El mercado de Huanan en Wuhan, considerado al principio de la pandemia como la zona cero del coronavirus, ya no es más que una cáscara vacía oculta tras unas vallas celestes. Dentro —en lo que se puede ver gracias a algunas grietas en las juntas y a la ausencia muy momentánea de un vigilante de seguridad—, la desolación: largos pasillos flanqueados por rejas oxidadas, huecos donde estuvieron los puestos, un puñado de extintores y dos palmeras secas. Han desaparecido todos los letreros que identificaban los comercios. El aire agita el cartel de una marca de pollo que alguien dejó atrás, lo único que se mueve. Solo en la planta de arriba, adonde se accede por un lateral, siguen abiertas varias tiendas de gafas.
A punto de cumplirse un año de que Wuhan quedara confinada durante 76 días, el mercado, tan grande como cuatro campos de fútbol y donde se vendían mariscos, carne, verdura y animales salvajes, es uno de los pocos puntos de esta ciudad industrial de 11 millones de habitantes que no ha recuperado la actividad plena. Sus estructuras gemelas, separadas por una avenida, marcan un gigantesco recordatorio de que esta ciudad fue el primer foco de la pandemia, algo que sus residentes preferirían olvidar. Pero es uno de los primeros lugares que quiere visitar la misión internacional de la OMS sobre el origen del virus, llegada a Wuhan finalmente la semana pasada.
A una veintena de kilómetros, aún en Wuhan, el mercado de abastos de Baishazhou hierve de actividad. En una zona apartada, separada por unas vallas rojas, funcionarios en traje protector desinfectan y controlan productos congelados de importación, que el Gobierno chino considera posibles fuentes de virus. Por los altavoces, un mensaje insiste en que es obligatorio llevar mascarilla, y que todos los productos deben haber sido sometidos a inspección antes de venderse. Sus vendedores explican que las desinfecciones se han multiplicado, y ellos deben someterse a pruebas de coronavirus periódicas. Aquí se han reubicado algunos de los 1.180 comerciantes que trabajaban en los 653 puestos del mercado de mariscos sospechoso.
“¡Por supuesto que el virus no empezó en Huanan!”, sostiene Hu, que vendió ternera durante una década allí antes de que las instalaciones se cerraran de manera intempestiva hace un año. Este hombre menudo, de pelo hirsuto y barba escasa, apoya —como muchos en la ciudad— las teorías, amplificadas por el Gobierno chino, de que el virus llegó del extranjero, en productos importados o traídos por soldados que participaron en los Juegos Militares de Wuhan en octubre de 2019. “Yo lo que sé es que en el mercado no empezó, ahí nunca había habido problemas”, insiste.
En diciembre de 2019, los comerciantes comenzaron a escuchar casos de compañeros enfermos. En los hospitales de Wuhan, los médicos detectaban síntomas de una neumonía extraña entre pacientes que ingresaban. La mayoría —un 70%— con conexiones con Huanan: vendedores y sus familiares o clientes. El resto no tenía vínculos demostrables.
Casi al mismo tiempo que se anunciaba al mundo la nueva enfermedad, se aseguraba que el origen estaba en el mercado, que quedaba cerrado a toda prisa el 1 de enero de 2020 (“había pagado por adelantado tres meses de alquiler de las neveras y nunca me lo devolvieron”, se lamenta Hu). Meses más tarde, el jefe del Centro de Control de Enfermedades chino, Gao Fu, se referiría a los pacientes originales sin conexión con el mercado para asegurar que esas instalaciones fueron “una víctima”, no el origen de la pandemia.
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