El 20 de marzo empezó la primavera en el hemisferio norte, celebrándose el equinoccio. Se trata de una las primaveras más tempranas en muchos años (incluyendo el temprano florecimiento de los cerezos japoneses). Sin embargo, es una primavera oscurecida por la pandemia del COVID-19 que se propaga por el planeta. Pero con los rayos del sol viene cierta esperanza.
Desde hace algunas semanas se ha venido especulando sobre si el calor y la humedad afectan el esparcimiento del coronavirus. Hasta hace unos días no había demasiada claridad al respecto, con opiniones encontradas. Pero esto parece haber cambiado un poco, gracias a información reciente publicada por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Según información del 19 de marzo, existe una correlación entre las temperaturas más altas y la humedad y un menor ritmo de expansión. En este sentido el COVID-19 emularía hasta cierto punto el comportamiento del virus de la influenza, el cual es marcadamente estacional.
Según el análisis del MIT, usando información de la Universidad Johns Hopkins, el máximo nivel de contagios han ocurrido en temperaturas de entre 3°C y 13°C. Países con temperaturas de más de 18°C han visto menos del 5% de los casos. Este mismo patrón se repite en Estados Unidos, donde los estados más cálidos han visto un menor grado de crecimiento que los estados ubicados en el norte. Otros investigadores en España y Finlandia notaron que el 95% de los casos positivos globales ocurrió en temperaturas de -2°C y 10°C. En China, otro estudio sugiere que las ciudades cálidas y húmedas tuvieron una menor propagación.
Esto debe tomarse con un grano de sal, pues se trata de una correlación solamente y no implica necesariamente una causa. Existen numerosos otros factores que entran juego. Aunque es altamente posible que el clima juegue un papel, factores como la densidad de población, el cuidado médico, medidas de distancia social, etc., podrían ser mucho más determinantes. Esto mismo es lo que advierte Marc Lipsitch de la Universidad de Harvard. Un declive modesto no sería muy significativo, a menos de que las restricciones sociales se hagan efectivas.
Si se logra detener el ritmo de expansión y aplanar la curva, de cualquier manera los expertos esperan una segunda ola o hasta una tercera, como ocurrió con la epidemia de gripe de 1918, la cual mató cerca de 50 millones de personas en todo el mundo (aunque esta cifra sigue siendo debatida).
La mayoría de la población mundial vive en el hemisferio norte, por lo cual esto podría significar una buena noticia. Aunque, claro, la población del hemisferio sur deberá tomar precauciones adicionales en el caso de que se confirme esta evidencia preliminar.
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