“Me entregaron como si fuera una mercancía”, recordará Leopoldo López cuando piense en cómo lo detuvieron en su Venezuela. Su cara era un símbolo de la oposición al régimen chavista. Lo acusaron de incitación a la violencia, lo metieron preso.
La historia la cuenta ahora el reconocido escritor español Javier Moro en una novela que retoma la vida del l opositor venezolano que lideró las mayores manifestaciones de protesta contra el régimen de Nicolás Maduro. El libro Nos quieren muertos, de editorial Espasa, Moro relata cómo López enfrentó la persecución política y la cárcel durante varios años, cómo fue la lucha de su esposa y de su familia para liberarlo, y la decisión de exiliarse.
Moro, nacido en Madrid en 1955, es periodista y escritor, y trabajó también en el mundo del cine como guionista y productor. Obtuvo el Premio Planeta en 2011 por la novela El imperio eres tú, y el Premio Primavera de Novela en 2018 por Mi Pecado.
En esta historia real novelada, el personaje central es López, quien se había destacado en la política venezolana en su gestión de dos períodos frente a la intendencia de Chacao, y formó un partido político opositor a Hugo Chávez y a su sucesor, Nicolás Maduro.
En 2015 la justicia venezolana lo halló culpable de incitación pública a la violencia en las manifestaciones de 2014, en las que murieron 43 personas, y lo condenó a 13 años y 9 meses de prisión, en el penal militar de Ramo Verde. Su encarcelamiento fue repudiado por numerosos organismos internacionales y de derechos humanos.
En 2017 recibió el beneficio del arresto domiciliario y permaneció en su casa -tras un breve retorno a prisión- hasta que fue liberado, tras fracasar el levantamiento contra Maduro, el 30 de abril de 2019. Luego López se refugió en la embajada de España en Caracas, escapó de Venezuela y en octubre de 2020 viajó a Madrid, donde reside actualmente junto a su familia.
El libro narra también cómo su mujer, Lilian Tintori, pasó de ser una mujer relativamente alejada de la política a ser la representante de la oposición a Maduro en el exterior, donde fue recibida por varios jefes de Estado y por el Papa.
“Un día, en plena pandemia, recibí una llamada de mi amigo el director de cine Gerardo Olivares: ‘Moro, ¿te apetece escribir algo sobre Venezuela?’. Así empezó la andadura de este libro, y quiero darle las gracias de corazón el haberme puesto sobre la pista de esta historia”, señala el autor en este libro.
A lo largo de 600 páginas, Moro no sólo aborda el costado político de la historia, sino que también se muestra la intimidad de la pareja frente a estos acontecimientos, sus miedos y sus reacciones.
“Quizás Lilian Tintori presentía que su vida estaba a punto de dar un vuelco, que ya nunca sería la misma. O, quizás, era simplemente el miedo. Pero la mañana del 12 de febrero del 2014 se despertó inquieta en su casa del barrio acomodado de Los Palos Grandes, donde vivía con su marido y sus dos hijos pequeños. Había dormido mal y le esperaba un día intenso. Cuando abrió los ojos, él ya estaba en la terraza, concentrado en sus sentadillas y sus abdominales. A ella le hizo gracia ver que hacía sus ejercicios como si nada, como si todos los días fuesen iguales, a pesar de lo que se le venía encima. Su marido, Leopoldo López, el líder político más perseguido de Venezuela, había desafiado de nuevo al régimen al sumarse a la protesta estudiantil de ese día en treinta y ocho ciudades del país. Y ahí estaba: uno dos, uno dos, uno dos. Como si nada. Como si las amenazas no le hiciesen mella. Esos ejercicios eran su meditación, su rutina en una jornada que se anunciaba poco rutinaria.”
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“De pronto surgió otra noticia que precipitó los acontecimientos: un joven acababa de morir nada más llegar al hospital Vargas, a consecuencia de un tiro en la cabeza. ‘Mierda’, dijo Leopoldo. A Lilian se le heló la sangre; sintió pena de aquel inocente, uno que quizás esa tarde había estado marchando junto a ella. Quizás uno de los que le habían pedido un autógrafo. Y se temió lo peor”.
“Se hizo el silencio, interrumpido por las llamadas de los móviles y los pitidos de las notificaciones. Siguieron pegados a las noticias, sin hablar porque eran los acontecimientos los que lo hacían. Y no decían nada reconfortante. Escuchaban de fondo la televisión, que era la voz del Gobierno, pero tenían los ojos clavados en Twitter, que les daba información de lo que acontecía en la calle en tiempo real. Así fueron sabiendo que un oficial del SEBIN, la policía secreta del régimen, había sido el autor del disparo que mató al joven manifestante. El vídeo, filmado por un periodista y que ya circulaba en las redes, despejaba cualquier duda al respecto. Mostraba a un hombre grueso, con gorra, pantalones caqui y botas altas, apuntando y luego, parapetado en una esquina[…]”
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“Minutos más tarde, caía otra bomba informativa, la noticia que iba a sellar el destino de Leopoldo, de toda su familia, de sus escoltas y amigos más cercanos y de su partido. El Tribunal de Justicia acababa de emitir una orden de arresto, firmada por la fiscal general Luisa Ortega Díaz: ‘El tribunal ordena al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional aprehender a Leopoldo López bajo cargos que van desde instigación a delinquir, intimidación pública y daños a la propiedad pública hasta homicidio intencional calificado ejecutado por motivos fútiles e innobles’. Esa orden le acusaba de haber sido el autor material de las muertes de Bassil Da Costa y Juancho Montoya”.
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“Me entregaron como si fuera una mercancía”, recordaría Leopoldo. Los focos iluminaban los rostros de un fulgor blanquecino mientras lo escoltaban hacia el interior del edificio. Se fijó en esas cercas tan altas rematadas con concertina. Iba ser difícil escaparse, pensó. En el primer control le tomaron fotos de frente y de perfil, y le sometieron a un registro minucioso. Al devolverle la ropa, pidió que le dejasen quedarse con la cruz de madera que le había dado Lilian. Los custodios se la pasaron el uno al otro y la examinaron detenidamente para asegurarse de que no escondía nada prohibido o no fuese un arma disimulada. Eran jóvenes, y Leopoldo sabía ganárselos.”
El libro de Moro, que fue elogiado por el Nobel peruano Mario Vargas Llosa y criticado por sectores oficialistas de Venezuela, indaga también sobre la relación de López con los representantes de su partido y sobre las gestiones internacionales que propiciaron su liberación.
“A las once de la mañana, llamó Leopoldo para reunirse telefónicamente con la plana mayor del partido. Habló de las tres opciones que contemplaba: esconderse, huir al extranjero o entregarse. No dijo cuál sería su decisión; quería sondear la opinión de sus compañeros. Abrieron un debate sobre el destino del líder antes de que él les dijese cuál era su intención. Fue una reunión tensa. Las fuerzas del SEBIN estaban abajo y en cualquier momento podían allanar la sede. Si todavía no lo habían hecho, era porque el Gobierno quería dejar una puerta abierta al diálogo con el partido, a la espera de dar con el paradero de Leopoldo”.
“La estrategia de relajar las condiciones de detención para reducir el nivel de denuncia de las familias no funcionó. Lilian y Mitzy estaban en una espiral imparable. ‘Viajar era mi trabajo —diría Lilian—. Cuando dejaba a los niños, que me costaba mucho, pensaba en todas las mujeres que tenían que desplazarse en sus trabajos. Me lo tomé como que yo era una más. Fue a Washington a encontrarse con Luis Almagro, que asumía la presidencia de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y se disponía a viajar a Caracas para evaluar la situación del país. Era importante que llegase bien informado para no caer en la propaganda del régimen.”
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“Mientras Lilian estaba con Trump, Leopoldo consiguió grabar un audio: ‘Hermana, hermano, te queremos convocar a una manifestación contundente, masiva, en las calles de Venezuela este próximo sábado’. Justamente ese día cumplía tres años tras las rejas. ¡Qué rápidos pasaban los años y qué lentos los días! Al conocerse el encuentro de Lilian con el presidente de Estados Unidos, Maduro manifestó: ‘Si nos agreden, callados no nos vamos a quedar; Venezuela va a roncar y va a roncar duro’. En Ramo Verde, Leopoldo sintió muy de cerca el ronquido. En mitad de la noche, irrumpieron en la celda unos encapuchados. Furibundos porque no sabían cómo había grabado el mensaje que llamaba a la manifestación, le hicieron una requisa salvaje. Luego volvieron, así hasta diez veces esa misma noche. De esa manera se enteró de que Lilian se había reunido con Trump”.
“No encontraron un teléfono ni grabadora escondida en un bolígrafo o en algún otro objeto. El audio lo había grabado Leopoldo en un santiamén gracias a Quintero, el custodio cómplice, que le pasó su teléfono por entre las rejas y que enseguida él devolvió”.
Los encuentros de Leopoldo y Lilian en la prisión también están incluidos en la novela, que revela cómo un embarazo que finalmente perdieron y la gestación del tercer hijo se produjeron en esas circunstancias.
“No hablaban, parecían una pareja de mimos haciendo contorsiones, o de sordomudos. Pero qué sabrosos los mordiscos, las caricias, los besos, se dijo Lilian. Qué vivo estaba. En el amor se daba cuenta de lo poco que la cárcel había hecho mella en su personalidad profunda. Era el Leo de siempre, desafiante, resistente, el padre de sus hijos, el hombre por quien estaba dispuesta a dar la vida. Pero había que darse prisa, en cualquier momento podía aparecer el Gordo por aquella puerta. Metidos en harina, a ella se le olvidó todo. ‘Al carajo las cámaras; si quieren vernos, que miren’, se dijo. Por lo menos no podrán alegar que el hijo será de Marco Rubio o de Carlos Vecchio, como dijeron en el programa de Diosdado al referirse al bebé que perdió. ¡Qué de maledicencias había soportado! No, este iba a ser el hijo de Leo y Lilian, concebido en una celda mugrienta a pesar de sus captores, como un ejercicio de pura libertad individual. El grito de placer de Leo era su respuesta a los malos tratos, a la incomunicación, al aislamiento, a la injusticia de su condena. Se reafirmaba ante la vida, esa vida que le intentaban cercenar y arrebatar”.
La vuelta a prisión, después de conseguir el arresto domiciliario, también fue un duro golpe para López y está reflejado en el libro de Moro.
“En su celda blanca, Leopoldo extrajo con delicadeza todo el cable que pudo, pero cada vez debía tirar con más fuerza hasta que se rompió. Pensó que no había suficiente para colgarse, intentó extraer un poco más, pero no lo consiguió. Derrotado, permaneció sentado en el suelo, los ojos cerrados para huir de la agresiva blancura de aquella luz. Empezó a sosegarse. Su pensamiento se volvió hacia los suyos, hacia todos los que lo esperaban fuera. La imagen de sus hijos, a los que hacía muy poco había estrechado entre sus brazos, le volvió a la mente. ¿Podía hacerles eso a ellos? ¿A Lilian? ¿A sus padres? ¿A sus compañeros? Sí, podía, y lo acabarían entendiendo; no en vano le habían acompañado hasta ese momento crucial. Sus compañeros entenderían que un héroe se fragua con la muerte. «
Seis días después, fue devuelto a su domicilio con una nueva medida de arresto domiciliario, “esta vez con la prohibición vía sentencia judicial de emitir mensaje alguno por cualquier medio de comunicación convencional o no. ‘Según Juan Carlos, el mensaje del Gobierno era claro: yo mando sobre tu vida, sobre tu cuerpo, sobre tu familia, estás ahí porque yo quiero que estés. No existía ningún respeto hacia la dignidad humana’. Esa era la realidad: podían ser arrestados y encerrados en cualquier momento y por cualquier razón. No eran libres. Se les condenaba a vivir en una prisión de silencio, desde la que estaba tajantemente prohibido hacer declaraciones públicas.”
El relato del pedido de asilo diplomático, la decisión de salir al exilio y la huída clandestina de Venezuela desde la Embajada de España cierran este relato histórico novelado.
“El 26 de octubre de 2020, después de un año en la embajada, Leopoldo salió escondido en el maletero de un coche, el utilitario de Sara, la mujer del embajador, conducido por ella misma. Saludó a los guardias con su sonrisa luminosa y la dejaron pasar sin problema. El coche efectuó un corto recorrido hasta llegar a Los Palos Grandes, donde dejó a su peculiar pasajero en la calle junto a otro automóvil”.
“En el interior le esperaban Alberto y dos compañeros, con la documentación falsa preparada. Leopoldo pasaba a ser Eduardo Galleti, cédula de identidad 13833928, nacido el 19 de agosto de 1982, abogado y casado. Era clave poder responder con la mayor precisión posible; no bastaba con dar el nombre, había que saberse la fecha de nacimiento, el número de cédula, la profesión, el nombre del padre, el de la madre, el número de hermanos, o sea, todo lo que uno debía saber en caso de toparse con un policía inquisitivo”.
Moro es consciente de que su libro traerá polémica, tal como lo dejó trascender en recientes declaraciones en España. “Sé que voy a tener mucho follón, pero que va a ser político más que nada. Nos quieren muertos es una historia muy bonita y actual con la que el lector va a saber cómo es hoy Venezuela por dentro”, aseguró.
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