En el Vaticano hay ceremonias tan excepcionales que llegan solo cada cierto tiempo. El papa Francisco, que nunca ha ocultado sus desvelos por la invasión rusa de Ucrania y ha ofrecido en numerosas ocasiones la mediación de la Santa Sede para alcanzar una solución pacífica al conflicto, ha llevado a cabo este viernes una de esas liturgias extraordinarias con una llamada a filas a todos los fieles y obispos del mundo para invocar el fin de la guerra, cuando se ha cumplido un mes de la ofensiva rusa. Bergoglio ha reunido en una misa en la basílica de San Pedro a los embajadores de Rusia y Ucrania ante la Santa Sede y ha encomendado a ambos países a la Virgen en una ceremonia pública en la que ha pedido que se acaben los rencores: “Necesitamos el espíritu del amor, que disuelve el odio, apaga el rencor, extingue la codicia y nos despierta de la indiferencia”, ha lanzado.
Este gesto solemne de la diplomacia espiritual que la Iglesia ha llevado a cabo en contadas ocasiones se conoce en el lenguaje religioso como “consagración al corazón inmaculado de María” y obedece a una profecía muy valorada en la Santa Sede relacionada con los conocidos como los misterios de Fátima. “Hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como comunidad de naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo”, ha clamado el pontífice argentino.
La importancia de este evento singular para el catolicismo, en el día que la Iglesia celebra la Anunciación, una de las fiestas más importantes para los cristianos, trasciende el ámbito religioso y puede leerse también en clave política y diplomática. Andrii Yurash, el embajador de Ucrania ante la Santa Sede y su homólogo ruso, Alexander Avdeev, acudieron a la ceremonia, aunque ocuparon lugares separados en la basílica.
Desde el inicio de la invasión rusa el pasado 24 de febrero el Papa ha condenado la “agresión injustificada” y ha denunciado las “atrocidades” cometidas por Moscú. Aunque se ha alzado en un tono inusual de denuncia, lo ha hecho de manera implícita y no ha mencionado directamente a Rusia, en un intento por mantener los frágiles puentes con la Iglesia ortodoxa, que ha justificado la agresión armada. El Pontífice ha pronunciado por primera vez las palabras “Rusia” y “pueblo Ruso” este viernes, dentro de la oración.
En un gesto universal, Francisco se ha dirigido directamente a todos los fieles y ha pedido unidad a los más de 5.000 obispos del mundo para reclamar el fin de la guerra en Ucrania. La consagración se ha replicado de manera coordinada en miles de iglesias de todo el mundo y el Vaticano ha traducido la oración oficial del evento a más de una treintena de idiomas.
La consagración al inmaculado corazón de María está relacionada con los llamados misterios de Fátima, las supuestas revelaciones que la Virgen entregó a tres jóvenes pastores en la localidad portuguesa de Fátima en 1917. Según esta creencia, la Virgen exigió la consagración de Rusia, donde aquel año empezaba la revolución que desembocaría en su etapa soviética, o de lo contrario el país “difundiría sus errores por el mundo promoviendo guerras y persiguiendo a la Iglesia”. En el pasado, otros pontífices han llevado a cabo actos de consagración similares, en 1942, 1952 o el último en 1984.
Bergoglio ha activado varios canales diplomáticos, aunque los esfuerzos han sido vanos. Él mismo visitó en persona el 25 de febrero al embajador ruso ante la Santa Sede para pedir un alto el fuego. También ha enviado a Ucrania, Polonia y Hungría a dos de sus cardenales insignia, Konrad Krajewski, limosnero, y Michael Czerny, que se encarga de temas relacionados con migrantes y refugiados, para llevar ayuda humanitaria, gestionar corredores seguros para los refugiados y pedir la paz. Hace unos días, Francisco llamó por teléfono por segunda vez desde el inicio de la invasión al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y le aseguró que está haciendo todo lo posible para detener la guerra. “La mediación de la Santa Sede para terminar con este sufrimiento humano sería muy apreciada”, señaló el mandatario ucranio.
Zelenski repitió la invitación al pontífice para viajar a Kiev que ya propuso hace unas semanas el alcalde de la ciudad, Vitali Klitschko. Aunque el Vaticano ha asegurado que por el momento no hay ningún viaje planeado, no es la primera vez que Francisco visita un país en guerra abierta, ya fue a Bangui, la capital de la República Centroafricana en 2015, devastada por tres años de guerra civil. En aquella ocasión viajó escoltado por cascos azules de la ONU y las partes enfrentadas habían establecido una tregua. El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, que desempeña funciones similares a las de un ministro de Interior y de Exteriores en el mundo civil, ha repetido que el “camino principal” es “detener la guerra” y después comenzar las negociaciones.
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