Un niño sigue cuidadosamente con la mirada las pelotas que va lanzado al aire en completa sincronía. Es uno de los 20 jóvenes que recibe clases gratuitas de circo en Petare, la mayor barriada de Venezuela.
Por VOA Noticias
“Esto es un hobby y esto te puede sacar de tu mundo, en mi caso, a mí me entretiene”, dice a la Voz de América Sebastián Dávila, de 12 años, que lleva cinco meses practicando malabares.
“Si no hay curso me pongo mal… Aquí se pueden aprender cosas y sí, alejarnos de lo malo”, continúa Sebastián antes de seguir con sus entrenamientos que recibe en un centro de formación integral para la comunidad.
Sebastián ya tiene maestría, y mantiene los malabares por largo rato, mientras que a pocos metros, unos niños mueven aros de colores en la cintura. Al fondo la montaña repleta de casas de ladrillo expuesto, los llamados “ranchos”, construidos de forma anárquica en la montaña de Caracas.
Los chicos, de entre 6 y 14 años, todos escolarizados, están perfectamente alineados siguiendo las instrucciones de sus guías: jóvenes voluntarios que se reúnen una vez por semana en pro de “infancias libres de violencia”.
“Nosotros comprendemos lo importante que es para la comunidad sacar al niño de este entorno violento, de la droga, de estar en la calle todo el tiempo y darle como un norte», explica Yasmira Feo, que dirige la actividad y que tiene más de 10 años entre aros y telas acrobáticas.
En estos cursos dan talleres de fuerza, equilibrio, expresión corporal, autoestima, etc. “Que el chico entienda que si puede hacerlo, que si puede lograrlo”, agrega Feo.
“Es enseñarle: ‘sí, yo te doy la clase aquí, pero tú sabes que en tu casa debes practicar, debes hacer ejercicio’, continúa esta mujer que es docente de profesión.
“Método de escape”
El circo comenzó como un pasatiempo hace cinco años para Vicente Cabrillas y ahora “es su estilo de vida”.
“No sabía que iba a suceder más adelante conmigo, con lo que quería hacer, descubrí el circo y encontré un propósito: formarme. Quería enseñar”, asegura este joven de 24 años, que ahora se dedica a dar clases a niños.
“Encontramos (en el circo) un método de drenar muchas cosas, un método de escape (de la violencia), un método de escape para no llegar a algo más o poder buscar ayuda, porque al estar acá también somos una familia, o sea, todos acá podemos brindar la ayuda que necesiten”, agrega Cabrillas mientras ordena unas cuerdas que usará más adelante.
Sebastián, entre risas y sin una pizca de humildad, dice que los malabares son su talento, pero que de grande quiere ser arquitecto.
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