Aunque Pablo Escobar pudo haber sido percibido por muchos como un Robin Hood, en los anales de la historia quedará como uno de los más crueles asesinos y terroristas de todos los tiempos. Antes del jefe del cartel de Medellín, el gánster más famoso y temido había sido Al Capone, quien se convirtió en el rey del contrabando de licor durante la prohibición en Estados Unidos. Sin embargo, en toda su carrera solo fue acusado del asesinato de 24 personas.
Pablo Escobar, según las autoridades colombianas, pudo ser el responsable de 5.000 homicidios. Y, de estos, varios magnicidios de figuras tan importantes en la vida nacional como Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara, el procurador Carlos Mauro Hoyos y muchos otros jueces, periodistas y miles de colombianos que cayeron en sus actos terroristas, incluyendo la bomba en el avión de Avianca. Y tal vez lo más horripilante: matar 500 policías, por los cuales pagaba 2 millones de pesos por cabeza.
La trayectoria de su vida criminal parece haberse regido por el eslogan que hizo famoso Stalin en la Unión Soviética en los años treinta: “Si un hombre es un problema, al matar el hombre muere el problema”. Bajo esa consigna, miles de colombianos perdieron la vida. Esa ola de terrorismo tuvo lugar porque Pablo Escobar fue el primer delincuente en el mundo que le declaró la guerra al Estado que lo perseguía.
No fue una guerra de ejércitos contra ejércitos. Era entre las autoridades del país y un grupo de sicarios dispuestos incluso a suicidarse por cumplir las órdenes del jefe. Esto quedó demostrado en algunas de las interceptaciones que le hizo el Bloque de Búsqueda. En una de estas, expresando su rabia por el tratamiento que le estaba dando El Tiempo, comunicó que tenía pilotos de avioneta dispuestos a estrellar sus aeronaves contra el edificio del diario. Se refería a sus kamikazes como “locos y esquizofrénicos” que darían su vida por la causa.
Tras 30 años de su muerte, no deja de sorprender la sevicia y la crueldad inusitada con la que cometía sus crímenes. Para el Patrón, quien se cruzaba en su camino lo pagaba con la vida. Este rasgo de su personalidad apareció desde el inicio de su carrera delincuencial. En 1976, cuando apenas comenzaba a importar droga, el jefe seccional del DAS Carlos Gustavo Monroy mandó dos detectives para la frontera entre Colombia y Ecuador para seguirle los pasos al capo y a su primo Gustavo Gaviria.
Al cogerlos con el cargamento, los dos trataron de sobornar a los agentes con 5.000 dólares y 50.000 pesos. Los policías se negaron y ambos fueron acusados de soborno y tráfico de droga. Por las peripecias de los abogados de Escobar, salieron libres en tres meses. Poco tiempo después de quedar en libertad, aparecieron muertos los dos agentes que lo habían detenido, el juez que lo había metido a la cárcel y el jefe del DAS que montó el operativo.
Esos asesinatos pasaron relativamente inadvertidos, pero siete años después, cuando Escobar se volvió famoso, El Espectador revivió el episodio sacando por primera vez las fotos del capo y su primo. A los pocos días, cinco hombres armados entraron al juzgado donde estaba el expediente, mataron al celador y quemaron los archivos. El juez Gustavo Zuluaga Serna dictó auto de detención por esos asesinatos y al día siguiente la esposa del juez fue encañonada cuando iba en su automóvil. La bajaron del carro y lo echaron a rodar por un abismo diciéndole: “La próxima vez no la dejaremos bajar”. Tiempo después, el juez Zuluaga murió acribillado.
Otro elemento de su modus operandi fue el de no dejar ni un respiro entre asesinato y asesinato. El caso más ilustrativo de esto fue el magnicidio de Luis Carlos Galán. En 48 horas, el cartel de Medellín ejecutó a tres protagonistas de la vida nacional. El primero fue el magistrado Carlos Valencia. Dos días después por la mañana, el comandante de la Policía de Antioquia, Valdemar Franklin Quintero.
Y esa misma tarde fue ametrallado en Soacha el hombre que iba a ser el próximo presidente de Colombia y que seguramente lo habría extraditado: Luis Carlos Galán. Popeye en sus múltiples entrevistas contó la reacción de su jefe cuando le confirmaban cada uno de esos operativos. No se exaltaba, no aplaudía, no felicitaba, simplemente prendía un cigarrillo de marihuana y esperaba la noticia sobre el próximo.
Luego, entre el asesinato de Galán y la bomba de El Espectador pasaron apenas dos semanas. Entre la bomba del avión de Avianca y la bomba del DAS, solo diez días. Entre esta y el secuestro de un familiar de Germán Montoya, el hombre fuerte del Gobierno Barco, otros diez, y así sucesivamente. Centenares de muertes tuvieron lugar hasta el asesinato del exministro Enrique Low Murtra, quien murió cuando la eliminación de la extradición estaba asegurada, ocho días antes de que Escobar decidiera entregarse.
Otra de sus características fue la crueldad con algunas mujeres. A una de sus amantes, Wendy Chavarriaga, le hizo algo escabroso. Popeye aseguró que esta amante del capo quedó embarazada y como para él la familia era sagrada, contra su voluntad, mandó a dormirla y hacerle un aborto forzado. El odio de Wendy fue tan grande que se ennovió con Popeye y ofreció colaborarle al Bloque de Búsqueda.
Cuando el capo se enteró de que era una infiltrada, le ordenó al mismo Popeye asesinarla. “Como las órdenes no se discutían, me tocó. Usted no sabe lo que es matar a una persona a la cual uno adora”, le dijo Popeye a SEMANA en una entrevista desde la cárcel. Pero Wendy no fue la única. Como el mundo de Pablo Escobar incluía múltiples visitas de prostitutas, varias de ellas fueron asesinadas cuando le dejaron la impresión al jefe de que podrían revelar su ubicación en los años de la clandestinidad.
Ni siquiera los miembros de su círculo estaban a salvo. Por un ajuste de cuentas, Escobar asesinó dentro de la cárcel de La Catedral a quienes habían sido dos de sus más cercanos colaboradores durante años: los hermanos Galeano y Moncada. Ambos debían girarle 500.000 dólares mensuales para el funcionamiento del negocio, pero en una ocasión apenas depositaron 50.000.
Escobar los mandó a investigar y encontró una caleta con 23 millones de dólares en la casa de Moncada. En ese momento, les dijo a sus hombres: “Ustedes cojan los 23 millones y matan a esa gente o les doy cinco, yo cojo 18 y me encargo de ese asunto”. Sus lugartenientes prefirieron quedarse con los cinco y delegar el trabajo al Patrón. Escobar los citó en La Catedral. Allá dio la orden de ejecutarlos y quemar sus cadáveres durante toda una noche para que no quedara rastro.
Pero tal vez el magnicidio que más impacta sobre la crueldad de Pablo Escobar fue el del exministro de Justicia Enrique Low Murtra. Este había firmado unas órdenes de extradición y después de renunciar al ministerio, para protegerlo, el Gobierno lo mandó de embajador a Suiza.
A su regreso, se discutió la posibilidad de ponerle un esquema de seguridad. Sin embargo, como para el momento la Asamblea Nacional Constituyente estaba en el proceso de prohibir la extradición en la nueva constitución, que era la exigencia de Escobar para entregarse a la Justicia, se pensó que los riesgos de Low Murtra estaban superados.
Los votos a favor de la prohibición ya estaban contados y eran mayoritarios. Por eso, creó una conmoción nacional que Low Murtra fuera asesinado pocos días antes de que esa exigencia del jefe del cartel de Medellín se volviera realidad. ¿Qué sentido tenía este homicidio? Posteriormente, se supo que era un recorderis de Escobar a los que iban a votar la no extradición para que no tuvieran la tentación de cambiar su voto. También se conoció, por testimonios de otros sicarios del cartel de Medellín, que los asesinos de Low Murtra fueron ejecutados para que no quedaran testigos.
Pero tal vez lo más desconcertante de la vida de Escobar fue la reacción del pueblo el día de su entierro. En medio de una histeria colectiva, el mayor criminal del siglo XX fue despedido con lágrimas y ovaciones por una multitud que sentía haber perdido a uno de sus héroes.
Entre gritos de “Pablo, amigo, el pueblo está contigo”, las hordas de dolientes llegaron al extremo de mover la tapa del ataúd y dejar al descubierto la cara del capo caído. Es difícil entender cómo pudo ser este el adiós del hombre que más daño le había hecho al país desde que se fundó la República. Este macabro espectáculo sacó a flote las grandes contradicciones y frustraciones que abrigan muchos colombianos.
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