El aniversario de los 20 años del estreno de X-Men debería ser motivo de festejo. Después de todo, la adaptación de los cómics de Marvel creados por Stan Lee puso en marcha una saga que llegaría a recaudar más de seis mil millones de dólares e impulsó al cine de superhéroes que ahora define a la producción de Hollywood.
Sin embargo, en este caso, las anécdotas graciosas y bizarras del proceso de producción -como el día que Michael Jackson se postuló para interpretar al Profesor Xavier que terminó interpretando Patrick Stewart-, y el éxito de crítica y comercial de las primeras películas quedó opacado por las revelaciones sobre Bryan Singer, el director de los filme que durante años se benefició de la política de silencio de Hollywood en relación a su comportamiento en el set y las acusaciones de abuso sexual fuera de él.
“La industria del cine es un negocio raro. Celebramos la creatividad y el talento y le perdonamos todo a los más brillantes. Inconscientemente, probablemente, los habilitamos a mirar para otro lado con respecto a sus conductas, aceptando su producción y distribuyéndola para que todo el mundo la vea”, explicó la productora Lauren Shuler Donner en un extenso reportaje publicado en The Hollywood Reporter a propósito del aniversario del filme. Ella fue quién contrató a Singer cuando se convirtió en el director más solicitado luego del éxito de su segunda película, Los sospechosos de siempre.
“Su comportamiento en el set era malo. Pero en la primera película lo toleramos, así que también lo hicimos en la segunda, en la siguiente y en la siguiente. Así se creó un monstruo”, afirmó un ejecutivo de Fox involucrado en toda la serie de películas.
Lo cierto es que el caso de Singer trasciende lo sucedido en los rodajes de las diferentes X-Men, sus ausencias en el set, sus caprichos a la hora de filmar escenas peligrosas sin las medidas de seguridad necesarias que en una ocasión terminaron con Hugh Jackman sangrando y el productor presente amenazando con renunciar, lo que derivó en una especie de motín del elenco. Todo eso y más ocurrió porque la política de Hollywood lo permitía. Así, muchos de los que se lamentan por los supuestos excesos derivados de las iniciativas #MeToo y Time’s Up harían bien en recordar que cuando Fox contrató a Singer para dirigir X-Men ya tenía una demanda por los supuestos abusos que cometió contra dos menores en el rodaje de su película El aprendiz.
Aun con ese antecedente y un arreglo extrajudicial en su haber, Fox decidió que Singer era el director ideal para llevar adelante su producción de 75 millones de dólares que contaría con varios jóvenes actores en su elenco. La historia de los mutantes que muchos interpretan como una alegoría sobre el racismo y la discriminación en general parecía encajar perfectamente con el discurso del joven realizador que en todas las entrevistas hacía mención a su adopción y como esa circunstancia lo acercaba a los temas de identidad de los personajes.
Tal vez por eso el estudio tampoco cambió de parecer cuando el director exhibía comportamientos “excéntricos” y poco profesionales como llevar a las reuniones de equipo a un grupo de jóvenes hombres que nada tenían que ver con la película. Ni puso reparos ni siquiera cuando contrató a un actor desconocido de 18 años, Alex Burton, para interpretar a Pyro, uno de los mutantes adolescentes. Una semana después de la premiere de la película, en 2000, Burton demandó a tres de los amigos y socios de Singer a los que acusó de drogarlo y abusar sexualmente de él en repetidas ocasiones. Para la secuela reemplazaron a Burton con otro actor.
Para muchos, el hecho de que Singer fuera abierto respecto a su homosexualidad de alguna manera le sirvió como escudo en Hollywood. Por temor a ser acusados de homofóbicos, muchos prefirieron ignorar la letanía de rumores y demandas que lo señalaban como un abusador de menores. Es factible que algo de eso pesara en la decisión, pero lo cierto es que cuando el mal comportamiento del director en el set amenazó con hacer perder plata al estudio ahí sí comenzaron a ponerle límites. Una de las estrategias de Shuler Donner para controlar los arranques de Singer fue enviar al set en Canadá a un joven ejecutivo llamado Kevin Feige, quien luego se convertiría en el mandamás de Marvel y en uno de los jugadores más destacados de la industria audiovisual de los últimos años.
Pero toda la desconfianza del estudio en el director y sus métodos de trabajo se evaporaron cuando la película resultó un éxito de taquilla y crítica, y al tiempo en que la secuela sumó 408 millones de dólares de recaudación global todas las dudas quedaron sepultadas. Así, Singer dirigió otras dos películas de la saga, X-Men: Días del futuro pasado (2014) y X-Men: Apocalipsis (2016). Mientras tanto, las acusaciones y demandas seguían apareciendo, se escribían artículos sobre las víctimas del director y su círculo de amigos y él pasaba de un proyecto gigante a otro más grande aún.
Nada parecía afectar la carrera de Singer ni sus posibilidades creativas hasta 2017, cuando luego de las revelaciones sobre Harvey Weinstein y otros poderosos de la industria se generó el cambio de paradigma que terminó con la carrera del director. Despedido de Bohemian Rhapsody por su falta de profesionalidad, Singer de todos modos figura como director del filme por el que ganó alrededor de 40 millones de dólares.
Claro que para muchos la caída del realizador comenzó en el rodaje de la primera X-Men. “Estaba muy nervioso y su inseguridad lo hacía actuar mal, como le sucede a mucha gente. Pero la forma en la que él se descargaba implicaba gritarle a todos en el set. O directamente irse. Tienen que entender que este tipo era brillante y por eso todos los tolerábamos y alabábamos. Y si no fuera tan jodido, sería un gran director”, dijo Shuler Donner al recordar aquella filmación.
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