El dirigente opositor ruso Alexei Navalni aterrizó en Moscú el 17 de enero de 2021, después de recuperarse en Alemania de un grave envenenamiento sufrido en agosto de 2020. Un año después, no lamenta «ni por un segundo» un retorno que le ha supuesto volver a estar entre rejas y que marcó un punto de inflexión en la persecución de su entorno.
Por ABC
Navalni fue detenido por incumplir los requisitos de la libertad condicional de la que se beneficiaba tras una condena por fraude en 2014. De vuelta, la Justicia rusa determinó que debía ingresar en prisión para cumplir la pena pendiente de tres años y medio, sin tener en cuenta un envenenamiento del que Moscú siempre ha dicho no saber nada.
Coincidiendo con el aniversario, el político opositor ha lamentado en una publicación en Instagram que no pudiese poner un pie en su país «como una persona libre», pero ha dicho no arrepentirse de sus decisiones, a pesar de que reconocido que un «tira y afloja» entre «la valentía y el miedo». El texto está acompañado de una imagen junto a su mujer, Yulia Navalniya.
Las autoridades rusas aprovecharon el encarcelamiento de Navalni para endurecer la presión sobre su entorno, catalogando de «extremistas» a sus organizaciones y, por extensión, a quienes las integran. También han abierto nuevos frentes judiciales contra el opositor.
La próxima semana acudirá de nuevo ante un tribunal en una de estas múltiples causas, como ha anunciado Navalni. «Desconozco por completo dónde terminará mi viaje o si terminará algún día», ha lamentado en el texto, recogido por el diario ‘Moscow Times’.
El ‘infierno’ de su entorno
La directora de la ONG Amnistía Internacional para Europa Oriental y Asia Central, Marie Struthers, ha denunciado que «Navalni y las personas asociadas a él y dedicadas al activismo viven un infierno» desde hace un año, víctima de «una campaña de represión y represalias sin precedentes».
Según Struthers, Rusia ha «destruido todo vestigio de los derechos a la libertad de expresión y de asociación», con decenas de personas asociadas a Navalni siendo víctimas de «cargos falsos». Incluso quienes han huido del país temen que sus familiares paguen los daños colaterales de la disidencia política.
«Las crueles acciones del Kremlin, que sigue totalmente resuelto a silenciar y desacreditar a Alexei Navalni y a sus simpatizantes, deben terminar ya», ha reclamado la responsable de Amnistía, en un llamamiento que hace extensible a la comunidad internacional para poner fin a las «brutales represalias».
Entretanto, no se han depurado responsabilidades sobre el envenenamiento sufrido por Navalni y que le llevó a enfermar gravemente cuando volaba desde Siberia a Moscú. Los expertos alemanes confirmaron que fue envenenado con un agente nervioso de tipo de Novichok, vinculado a las etapas soviéticas más oscuras.
Sin embargo, el Gobierno de Rusia ha restado credibilidad a las acusaciones que le vinculan como cerebro de esta supuesta operación encubierta y han acusado a Alemania de no responder a sus peticiones de información sobre el caso, asegurando incluso que detrás de toda la polémica hay intereses políticos ocultos contra Moscú.
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