Guillermo Coppola cargó con el féretro de Diego Maradona, en primera fila, la primera asa. Detrás, sus hijos, su exmujer, sus sobrinos…Lo llevaron al cementerio de Bella Vista, localidad ubicada a unos 40 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde también descansan sus padres: Doña Tota y Don Diego. El lugar que ocupó Coppola, evidentemente, no fue casual. Él dice que se lo dio la familia por el «vínculo» que tenía con el « 10». Pero la palabra «vínculo» habla poco de la verdadera relación que existía en quien fue su agente, pero sobre todo su gran amigo, su mejor amigo.
Coppola lo desliza, lo deja caer, aunque no lo dice abiertamente: pero también le salvó la vida a Diego. Fue hace ya 20 años, en Uruguay, cuando Guillermo lo socorrió antes de que Diego tuviera que ser ingresado. Fue una de las tantas vidas que tuvo Diego, en todas en las que logró desafiar a la muerte, que parecía que nunca llegaría a él.
Hasta que lo hizo el 25 de noviembre de 2020, una fecha que quedará grabada para siempre en la historia de los argentinos, de todos: los que lo quisieron, los que lo odiaron y hasta los que le fueron indiferentes. Para lo bueno o para lo malo, Diego Maradona es Argentina, es su fútbol y su idiosincrasia. Quizás por eso la persona que más y mejor lo conoció reconoce que es «difícil hablar del Diego amigo, es difícil hablar de un Diego que no se conozca, puesto que ha sido el hombre más trascendente, fotografiado, acosado…». «Uno de los hombres, si no el que más, que logrado trascender todas las fronteras, comparable con el que quieras… Y no lo digo desde el fanatismo sino desde el amor, desde lo que he vivido. Líderes políticos, religiosos o reyes: todos lo querían conocer», relata Coppola a ABC, su primera entrevista con un periódico internacional después de días de luto, reconocimiento y revuelo.
«Ha trascendido todas las fronteras, es comparable con el que quieras…Y no lo digo desde el fanatismo sino desde el amor, desde lo que he vivido. Líderes políticos, religiosos o reyes: todos lo querían conocer»
Ante la insistencia, Coppola rescata algo más de la parte menos conocida de Diego: su humildad. «Nació en un barrio muy modesto de Buenos Aires, Fiorito, y llegó a la cima del mundo, pero nunca perdió la humildad. Diego era diferente o incluso más que los demás». Y su exagente no lo dice solo a nivel futbolístico; otros amigos de Diego también reconocieron que sobre él había un «halo», algo especial que iba más allá de su juego en la cancha: « A ese nivel ni hablemos, es el número uno en el mundo en el deporte», remata Coppola.
Coppola habla con ABC por videoconferencia y no disimula su malestar, su cara de tristeza, la templanza infinita con la que le pide paciencia a los medios que quieren hablar con él: «Tengo altibajos, estoy recalculando, como los GPS», dice. Y narra recuerdos con Diego atropelladamente, sin orden ni cronología. Y en ese torbellino de emociones y dolor, después de nada menos que 16 años juntos, tampoco falta el agradecimiento y hasta algún reproche. «Recuerdo cuando me gritó delante de 500 personas que me había quedado con el dinero de sus hijas y le demostré que estaba equivocado. Afortunadamente, lo pudimos solucionar, pero me quedó el dolor… Yo era su pierna izquierda, parte de su corazón, el hombre que le salvó la vida… Bueno, yo y todo el equipo médico que lo atendió entonces en Uruguay… Aunque él era muy fuerte, activo. Lo acompañé hasta el último momento, con mucho dolor y mucha tristeza sabiendo que me falló porque me tendría que haber ido yo antes que él, en eso habíamos quedado».
Por Coppola pasaron 183 jugadores antes de llevar la carrera de Diego: «Estuve con grandes como Pumpido, Fillol, Ruggeri para dedicarme a estar con él 16 años. Cualquiera que esté en la actividad sabe que conducir el destino del mejor jugador del mundo es algo de lo que le voy a estar eternamente agradecido». Junto a Diego, Coppola, que también viene de una familia humilde, recorrió el mundo. «Teníamos el sentimiento de amor que unía a una pareja de amigos, los amigos son importantes, él fue lo máximo, éramos como una pareja sin sexo: vivíamos juntos, volábamos juntos, leíamos juntos, sufríamos juntos, tuvimos altos y bajos…».
Su unión con él fue tan fuerte que se convirtió en parte de su «entorno», muchas veces cuestionado por la adicción del astro a las drogas. «Yo he sido entorno y mucho se habló de los entornos y el mal que a Diego le producía, él lo transmitió… Pero no es la única persona que ha sufrido eso: hay muchos hijos, hermanos que lo sufren, gente que tiene padre y madre, es decir, un entorno alrededor que sufre por lo que le pasa y a Diego nadie lo obligó. Claro que yo hubiese querido un Diego que esté arriba; él mismo se preguntaba qué jugador habría llegado a ser sin las drogas».
«Eso que lo llevó a ser uno de los elegidos se lo ganó dentro de la cancha. Fuera, todos somos individuos con defectos y virtudes, elegimos como individuos lo que nos hace bien y lo que nos hace mal… Yo hubiese querido un Diego exultante e incluso diciéndolo fríamente hubiese sido mejor tener un Diego superactivo y trabajando, pero el amigo entiende, como lo hace un padre, una madre. Es una enfermedad».
«Sus piernas fueron lo máximo en su vida»
Es difícil ver una foto de Diego sin su amigo Coppola, sobre todo en lo que él define como la «época brillante» del año 1985 al 1990, (cuando Diego jugaba en el Nápoles), seguido de uno más duro, del 2000 al 2004, cuando se separaron por un tiempo. Sin embargo, «no dejó de ser nunca mi amigo», narra su ex agente. «Afortunadamente, después de esas diferencias nos pudimos reencontrar», continúa relatando a ABC. Esos reencuentros se produjeron en el velatorio del padre de Diego, donde también cargó con el asa del féretro. Coppola enumera saltándose años y posiblemente porque son las ocasiones, de tantas, que más lo marcaron, el Mundial de Rusia junto al «10», así como otro encuentro, «poco antes de que llegara este virus, en la cancha de Quilmes». «Entramos los dos abrazados. Era febrero pero también recuerdo la cancha de Boca juntos en marzo».
«Echo de menos al Diego feliz, el de la risa, el compinche, con el que recorría el mundo celebrando la vida»
Ese es el Diego que su mejor amigo echa de menos; el mismo que Argentina y el mundo añoran: «Echo de menos cuando lo veía entrar a un campo de juego porque ahí veía a un Diego feliz, estaba en sus ojos, ese es el Diego que yo había conocido; no el del último partido el 30 de octubre, día de su último cumpleaños… Ese no era Diego, el de esas imágenes en las que se le veía imposibilitado para caminar cuando sus piernas fueron lo máximo en su vida… Extraño al Diego feliz, el de la risa, el compinche, con el que recorría el mundo celebrando la vida».
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