Cuando el Banco Mundial publicó sus últimas proyecciones económicas globales, a principios del verano pasado, la duda que flotaba en el ambiente era si sería posible desarrollar una vacuna contra un virus nuevo en menos de un año. Seis meses después se ha obrado el prodigio científico, con varias inmunizaciones aprobadas por las autoridades sanitarias de los principales países del mundo, otras tantas en camino y las fábricas de viales ya a pleno rendimiento. Ahora, los interrogantes tienen más que ver con el ritmo al que las autoridades sanitarias serán capaces de administrar el fármaco: cuanto antes se haga, más rápida y robusta será la recuperación; cuanto más se demore, más lento será el regreso a la vida de la economía. Todo, absolutamente todo, está en manos del cóctel de antígenos. Y las primeras noticias no son las mejores.
El escenario base proyectado este martes por el organismo con sede en Washington apunta a un crecimiento global del 4% este año, con lo que se recuperaría prácticamente todo lo retrocedido en 2020 (-4,3%). Pero los dos caminos alternativos son absolutamente divergentes. En el más optimista, el “control exitoso de la pandemia y un proceso de vacunación más rápido” permitiría al PIB global escalar un 5%: en menos de un año se habría revertido lo desandado con la pandemia. En el pesimista, los riesgos de cola impondrían su ley y el retraso en el calendario de vacunación provocaría también un aumento en el número de enfermos y presionaría notablemente a la baja el crecimiento. Tanto, que lo dejaría en menos de la mitad: el 4% se convertiría en un enjuto 1,6%, el segundo registro anual más bajo en casi tres décadas, tras el batacazo de 2009 (-1,7%) derivado del estallido financiero en Wall Street y, sobre todo, del hundimiento del año pasado.
“Las principales prioridades políticas a corto plazo son el control de la propagación de la covid-19 y la garantía de una distribución rápida y amplia de las vacunas”, remarcan los técnicos del multilateral, que temen dos frenos en la administración de la vacuna: el cuello de botella logístico y la reticencia de amplias capas de la población a ser vacunadas, lo que complicaría la necesaria inmunidad de grupo. En un escenario aún más severo, en el que las crisis financieras se generalizasen a lo largo y ancho del mundo —algo que prácticamente ninguna casa de análisis tiene siquiera en sus pronósticos después de un 2020 en el que, pese a la recesión, se han contenido los riesgos en el sector bancario gracias a la acción de los bancos centrales—, “el crecimiento mundial podría incluso ser negativo en 2021″.
Ligera mejora del cuadro de 2020
Al margen de la rapidez o lentitud en el despliegue de las vacunas, en su revisión del cuadro macroeconómico publicada este martes, el Banco Mundial mejora ligeramente sus números para el año recién terminado: frente a la implosión del 5,2% prevista en junio, sus cálculos apuntan ahora a que la economía global limitó la caída al 4,3%. Los vectores de esta mejora relativa son dos: una caída menor de lo esperada en los países ricos —a pesar de que la recuperación se estancó en los últimos compases del año ante el avance de la segunda ola— y una recuperación “más sólida de lo anticipado” en China, que salvó los muebles con creces (+2%) y que este año crecerá —atención— un 7,9%. En el lado contrario, el daño en la sala de máquinas económica en el resto del bloque emergente fue “más grave de lo esperado”.
“La economía mundial parece haber entrado en una fase de recuperación moderada, pero los encargados de la formulación de políticas se enfrentan a desafíos enormes —en materia de salud pública, gestión de la deuda, presupuestos, banca central y reformas estructurales— para tratar de asegurar que este rebote, aún frágil, cobre impulso y siente las bases de un crecimiento robusto”, desgrana el presidente del organismo, David Malpass.
Preocupación por la “cuarta ola” de la deuda
La crisis sanitaria está siendo, entre otras muchas cosas, un potentísimo acelerador de la deuda. Y llegó cuando el mundo aún amasaba un importante volumen de pasivos de décadas pasadas y crecían las voces de alerta sobre su sostenibilidad, especialmente en los países emergentes. El mundo está en lo que el prestamista cataloga como “cuarta ola” de endeudamiento tras la de los años setenta y ochenta en América Latina y algunos países del África subsahariana, la de los noventa y principios de los 2000 en Asia-Pacífico y la de principios de siglo en los países ricos, que se concentró en el sector privado y derivó en la Gran Recesión. Las tres, recuerda, acabaron derivando en estallidos financieros con reverberaciones de alcance global.
“La pandemia ha hecho aún más peligrosa esta cuarta ola, exacerbando los riesgos asociados a la deuda”, subraya el organismo en un informe en el que pone el foco, sobre todo, en los países de renta media y baja, de largo el eslabón más débil. “La comunidad internacional debe actuar rápido y contundentemente para asegurar que ésta no acaba, como las anteriores, en una cadena de crisis de deuda en los emergentes”.
En los últimos meses, a raíz de los confinamientos y las medidas de control del virus, la carga de la deuda ha crecido con fuerza: los Gobiernos de todo el mundo —muy especialmente, los de los países ricos, que también son los que tienen más músculo financiero y mejor acceso al mercado— han redoblado sus emisiones para hacer frente a los ingentes gastos derivados de la crisis sanitaria. “Esto llega después de una década en la que la deuda global [tanto pública como privada] ya había crecido hasta marcar un récord del 230% del PIB. Un nivel alto que deja a los prestatarios en una situación de vulnerabilidad ante cualquier cambio repentino en el apetito de los inversores por el riesgo”, advierten los economistas del Banco Mundial en su pase de revista.
“El relajamiento de las condiciones financieras —con bajos costes de endeudamiento, abundantes emisiones y una recuperación de las valoraciones bursátiles gracias a las noticias positivas sobre las vacunas— enmascaran las crecientes vulnerabilidades subyacentes”, se lee en el estudio presentado este martes. “Ya desde antes de la pandemia no había margen para la complacencia: con frecuencia, las crisis se han desencadenado por choques exógenos que aumentaron con fuerza la aversión al riesgo de los inversores y frenazos repentinos en los flujos de capitales. Y las ralentizaciones del crecimiento mundial fueron a menudo catalizadores de crisis”.
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