A pesar de que el sector agropecuario produce lo suficiente para satisfacer la demanda de carne en el país, esta cantidad es baja debido a que el venezolano no posee los ingresos suficientes para incluir proteína animal de manera regular a su dieta.
Entre proyectos arquitectónicos que prometen una modernización del este de Caracas, anuncios de conciertos de artistas con renombre internacional y la dolarización de facto, la narrativa sobre una economía más próspera se apodera de la opinión pública.
Voceros del chavismo hablan de un proceso de «ingeniería financiera» que ha dado con la clave para reponer la «estabilidad» del país tras años de «guerra económica», como argumentó el contralor general designado por la ilegítima asamblea constituyente, Elvis Amoroso, al momento de amenazar a privados con sanciones si no cobran el tipo de cambio impuesto por el Banco Central de Venezuela (BCV).
Pero la realidad no reposa en las páginas de un discurso político, en la mesa de un fino restaurante de Las Mercedes ni en la tarima del estacionamiento del CCCT. El rostro más común de la economía venezolana yace sobre los platos vacíos de un enorme grueso de la población que se encuentra en condición de inseguridad alimentaria.
Al menos así lo indican las cifras, ya que un 70% de los venezolanos no consumen proteína animal, según estimaciones de la Asociación de Agricultura Familiar difundidas en una rueda de prensa.
Esto quiere decir que tres de cada 10 venezolanos no pueden permitirse, de manera regular, incluir carnes a su dieta, porque no poseen suficiente dinero para comprar aunque haya suficiente producción para cubrir toda la demanda.
En otras palabras, hay suficiente carne, pero la mayoría de la población no tiene dinero para comprarla de manera regular y prefieren optar por ingerir otros alimentos más económicos aunque perjudiquen su nutrición.
Según la Federación Nacional de Ganaderos de Venezuela (Fedenaga), el sector agropecuario venezolano produce el 100% de la carne y leche que se consume en el país, pero incluso esta cantidad se mantiene por debajo de lo recomendado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sobre el consumo per cápita.
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