Después de tener la infección por el coronavirus, el COVID-19, algunas personas sienten que les falta el aire. Tienen palpitaciones o dolor en el pecho. Son algunos de los síntomas del COVID Prolongado o el Post Covid, que —entre otros trastornos— puede alterar el sistema respiratorio y el sistema cardiovascular. Ahora, la ciencia está empezando a comprender cuáles son los motivos de las alteraciones.
El efecto de COVID-19 en el corazón podría estar relacionado con la proteína clave que el virus utiliza para entrar en las células. Se une a una proteína convertidora de angiotensina, que se encuentra en la superficie de docenas de tipos de células humanas. De acuerdo con el doctor Ziyad Al-Aly, del Departamento de Medicina, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, Estados Unidos, esa interacción con la proteína le da “acceso y permiso para entrar en casi cualquier célula del cuerpo”.
Cuando el virus entra en las células endoteliales que recubren los vasos sanguíneos, explicó Eric Topol, cardiólogo y director de Instituto Traslacional Scripps, Estados Unidos, es probablemente donde comienzan muchos problemas cardiovasculares. Los coágulos de sangre se forman de forma natural para curar los daños causados mientras el cuerpo elimina la infección. Estos coágulos pueden obstruir los vasos sanguíneos, provocando daños tan leves como un dolor de piernas o tan graves como un ataque al corazón.
Un estudio de la Universidad de Oxford basado en más de 500.000 casos de COVID-19 descubrió que las personas infectadas tenían un riesgo 167% mayor de desarrollar un coágulo sanguíneo en las dos semanas posteriores a la infección que las personas que habían tenido gripe. Fue publicado en la revista eClinicalMedicine.
Robert Harrington, cardiólogo de la Universidad de Stanford, en California, afirmó que, incluso después de la infección inicial, pueden acumularse placas en los lugares en los que la respuesta inmunitaria ha dañado el revestimiento de los vasos sanguíneos, provocando su estrechamiento. Esto puede provocar problemas, como infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares, incluso meses después de que la herida inicial se haya curado. “Esas complicaciones tempranas pueden traducirse definitivamente en complicaciones posteriores”, afirmó Harrington.
El coronavirus también podría dejar sus huellas en el sistema inmunitario. Cuando Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut, y sus colegas caracterizaron los anticuerpos de las personas hospitalizadas durante la fase aguda del COVID-19, encontraron un conjunto de anticuerpos contra el tejido humano. Iwasaki sospecha que cuando el coronavirus acelera el sistema inmunitario de una persona, podría activar inadvertidamente células inmunitarias que atacan al organismo, células que permanecen tranquilas cuando el sistema inmunitario no está en plena actividad. Estas células inmunitarias podrían dañar muchos órganos, incluido el corazón.
El daño a los vasos sanguíneos puede agravar los ataques al sistema inmunitario. “Se puede pensar que este daño se acumula con el tiempo”, señaló Iwasaki. Cuando el sistema cardiovascular ha sido agredido en suficientes frentes, es cuando las personas pueden experimentar consecuencias graves, como un derrame cerebral o un ataque al corazón.
En un estudio realizado con los registros del Departamento de Asuntos de Veteranos de Estados Unidos, se buscó calcular la frecuencia con la que el COVID-19 provoca problemas cardiovasculares. Descubrieron que las personas que habían padecido la infección presentaban un riesgo sustancialmente mayor de padecer 20 afecciones cardiovasculares —incluidos infartos de miocardio y ataques cerebrovasculares— en el año siguiente a la infección por el coronavirus.
Los investigadores, que publicaron el estudio en la revista Nature Medicine afirman que estas complicaciones pueden darse incluso en personas que parecen haberse recuperado completamente de una infección leve. Algunos estudios de menor envergadura han reflejado estos resultados, pero otros encuentran tasas más bajas de complicaciones.
En el trabajo liderado por el doctor Al-Aly se compararon a más de 150.000 veteranos que se habían recuperado del COVID-19 con sus compañeros no infectados, así como con un grupo de control prepandémico. Descubrieron que las personas que habían sido ingresadas en cuidados intensivos con infecciones agudas tenían un riesgo drásticamente mayor de sufrir problemas cardiovasculares durante el año siguiente. Para algunas afecciones, como la inflamación del corazón y los coágulos de sangre en los pulmones, el riesgo se disparó al menos 20 veces en comparación con el de los compañeros no infectados.
Pero también se comprobó que las personas que no habían sido hospitalizadas tenían un mayor riesgo de padecer muchas afecciones, que iban desde un aumento del 8% en la tasa de infartos hasta un aumento del 247% en la tasa de inflamación del corazón.
Los estudios indican que el coronavirus está asociado a una amplia gama de problemas duraderos, como la diabetes, el daño pulmonar persistente3 e incluso el daño cerebral. Al igual que estas afecciones, Al-Aly afirmó que los problemas cardiovasculares que se producen tras una infección por el coronavirus pueden disminuir la calidad de vida de una persona a largo plazo. Existen tratamientos para estos problemas, “pero no son condiciones curables”, añadió, en diálogo con la revista Nature.
A pesar de su gran tamaño, el estudio de los Estados Unidos tiene sus limitaciones. Es observacional, lo que significa que reutiliza datos recogidos con otros fines, un método que puede introducir sesgos. Por ejemplo, el estudio sólo tiene en cuenta a los veteranos, lo que significa que los datos están sesgados hacia los hombres blancos.
“En realidad no tenemos ningún estudio como éste que se dirija a una población más diversa y joven”, comentó Eric Topol, genómico de Scripps Research en La Jolla, California. Piensa que se necesitan más investigaciones antes de que los científicos puedan cuantificar realmente la frecuencia con la que aparecen los problemas cardiovasculares. Para Daniel Tancredi, estadístico médico de la Universidad de California en Davis, hay otra potencial fuente de sesgo. Uno de los grupos de control del estudio tuvo que pasar más de un año sin contraer el coronavirus para ser incluido en el estudio. Podría haber diferencias fisiológicas que hicieran al grupo de control menos propenso a contraer la enfermedad, lo que también podría afectar a su susceptibilidad a los problemas cardiovasculares.
Otros estudios apuntan en la misma dirección. Los datos del sistema sanitario de Inglaterra muestran que las personas que habían sido hospitalizadas con COVID-19 tenían unas tres veces más probabilidades que las no infectadas de sufrir problemas cardiovasculares importantes en los ocho meses siguientes a su hospitalización. Un segundo estudio que se hizo en los Estados Unidos descubrió que, en los cuatro meses posteriores a la infección, las personas que habían tenido COVID-19 tenían un riesgo aproximadamente 2,5 veces mayor de sufrir insuficiencia cardíaca congestiva en comparación con las que no habían sido infectadas.
La modeladora de salud Sarah Wulf Hanson, del Instituto de Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, en Seattle, utilizó los datos de Al-Aly para estimar el número de infartos de miocardio y ataques cerebrovasculares (ACV) a los que se ha asociado COVID-19. Su trabajo, que aún no está publicado, sugiere que, en 2020, las complicaciones tras la COVID-19 causaron 12.000 ataques cerebrovasculares y 44.000 infartos adicionales en los Estados Unidos, cifras que aumentaron a 18.000 ataques cerebrovasculares y 66.000 infartos de miocardio en 2021. Esto significa que COVID-19 podría haber aumentado las tasas de infarto de miocardio en aproximadamente un 8% y de ACV en un 2%.
Los efectos indirectos de la pandemia de COVID-19, como la pérdida de citas médicas, el estrés y el carácter sedentario del aislamiento en casa, probablemente contribuyeron a la carga cardiovascular de muchas personas, sugieren los científicos. Sin embargo, estas cifras no coinciden con lo que algunos investigadores han visto en la clínica.
En un pequeño estudio de 52 personas, Gerry McCann, especialista en imágenes cardíacas de la Universidad de Leicester, Reino Unido, y sus colegas descubrieron que las personas que se habían recuperado tras ser hospitalizadas con COVID-19 no presentaban una mayor tasa de enfermedades cardíacas que un grupo de personas que tenían afecciones subyacentes similares pero que no estaban infectadas. El ensayo era de una magnitud menor que el de Al-Aly, pero McCann y sus colegas están trabajando en un estudio más amplio con unos 1.200 participantes.
Consultado por Infobae, Mario Boskis, cardiólogo miembro de la Sociedad Argentina de Cardiología y del Colegio Americano del Corazón, comentó: “Es importante determinar si haber padecido la enfermedad COVID-19 es un nuevo factor de riesgo para eventos cardiovasculares. El estudio de Nature Medicine que evaluó más de 150.000 pacientes encuentra una mayor probabilidad de trombosis, infarto de miocardio y miocarditis y eso nos obliga a estar muy alertas frente a un paciente que tuvo COVID-19 y consulta por síntomas como fatiga, dolor de pecho o palpitaciones”.
También, agregó Boskis, debemos seguir esperando que la investigación científica determine si existe causalidad, o sea una relación directa entre la infección y el problema cardíaco, ya que hasta ahora los estudios son observacionales y tienen limitaciones. “Se han postulado mecanismos inmunológicos e inflamatorios que podrían ser responsables del daño en el músculo cardíaco o en las arterias -afirmó-, pero aun no hay nada concluyente. En cuanto a mi experiencia, no hemos encontrado en nuestro grupo, tanto evento post COVID como lo publicado en series internacionales, pero estamos llevando un registro para evaluar localmente cuál es nuestra realidad en la Argentina”.
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