Como si se tratara de uno de sus espectaculares trucos de magia, un buen día David Copperfield, el ilusionista más mediático de la historia, pareció desaparecer de la faz de la Tierra.
El hombre que en la década de los ‘90 fue capaz de hacer desaparecer la Estatua de la Libertad, de levitar sobre el Gran Cañón de Colorado, de escapar de la inexpugnable cárcel de Alcatraz o de atravesar la Gran Muralla China se esfumó para el gran público como si fuera su último gran acto de magia.
Para ese momento, además de la admiración de cientos de millones de personas seducidas por su magistral ilusionismo, ya acumulaba once menciones en el Libro Guinness de los Récords y más de veinte premios Emmy por sus especiales de televisión. También era dueño de un archipiélago en las Bahamas y las revistas del corazón de todo el planeta habían mostrado fotos y escrito incontables artículos de su romance con la supermodelo más famosa de la época, Claudia Schiffer.
Pero esa abrupta salida del centro de la atención mediática fue apenas un cambio de escenario. A los 67 años -que cumple hoy- sigue tan activo como siempre, pero en lugar de hacerlo frente a las cámaras y en lugares emblemáticos ha elegido llevar su magia a un ámbito más acotado, el del MGM Grand Hotel and Casino de Las Vegas, en Nevada, donde realiza más de quinientas funciones por año que le permiten embolsar alrededor de 60 millones de dólares.
En Nevada también ha montado su museo personal de magia, considerado el más importante del mundo ya que cuenta con objetos, aparatos, libros y recuerdos de su propia carrera y de los magos más famosos de la historia.
Lo que sigue siendo un misterio -casi otro acto de magia de David Copperfield- es qué lo llevó, de pronto, a dejar sus presentaciones monumentales.
Un personaje de novela
David Copperfield se llama en realidad David Seth Kotkin y nació en Metuchen, Nueva Jersey, el 16 de septiembre de 1956. Eligió su nombre artístico de un personaje de novela que lo fascinó en sus primeros años, el David Copperfield de Charles Dickens.
Su carrera de ilusionista comenzó muy temprano y no demoró en mostrar habilidades tan llamativas que a los 12 años se convirtió en la persona más joven en ser admitida en la Sociedad Estadounidense de Magos.
Cuatro años más tarde ya daba cursos de magia en la Universidad de Nueva York y de allí, en un solo paso, comenzó a trabajar en televisión, donde debutó en 1977 con el especial “The Magic of David Copperfield” por la cadena ABC.
Desde ese primer programa -que logró un alto pico de audiencia- Copperfield se mostró como alguien que llegaba para innovar el mundo del ilusionismo, no solamente por tener una visión tecnológica que no conocía antecedentes, sino también por su comprensión del negocio de la magia, al que le dio una enorme impronta comercial.
Fue el inicio de una serie que llegaría a veinte especiales y que terminó con “Tornado de Fuego” grabado el 3 de abril de 2001 en el Mid-South Coliseum de Memphis, Tennessee, y que tuvo dos versiones: una de 60 minutos para el público estadounidenses y otra de 90 minutos para su comercialización internacional.
Sus giras internacionales tenían tanto éxito como los programas televisivos: hizo diez, con diferentes espectáculos, uno más asombroso que otro. La última gira fue con “Portal” y se prolongó durante 2001 y 2002.
Copperfield x Copperfield
Aunque concedió muchas entrevistas, el mago más mediático del siglo XX se negó siempre a revelar siquiera una pequeña parte de los trucos que utiliza y sus colaboradores debieron firmar contratos de confidencialidad que les impiden hablar del tema.
Muchos de sus espectáculos daban la impresión de que se ponía en riesgo al realizarlos. Cuando se lo preguntaron, respondió: “Siempre vivo situaciones peligrosas, porque cruzar las cataratas del Niágara, escapar de la cárcel de Alcatraz o estar colgado boca abajo de cuerdas ardientes es muy arriesgado. En una ocasión, en unos ensayos me quemé la pierna. Afortunadamente, los compañeros me cubrieron enseguida con una manta. En algunos espectáculos ejecuto algunos números realmente peligrosos”.
En otra ocasión, reconoció que en algunos casos utilizaba la hipnosis: “Lo hago de una manera muy sutil, muy suave. La gente nunca va a hacer lo que no quiere, no se puede forzar a nadie. También apunto a temas que tienen que ver con lo paranormal, como los espíritus, la telequinesia, los fantasmas… un poco de todo lo relacionado con estas cuestiones. No digo que tenga algún tipo de poder sobrenatural, aunque quizá sea cierto”.
También supo hacer gala de un fino sentido del humor, como cuando le preguntaron si le gustaría hacer desaparecer definitivamente de este mundo a alguien. “Si pudiera elegir, me gustaría hacer desaparecer a los jefes de televisión, a los productores y a varios políticos”, contestó.
La vida privada
Si las giras y los espectáculos televisivos maravillaban al público, en la década de los ‘90 -cuando llegó al punto más alto de su éxito- la vida privada de Copperfield parecía un misterio tan difícil de desvelar como sus trucos de ilusionismo.
Por entonces comenzó a correr el rumor de que no mostraba a su pareja porque era homosexual. Su respuesta fue un pase de magia deslumbrante: comenzó a mostrarse acompañado por la top model más famosa de la época, la alemana Claudia Schiffer, que fue su pareja entre 1994 y 1999.
Desde el principio se especuló que la relación era un montaje. La revista Paris Match llegó a publicar que habían firmado un contrato para mostrarse en público, lo que le valió que Schiffer y Copperfield la demandaran por 30 millones de dólares. El caso no llegó a juicio porque se hizo un arreglo privado cuyo contenido nunca trascendió.
Años más tarde, el ex representante de Schiffer contó que el primer encuentro entre la modelo y Copperfield le costó al ilusionista 35.000 marcos alemanes -unos 18.000 euros de hoy- y que se trató de una promoción, pero que allí se produjo un “flechazo” que los llevó a estar en pareja durante casi cinco años.
Desde 2008 está en pareja con la productora francesa Chloe Gosselin, con quien tiene tres hijos, un varón llamado Dylan y dos hijas, Audrey y Sky.
Cuando no están en Las Vegas por las obligaciones del mago en el MGM Grand Hotel and Casino de Las Vegas, la familia pasa sus días en el refugio caribeño que Copperfield compró en Las Bahamas, Musha Cay, once islas que pertenecen al archipiélago de las Exuma, por las que pagó 35 millones de euros en 2006.
Hoy se las conoce como “las islas de la bahía Copperfield” y allí el mago también instaló un complejo de lujo de más de 150 hectáreas con playas privadas, donde suelen pasar temporadas quienes pueden pagar los 50.000 dólares semanales que cuesta la estadía, como la conductora de televisión Oprah Winfrey, John Travolta o Serguéi Brin, el cofundador de Google que se casó allí en 2007.
Más que Sinatra
A los 67 años, David Copperfield sigue plenamente activo, aunque esquive las pantallas de televisión y los grandes espectáculos de ilusionismo. Desde hace más de tres lustros hace más de 500 funciones por año -es decir, muchas veces dos por día- de su acto “Lucky 13″ en el MGM Grand Hotel y Casino.
“Copperfield continúa confundiendo y deleitando al público con sus ilusiones increíbles e historias encantadoras. Experimentar un espectáculo de él es una prueba de que ‘la magia es tan vasta como la imaginación’”, se puede leer en la promoción.
En una de sus últimas declaraciones, el gran ilusionista se jacta que con este espectáculo ha superado en público a los famosos recitales que Frank Sinatra daba en Las Vegas.
“Lucky 13″ consiste en hacer desaparecer del escenario a 13 personas escogidas al azar, para que luego aparezcan en la parte posterior del teatro.
También es el primer truco de Copperfield del que se conoce el secreto. No lo reveló por propia voluntad, sino por un accidente ocurrido a uno de los participantes, un hombre llamado Gavin Cox.
Se trata de un ex chef británico que estaba disfrutando del espectáculo y fue elegido al azar para ser uno de los 13 que desaparecían del escenario. En el proceso sufrió una caída que le provocó una lesión cerebral y otras heridas de gravedad.
El accidente dio lugar a un juicio en el que los abogados de Copperfield debieron explicar pormenorizadamente el desarrollo del truco: “Los espectadores, en realidad, son conducidos por pasillos ocultos y oscuros desde el escenario hasta el lugar de aparición. Cox se cayó en uno de esos rincones”, describieron.
Al final del juicio, los medios de Las Vegas explicaron el fallo: “El jurado cree que Copperfield fue negligente, porque su equipo no advirtió a los participantes que tendrían que transitar por esos rincones oscuros, no se evaluó el estado físico y tampoco si llevaban calzado un adecuado. Eso hace que tanto el mago como el casino hayan sido calificados así, pero no son responsables del accidente y, por lo tanto, no tienen que pagar”, publicó uno de ellos.
Más allá del fallo discutible, lo cierto es que David Copperfield se salvó de pagar como por arte de magia.
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