El estado de alarma decretado en España para frenar la expansión del coronavirus expira este sábado 20 de junio, a medianoche, tres meses y una semana después de decretarse; 98 días en los que los españoles han vivido conteniendo el aliento entre el miedo y la curiosidad que ha generado una situación inédita de efectos aún desconocidos.
Adaya González y Patricia de Arce / EFE
Han sido, en definitiva, días que han paralizado – y cambiado – el país.
No todas esas jornadas han transcurrido con la misma velocidad y durante algunas parecía que el tiempo se había congelado. Pero con la desescalada iniciada hace ya algunas semanas la vida ha ido volviendo a las calles, plazas, comercios, carreteras, fábricas, oficinas, terrazas, bares, montañas y playas que el estado de alarma vació.
El 14 de marzo fue necesario echar mano por segunda vez en la democracia española de este instrumento constitucional. Y si en la anterior ocasión – durante una huelga de controladores aéreos en 2010 -, solo duró 15 días, en esta se ha prorrogado seis veces.
ASÍ EMPEZÓ TODO
Hoy se tiene prácticamente la certeza de que el coronavirus circulaba libremente por España antes de febrero, pero desde la confirmación del primer positivo el 31 de enero hasta finales del mes siguiente, se mantuvo un escenario de contención en el que las autoridades aconsejaban extremar las medidas de higiene y poco más.
Y así fue hasta el 9 de marzo: un día después de la celebración del las manifestaciones por el Día de la Mujer saltaron todas las alarmas al duplicarse la cifra de contagios hasta los 1.204 y elevarse a 28 las muertes.
Ese día se gestó el embrión del estado de alarma con unas primeras medidas – como suspender las clases durante dos semanas en las zonas más afectadas o aconsejar el teletrabajo -, diseñadas para impedir, en palabras del ministro de Sanidad, Salvador Illa, «ir al escenario de Italia», donde ya regían las limitaciones a la movilidad entre ciudades y se había pedido a la ciudadanía quedarse en casa.
Pero no lograron evitar el desastre porque el coronavirus llevaba ya tiempo campando entre la población, así que tras una histórica y larguísima reunión, el sábado 14 de marzo el Consejo de Ministros decretó el estado de alarma. El virus había alcanzado ya a 5.753 personas y matado a 136.
MUERTOS Y SATURACIÓN HOSPITALARIA
Ya entonces las cifras sobrecogían pero lo peor estaba por venir. Apenas una semana después, las víctimas mortales diarias empezaron a contarse por centenares y en tres semanas se rozó el millar: 950 muertos en 24 horas. Era el 2 de abril y había contabilizados 10.003 fallecimientos oficiales.
Muchos más de los que los servicios funerarios podían asumir. Hubo que improvisar morgues en lugares como pistas de hielo y aparcamientos.
Lo mismo ocurría con los hospitales. Cada día el país amanecía en vilo esperando que la maldita curva de contagios empezara a doblegarse para aliviar el sistema sanitario, sometido a centenares de ingresos diarios, muchos de los propios profesionales de la salud.
Faltaban medios, los que llegaban eran escasos y defectuosos… Hoteles medicalizados, recintos feriales reconvertidos en unidades de cuidados intensivos gigantescas… Por muy poco se consiguió esquivar el colapso. Pero el sistema y sus profesionales estaban agotados.
EL DRAMA DE LAS RESIDENCIAS
Si hay algo que desgarró los corazones de todos a lo largo de estos 98 días fue la situación de las residencias de ancianos, que puso en jaque un modelo que se ha revelado letal para nuestros mayores.
Desde el 8 de abril se espera saber el dato oficial de los ancianos que han perdido la vida en ellas en esta pandemia; sin embargo, a día de hoy solo se puede intuir una cifra sumando las que por su lado van dando las regiones y que ronda los 20.000.
Casi tan doloroso como ello es imaginar el terror de los supervivientes, condenados a la soledad de sus habitaciones sin poder recibir visitas.
El poco consuelo de muchas familias está ahora en las cerca de 200 investigaciones penales emprendidas por la Fiscalía, casi la mitad de ellas en Madrid, y otras tantas diligencias civiles y la veintena de procedimientos en marcha en distintos juzgados.
EL PARÓN Y EL INICIO DE LA CRISIS
Desde el minuto uno del estado de alarma llegó la crisis económica. Era inevitable porque el confinamiento provocaba una caída abrupta de la actividad y del consumo. Y precipitaba el aumento del desempleo.
La crudeza de la pandemia, además, hizo necesario un sacrificio aún mayor para la economía del país: el Gobierno ordenaba el cese de toda actividad no esencial del 30 de marzo hasta el 9 de abril.
El parón provocó inevitablemente la destrucción de puestos de trabajo, 900.000 en los meses de marzo y abril. Además, en ese periodo 3,3 millones de personas se vieron afectadas por expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) de fuerza mayor.
Ahora el empleo se está empezando a recuperar con la vuelta de la actividad, y los ERTE se mantienen en muchos casos, pero hay sectores muy dañados con esta crisis. Sobre todo el turismo, que supera el 12 por ciento del PIB español, que espera impaciente el levantamiento de la alarma y la apertura de fronteras para empezar a notar algún alivio.
LO QUE NUNCA OLVIDAREMOS…
Pese a que hemos visto actitudes reprochables e incluso vergonzantes, esta crisis también deja momentos, grandes gestos y sacrificios que esta sociedad nunca va a olvidar.
La lucha incansable de los sanitarios a costa, en muchos casos, de su salud y de sus propias vidas; los aplausos que les dedicaron los ciudadanos cada tarde a las ocho; las múltiples muestras de solidaridad entre las comunidades y asociaciones de vecinos, volcados en ayudar a los mayores y a los más vulnerables.
Y a los cajeros, farmacéuticos, estanqueros, transportistas, repartidores, fruteros, panaderos, pescaderos, carniceros, limpiadoras y a todos aquellos imprescindibles que hicieron el confinamiento un poquito más fácil al resto.
…Y LO QUE QUEDA POR VENIR
A España le espera ahora un camino muy difícil hacia la reconstrucción. La caída ha sido abrupta y tal vez por eso los más optimistas esperan que la recuperación sea rápida. Pero volver a cifras positivas de crecimiento o empleo no será suficiente esta vez.
Y es que hay un clamor para reforzar el sistema sanitario y evitar que vuelva a sufrir, porque de esta situación ha salido exhausto.
El virus, además, sigue ahí y no se puede bajar la guardia. España entra en la «nueva normalidad» manteniendo las normas de higiene y distancia física, y la obligatoriedad de mascarillas en sitios cerrados y siempre que el distanciamiento no sea posible.
Porque el estado de alarma acaba. Pero no el coronavirus, una amenaza que no se irá hasta que no haya una vacuna o un tratamiento efectivo para combatirlo.
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