Esta población ha pasado casi la mitad de su vida esquivando los golpes de la contracción económica, la hiperinflación y ahora la pandemia. Sin créditos para viviendas, ni vehículos. Tienen dos o tres trabajos. Han crecido escuchando las anécdotas de un país que alguna vez fue “rico”.
Horarios ajetreados. Cuesta hallar un espacio en su apretada agenda. Tienen varios trabajos y pocas horas libres, pero no son los CEO (primer ejecutivo, por sus siglas en inglés) de alguna empresa, solo son jóvenes venezolanos a cargo de sus familias desde hace años a causa de la prolongada crisis económica, la hiperinflación y ahora la pandemia.
La hiperinflación que se mantuvo entre finales de 2017 y 2021 acabó con los ahorros y los ingresos. La baja producción del país y, por ende, su empobrecimiento llevaron los salarios de la administración pública a ser los más bajos de la región. Investigadores, educadores, petroleros y jubilados perdieron su sustento hasta quedar vulnerables. Entre esa y otras razones los jóvenes han asumido los gastos de sus hogares o familiares alternando con varios trabajos, salarios en dólares o empleos remotos.
Teresa Rodríguez, hoy de 27 años, abogada y licenciada en Ciencias Políticas, recuerda que todo empezó en 2018. “Fue el año en que se profundizó la pérdida de los ingresos en la administración pública, los salarios de mis padres como docentes pasaron a ser simbólicos. Yo estaba recién graduada y había mucha escasez de alimentos, todo eso me hizo tener que encargarme de ese rol en mi casa”.
La ayuda de Teresa pasó de ser algo extra a convertirse en el ingreso fundamental de la familia, pues el de sus padres dejó de ser suficiente y no cubría ni 15 % de los gastos mensuales. La joven considera que ha tenido un poco de suerte debido a sus dos carreras. Se graduó de abogada en 2016 y dos años después en Ciencias Políticas. En 2018 comenzó pasantías en una fundación en Maracaibo gracias a lo último que estudió. Recuerda que por suerte quedó allí, donde le pagaban y además otorgaban ayudas adicionales por la escasez de alimentos de entonces. “Nos daban almuerzo, pero también nos daban bolsas de comida para la casa y eso era una bendición, era horrible hacer compras. Eso significó casi 70 % de la comida del mes”, dice.
Teresa explica que hace cuatro años les tocó buscar otros ingresos, pero hoy las cosas no son muy diferentes, pues el costo de la vida, incluso en dólares, ha aumentado. “En ese momento con mi sueldo y la comida que daba la empresa sentía que tenía un súper trabajo, pero ya eso en 2019 no era suficiente tampoco, así que tocó de nuevo reinventarse y buscar otros mecanismos de ingresos. Ahorita para poder mantenerme a mí y la casa de mis padres, se requiere un ingreso cercano a los $600, eso para vivir lo justo, ahí no hay nada de ahorros”. Hoy trabaja con una empresa y con dos ONG. “Es bastante demandante, suelo tener un solo día libre a la semana, aunque dos de esos trabajos los hago de forma remota, así que organizo mi tiempo”.
La Encuesta Nacional de la Juventud (Enjuve) de 2021 revela que un millón de jóvenes, alrededor de 15 %, están al frente de la jefatura del hogar donde residen. De esa población 59 % son mujeres y 41 % hombres. La investigación señala que la independencia no es común entre la población joven a menos que se trate de vivir en pareja.
El economista Manuel Sutherland, director del Centro de Investigación y Formación Obrera (CIFO), considera que este fenómeno ha sido poco estudiado en el país. “En general, el tema económico con perspectiva salarial obrera tiene poca prensa a nivel mediático, lo que es el importe de las pensiones, los bajos salarios en el sector público o privado aunque allí sean 20 veces más grandes. Los partidos políticos de oposición y gobierno casi no dicen nada sobre esto y los sindicatos han sido destruidos; las organizaciones obreras están en el suelo”.
En conversación con Crónica.Uno, Sutherland explica que esta realidad se ha ido levantando de forma progresiva y al mismo tiempo pasa desapercibida.
Millones de jóvenes tienen que mantener a los padres y abuelos y eso parece no interesarle a nadie, pero es un problema importante para que estos jóvenes puedan desarrollarse económica y profesionalmente, pues les resta dinero que pudieran convertir en capital para una empresa/emprendimiento o crear una base para su formación y mejorar sus habilidades, también para temas como el esparcimiento o para tener ahorros”, apunta el economista.
Para Elías Zurita, esta responsabilidad también comenzó casi al mismo tiempo que la de Teresa. Sus padres son jubilados de la administración pública y recuerda que hubo un momento en el que lo que ganaban no alcanzaba para cubrir los gastos. Elías, de 28 años, está graduado en Estudios Internacionales y Derecho. Dice que su trabajo en la ONG Espacio Anna Frank le ha permitido costear sus necesidades, las de sus padres y un tío.
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