En Noruega, Anders Breivik, condenado a 21 años de cárcel por asesinar a 77 personas en julio de 2011, la mayoría adolescentes que asistían a un campamento de verano del Partido Laborista en la pequeña isla de Utoya, denuncia su régimen de aislamiento.
“Su celda tiene todas las características de un piso grande: Anders Breivik tiene su propia cocina, un gimnasio privado, una gran pantalla para jugar a videojuegos e incluso periquitos», explica Carlotta Morteo, corresponsal de RFI en Estocolmo.
Pero ésta es su única compañía, porque aparte de sus intercambios con los guardias de la prisión, el neonazi noruego está condenado a un aislamiento casi total: la lista de personas que pueden visitarle se reduce cada año, y no se le permite tener ninguna correspondencia personal.
El riesgo de que pueda inspirar a simpatizantes de extrema derecha a cometer el mismo tipo de atrocidad se considera demasiado grande. Es sobre este punto -la censura de su correspondencia- sobre el que el tribunal deliberará el 8 de enero de 2023.
Tendencias suicidas
Hace seis años, en un primer intento, el tribunal rechazó los argumentos de Anders Breivik de que su aislamiento le había hecho psicológicamente más frágil e incluso más radical que antes. Según su abogado, Øystein Storrvik, «el largo periodo de aislamiento y la falta de interacción real están provocando daños (psicológicos) a Breivik, incluido el hecho de que ahora tiene tendencias suicidas». El preso toma ahora antidepresivos.
Esta vez, la cuestión es pronunciarse sobre un principio: si el asesino ha sido condenado a cadena perpetua, ¿significa esto que el hombre nunca tendrá la oportunidad de establecer ningún tipo de relación humana antes de su muerte? Su defensa invoca otro artículo del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que garantiza el derecho a la correspondencia, y pide que se reduzca el filtrado de su correspondencia con el exterior.
Sin embargo, el preso se beneficia de «una amplia gama de actividades» (cocina, juegos, paseos, baloncesto, etc.) y «no hay indicios de que Breivik sufra ningún problema físico o mental como consecuencia de sus condiciones de detención», argumenta el abogado del Estado, Andreas Hjetland. «Breivik ha mostrado hasta ahora poco interés en el trabajo de rehabilitación», añade.
«Por lo tanto, es difícil imaginar qué mejoras significativas de las condiciones penitenciarias son posibles y justificables a corto plazo».
Recurrentes provocaciones del preso
Por temor a que su juicio pueda ser utilizado para difundir un mensaje político, las declaraciones de Anders Breivik no se harán públicas. Sus provocaciones siguen siendo habituales (saludos hitlerianos, pancartas militantes, diatribas ideológicas, etc.) y las familias de los desaparecidos las viven con dolor.
Su defensa se basa en el artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que prohíbe «los tratos o penas inhumanos o degradantes». Su abogado, Øystein Storrvik, declaró a AFP en octubre que «sigue en régimen de aislamiento y cuanto más tiempo pasa, más constituye esto una violación de la Convención».
En 2016, Anders Breivik ya había llevado al Estado noruego ante los tribunales por los mismos dos motivos. Para sorpresa de todos, salió parcialmente airoso en primera instancia. Pero el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) desestimó posteriormente su caso, declarándolo «inadmisible» en 2018.
Utoya, el 11-S noruego
El 22 de julio de 2011, el extremista, que ahora tiene 44 años, detonó primero una bomba cerca de la sede del gobierno en Oslo, matando a ocho personas, y luego siguió matando a otras 69 personas, en su mayoría adolescentes, abriendo fuego en un campamento de verano de las Juventudes Laboristas en la isla de Utøya. En 2012 fue condenado a la pena máxima de 21 años de prisión, con posibilidad de prórroga.
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