La Argentina terminará este año seguramente con la tasa de inflación más alta desde 1991, el año en el que comenzó el plan de convertibilidad, que logró erradicar la suba del Índice de Precios al Consumidor del Indec (IPC) durante una década. Hasta allí llegan los puntos en común entre ambos años. Los expertos consultados por Infobae afirmaron que es imposible trazar alguna otra similitud entre estos dos períodos con alta inflación de la Argentina.
Por Martín Kanenguiser / Infobae
En principio, cabe recordar cómo comenzó aquel período de estabilidad: fue en un viaje de Horacio Liendo (abogado especializado en reestructuración de la deuda pública a comienzos de los 90; ex director del Banco Central y ex subsecretario de Financiamiento del Ministerio de Economía, después), quien el 29 de enero de 1991 volvía de unas agradables vacaciones en Chile y Bariloche, donde visitó a la familia de su esposa.
Antes de emprender el tramo final de su viaje, se detuvo a descansar en el hotel Calfucurá de Santa Rosa, La Pampa, que evoca al cacique araucano que en 1872 convocó a las grandes tribus de la región para avanzar en forma sorpresiva hacia Buenos Aires luego de proclamar: “Mis ojos son pocos para mirar a tantas partes”.
Al regresar a su automóvil, Liendo alcanzó a leer en la tapa de un matutino que Domingo Cavallo había sido designado como ministro de Economía. Durante los 600 kilómetros que aún lo separaban de la Capital Federal, no dejó de imaginar la posibilidad de ser convocado por su viejo amigo para reflotar el proyecto de convertibilidad que habían comenzado a discutir en Córdoba en febrero de 1989.
«En enero de 1991 Horacio Liendo pensaba en sustituir el Austral por una nueva moneda y fijar el tipo de cambio».
Durante aquel verano de furia económica y política, Liendo pensó en sustituir el Austral por una nueva moneda y fijar el tipo de cambio. Su fuente de inspiración fue Carlos Pellegrini, quien en un contexto de fuerte crisis reemplazó como presidente a Miguel Juárez Celman, cuando el Banco Nacional tuvo que suspender el pago de un préstamo a la banca Baring Brothers por 20 millones de libras, hasta que la Argentina recibió un crédito de 15 millones de libras para salir del default, mientras se tomaban medidas para restringir la emisión monetaria. Cuando se transformó en senador, Pellegrini defendió la instrumentación del sistema de convertibilidad entre el oro y el peso en 1899, para combatir la angustiante falta de ingreso de capitales.
Apenas estalló la hiperinflación de Alfonsín, Cavallo les adelantó a sus colaboradores que Carlos Menem ganaría las elecciones presidenciales en mayo y que el mandato de Alfonsín no pasaría del 8 de julio. Junto con Juan Llach, Felipe Murolo, Ricardo Gutiérrez y, ocasionalmente, Ricardo López Murphy, se debatió la iniciativa, aunque las conversaciones quedaron congeladas cuando Menem eligió el plan de Bunge & Born para arrancar su gestión, hasta que el 28 de enero de 1991 Cavallo accedió al cargo con el que tanto había soñado.
El domingo 15 de marzo el ministro convocó a Liendo y a Llach para reflotar el plan. Los tres discutieron durante una hora el nivel de la futura paridad cambiaria. Llach quería que, antes de cambiar la moneda, el dólar llegara a 11.000 australes, mientras que Cavallo había pensado en mantener una banda de flotación de 8.000 a 10.000 australes. Después de una hora, Liendo intentó cortar el debate con una curiosa anécdota:
— Alfonsín siempre tuvo un subconsciente hiperinflacionario porque pensó que cada serie del austral debía imprimirse con el rostro de un presidente diferente, empezando con Rivadavia; así que, cuando se llegara al propio Alfonsín, ya hubiésemos volado por los aires. Como en ese camino debía aparecer Carlos Pellegrini en el billete de 10.000, pensé que había que dejarlo ahí, porque me inspiré en su figura para este plan.
«Cavallo, Llach y Liendo discutieron bastante tiempo en qué nivel debían colocar la paridad cambiaria en 1991, ya que debatían dejar subir más el dólar o tener una banda de flotación».
Más preocupado en pensar cómo atraer inversiones para sostener el tipo de cambio real que en el valor nominal de la moneda, Domingo Cavallo aceptó el curioso argumento de Horacio Liendo y cinco días más tarde anunció “su” plan de Convertibilidad.
El Banco Central pasó a estar obligado a mantener la relación entre las reservas y la base monetaria para sostener el precio de 10.000 australes por dólar, se suspendieron las cláusulas indexatorias de los contratos 89 y el Poder Ejecutivo quedó facultado para un cambio de moneda que se concretaría el 1 de enero de 1992.
Apoyo a la fuerza
El 23 de marzo, el banquero del Citibank Bill Rhodes llegó a Buenos Aires para intentar persuadir a Domingo Cavallo de la necesidad de elevar el pago mensual a los bancos por los intereses atrasados, que ya acumulaban USD 7.000 millones. El ministro le prometió estudiar el reclamo y, a cambio, le pidió que lo acompañara a una conferencia de prensa para hablar supuestamente sobre la marcha de las negociaciones con los acreedores privados.
Apenas se encendieron las cámaras y los grabadores, Rhodes no tuvo otra alternativa más que apoyar el flamante plan económico “porque va a llevar a la Argentina a una situación de orden en las finanzas públicas”. La convertibilidad ganaba el primer apoyo externo de peso en su primer día de vida.
El cuarto ministro de Economía del gobierno menemista, nacido en 1946 en la ciudad cordobesa de San Francisco y doctorado en Harvard, disfrutaba de su etapa más dulce, apenas lanzó la convertibilidad. El diario The Wall Street Journal afirmaba que “Cavallo, de 44 años, es realmente ministro de Economía, pero muchos le dicen primer ministro”. En 1992 las revistas Latin Finance y Euromoney lo declararon “hombre del año” y “ministro de Finanzas del año”, respectivamente; la inflación minorista cayó de 1.343,9% anual en 1990 al 0,1% en 1995; en 1991 llegó al 83,9%, pero en 1992 bajó abruptamente al 17,5% y en 1993 al 7,3%. En tanto, el PBI creció un 8,9% en 1991, 8,7% en 1992, 6% en 1993 y 7,4% el año siguiente.
«En los primeros años de la convertibilidad la inflación desapareció, el PBI pasó a crecer a tasas de 6% a 9%, pero el desempleo se elevó del 7% al 17% de la oferta laboral».
Pero, en paralelo, otros desagradables indicadores también exhibieron un contundente ascenso: la tasa de desocupación del 7% saltó al 17,2% de la oferta laboral y la brecha de ingresos entre el 10% de la población más rica y el 10% más pobre se estiró de 12 a 22 veces. A fines de 2002, la diferencia se alargó a 38 veces.
Desde el canje del Brady hasta la renuncia del ministro, el índice de pobreza pasó del 18% al 26% y el nivel de indigencia del 3,6% al 7 por ciento.
Pero durante su luna de miel con el poder, el “superministro” solo estaba focalizado en cumplir con sus objetivos, sin reparar en los daños colaterales provocados por el programa económico.
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