Quizás la institución que más ha defraudado es el Banco Central de Venezuela. Todos padecen las consecuencias de su incapacidad para cumplir las funciones que la sociedad le asignó hace casi 80 años: manejar la unidad monetaria del país, surtir de billetes y monedas suficientes, mantener el valor adquisitivo de esa moneda, administrar de manera prudente las divisas que respaldan esa moneda, promover la estabilidad económica, aconsejar de manera franca al gobierno y ofrecer estadísticas económicas oportunas y fiables.
Por José Manuel Rotondaro / KonZapata
Ninguna de esas funciones las ha estado cumpliendo el BCV, en algunos casos por más de 15 años. Si bien los responsables en última instancia han sido tanto Hugo Chávez como Nicolás Maduro, las personas que han ocupado posiciones directivas desde 2000 han sido actores y cómplices en la destrucción de la economía venezolana.
Las justificadas críticas a su pésimo desempeño en los últimos años son quizás uno de los pocos temas donde existe consenso entre chavistas y opositores. Dentro del primer grupo se preguntan por qué el BCV no es capaz de detener la inflación o la continua depreciación del bolívar, o la crónica escasez de billetes. Más aún, hay quienes acusan, justificadamente, a la actual directiva de estar activamente dolarizando al país.
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El declive institucional del BCV no ha sido aislado. La actual directiva está conformada por personas que previamente han desempeñado cargos en otras dependencias oficiales, y abiertamente han declarado su apoyo irrestricto a Maduro. Queda claro que la lealtad política es el requisito esencial para ser directivo del BCV, antes que la capacidad técnica y la experiencia profesional en temas clave para dirigir un banco central: lo monetario y lo financiero.
Un órgano colegiado uniforme en su visión de la economía y cuya posición responde más a su lealtad política que a su escasa o inexistente capacidad profesional, no es capaz de tomar decisiones acertadas.
Simultáneamente, esta directiva claramente desconfía de los cuadros técnicos del organismo, bien por razones políticas o porque la salida de funcionarios ha reducido el personal con calificaciones adecuadas. El ejemplo más claro es el caso de la Vicepresidencia de Operaciones Internacionales, una posición normalmente ocupada por personal de carrera. Desde fines de 2018 un miembro de la directiva, Iliana Ruzza, ejerce el cargo en forma ‘interina’.
A esta irregular mezcla de funciones directivas y operativas se añade la prolongada permanencia de otra directora, Sohail Hernández, como primera vicepresidenta ‘interina’.
Sólo cabe imaginar lo curiosas que deben ser las sesiones del directorio del BCV cuando evalúan el desempeño en sus funciones operativas de ambas colegas.
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