Y hay dos que destacan: la defensiva y la energética. “Aumentar sustancialmente los gastos de defensa”. Esta frase, con toda claridad, se lee en el primer punto de la declaración final que preparan los líderes de la UE en la cumbre informal celebrada este jueves y viernes en Versalles, cerca de París. El siguiente punto de la declaración tampoco deja lugar a dudas: la UE necesita “reducir la dependencia del gas, del petróleo y del carbón ruso”. En definitiva, se trata de lograr la seguridad europea por la vía de las armas y por la de la autonomía energética, sin perder de vista el aprovisionamiento de alimentos.
“Me gustaría más invertir el dinero de los contribuyentes en escuelas o pensiones, pero debemos gastar en defensa”, ha resumido la primera ministra sueca, Magdalena Anderson, a su llegada a la cumbre. De fondo sonaba la música militar, mientras el presidente francés, Emmanuel Macron, ejercía de anfitrión y recibía a los jefes de Estado y de Gobierno en el palacio de Versalles. Hace poco más de cinco años, unas semanas después de ser elegido presidente de Francia, Macron agasajaba al presidente ruso, Vladímir Putin, en este escenario histórico, edificado por el Rey Sol, Luis XIV, donde se firmó el final de la Primera Guerra Mundial en 1919. Todo ha cambiado desde entonces.
Europa se plantea en Versalles un giro insólito, forzado, como sucede con todos los avances europeos por crisis externas. Desde el final de la Guerra Fría, según explicaba esta semana el alto representante de la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, los países europeos han reducido su gasto en defensa del 4% del producto interior bruto al 1,5%. Buena parte de Europa, protegida por el paraguas de EE UU, se creía a salvo de las tragedias del siglo XX y el gasto militar no era prioritario. En la era de la globalización, la interdependencia comercial o energética era la norma y la autosuficiencia un concepto que parecía obsoleto. Las crisis de la última década —la financiera de 2018 y la pandémica de 2020— sacudieron estas certezas. La “guerra de Putin”, como definen los líderes europeos a la invasión dura de Ucrania, las ha acabado de enterrar. Nadie sabe cuáles son las intenciones finales del autócrata ruso, pero Europa ha despertado.
Putin atacó a Ucrania el 24 de febrero y, unos días después, Alemania —potencia económica, pero reticente por motivos históricos a afirmarse como potencia política y militar— dio un giro a su política de defensa. El canciller Olaf Scholz anunció que su país invertiría 100.000 millones en armas y elevaría el gasto al 2% del PIB. Fue el pistoletazo de salida. Dinamarca se sumó a este objetivo, el que reclama la OTAN a sus miembros. Y este mismo jueves ha sido el país que gobierna Anderson, la neutral Suecia.
“Aumentar sustancialmente el gasto en defensa, […] centrándose en las deficiencias estratégicas identificadas”. “Desarrollar más incentivos para estimular las inversiones compartidas de los Estados miembros en proyectos y adquisición conjunta de capacidades de defensa”. “Fortalecer y desarrollar nuestra industria de defensa”. “Fomentar las sinergias entre la investigación y la innovación civil, de defensa y espacial, e invertir en tecnologías e innovación críticas y emergentes para la seguridad y la defensa”. La cascada de frases del borrador en este sentido, con el lenguaje alambicado propio de estas citas, muestra a las claras la dirección que pretende tomar la UE.
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