Marlene está sentada en el frente de un negocio de comida que está cerrado. Se trata de acomodar la cola que se había hecho en el cabello, como una manera de mejorar un poco su estropeado aspecto físico, que tanto necesita mantener para llamar la atención de potenciales clientes que deambulan en el centro de Barquisimeto, buscando servicios sexuales.
José D Sequera | La Prensa de Lara
Esta rutina que mantiene siempre, desde hace dos meses, cuando fue decretada la cuarentena por el COVID-19, la hace con más cuidado pues las medidas restrictivas han desaparecido casi en su totalidad a los clientes. Trabajadoras sexuales afirman que antes del confinamiento, en un día podían captar entre dos y cuatro clientes, pero ahora rara vez pueden captar uno solo en un día, llegando incluso pasar hasta tres días sin concretar una sesión de sexo.
«Desde que empezó la cuarentena, es raro cuando tengo clientes. Pero yo igual me mantengo aquí sentada, esperando a que venga alguno y pueda cobrar lo suficiente como para comprar yuca y plátanos para darle de comer a mis siete hijos», comenta Marlene.
Aunque el confinamiento obliga a los larenses a guaradarse en sus casas antes de las 4:00 de la tarde, las trabajadoras sexuales salen a la calle desde temprano para vender su cuerpo y poder tener dinero para cubrir sus necesidades básicas, como alimentación. No es raro verlas paradas en las esquinas, adyacencias de moteles y a las puertas de reconocidos prostíbulos que ofrecen servicios a puertas cerradas, aún cuando comienza a regir el horario restrictivo.
La situación las ha llevado a reinventarse y comienzan a vender su cuerpo con ofertas para atraer más clientes. «Hemos tenido que ajustar los precios de los servicios, porque los clientes tienen como prioridad llevar comida a sus casas y no echarse una escapada como hacían antes», revela Penélope, una trabajadora sexual que se considera «solitaria» y suele captar clientes en la avenida 20.
Los precios de los servicios varían si la mujer trabaja por su cuenta en una calle o si está en un prostíbulo. En el caso de las primeras, el servicio básico (sexo anal, sexo oral y posiciones) cuesta cinco dólares, mientras que sólo el sexo oral vale tres dólares, antes estos servicios costaban ocho y cinco dólares respectivamente. En el caso de las muchachas que están en los prostíbulos, el plan básico puede ascender a los ocho dólares y el oral cinco.
Pero en caso que el cliente no tenga los dólares, el pago se hace con comida. «Yo suelo ir a un abasto chino cercano y le pido al cliente que compre cierta cantidad de productos que, al cambio, sea el equivalente al monto del servicio que está solicitando».
A pesar de eso, las trabajadoras sexuales aseguran que un solo cliente diario apenas les da para subsistir, porque no sólo tienen que comprar comida para ellas y sus familias, sino pagar alquiler de sus residencias, cuidados estéticos, compra de condones, así como la adquisición de alcohol y antibacterial, para evitar ser víctimas de la pandemia.
«Cuando concreto un servicio, le exijo al cliente que se bañe primero, y después de eso le rocío alcohol. Lo último que quiero es tener COVID-19», sustenta «Rosa» desde las afueras de un prostíbulo del centro.
Cuarentena no frena la indigencia
La indigencia sigue creciendo en Venezuela. Aunque desde el pasado mes de marzo el Gobierno nacional pidió a las personas no salir a las calles si no es algo necesario, en la región se ha hecho frecuente ver a personas comiendo de la basura.
En el centro de Barquisimeto o en los mercados populares las personas en condición de calle buscan cerca de las carnicerías para agarrar los pellejos y sacar algo de provecho. Los sitios de comida rápida también son cazados al igual que las inmediaciones de edificios.
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