En unos meses se cumplirán cinco años del comienzo de las sanciones contra el régimen venezolano. En diciembre de 2014 Estados Unidos aplicó sanciones contra varios altos funcionarios responsables de la brutal represión de las masivas manifestaciones registradas aquel año en Venezuela, y desde entonces la presión sobre el poder chavista ha ido aumentando.
Por Emili J. Blasco / ABC
La iniciativa sancionadora partió del Congreso estadounidense, luego se sumó Barack Obama una vez acordado el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba (Obama creía poner en peligro esa negociación si antes iba contra Caracas, dado el control que los cubanos ejercen de la situación en Venezuela) y Donald Trump ha combinado los castigos a individuos con sanciones sectoriales, principalmente los títulos de deuda y otros elementos de crédito, así como el petróleo. La Unión Europea y diversos países americanos, como Canadá y otros del Grupo de Lima, han secundado la mayor parte de esas medidas.
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Las sanciones no han logrado de momento echar a Maduro de la presidencia, porque el núcleo chavista ha logrado compensar la falta de enriquecimiento por el petróleo con un aumento de la extracción ilegal de oro y del narcotráfico. Pero a medida que se prolonga la situación y se aprietan las tuercas contra el sistema del poder chavista, las sanciones debieran lograr su efecto. ¿Lo lograrán?
«Diplomacia coercitiva»
La frecuencia con que la Administración Trump está recurriendo a la «diplomacia coercitiva» –además de los casos heredados de Corea del Norte y Rusia, están el frente abierto con Venezuela, el reabierto con Irán y la guerra de aranceles con China– ha llevado a una amplia discusión sobre la efectividad de esas políticas. Por lo que afecta a las sanciones, ¿realmente sirven de algo?
Diversos expertos del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS) fueron más bien escépticos en una mesa redonda celebrada la semana pasada en Washington. El problema no serían las sanciones en sí mismas, sino que estas habrían dejado de ser un instrumento al servicio de estrategias específicas para convertirse en una política en sí misma, algo a lo que de buen principio se echa mano sin saber muy bien cuál es el objetivo que se está buscando. Además, si bien es cierto que las sanciones al menos restringen los recursos con los que pueden contar algunos mandatarios autoritarios, Moscú y Teherán han encontrado modos de convivir con algo que se ha convertido en permanente, al tiempo que se han visto empujados a estrechar sus alianzas con China, lo que no beneficia a Washington.
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Las críticas, en realidad, eran sobre las sanciones contra Rusia y las nuevas establecidas contra Irán. En el caso de Venezuela, Moisés Rendón, responsable del área de América Latina del CSIS, se mostró más optimista, porque ciertamente a Nicolás Maduro se le ve cada vez más acorralado.
El arte de las sanciones
Para valorar el paquete sancionador contra el régimen chavista podemos acudir al libro «The Art of Sanctions» (El arte de las sanciones), publicado este año por Richard Nephew, quien ha sido vicecoordinador de sanciones en el Departamento de Estado de EE.UU. Nephew analiza sobre todo por qué no tuvieron el efecto buscado las sanciones contra Sadam Husein en Irak y en cambio las sanciones contra Irán sí llevaron a una negociación (el acuerdo nuclear de 2015 ahora roto por Trump).
Según Nephew, las sanciones tienen que ser graduales y su objetivo debe estar claro desde el principio para todas las partes. En Irak, las mayores sanciones se aplicaron al comienzo del proceso, lo que no dio margen para ir aumentando progresivamente la presión, y si bien se dijo que su propósito era la supresión de las supuestas armas de destrucción masiva de Irak, junto a eso en realidad se buscaba la caída del líder iraquí. En Venezuela esos dos errores no se han cometido: en estos cinco años el aumento de la presión ha sido gradual y Washington ha fijado claramente la salida de Maduro del poder como condición necesaria.
Pero un elemento fundamental para quien diseña y aplica las sanciones es determinar el «umbral de dolor» que el rival está dispuesto a soportar. Sadam Husein fue más lejos de lo que se pensaba porque la situación de su pueblo le dada igual y porque razones de credibilidad y prestigio muy interiorizadas le impedían admitir que no tenía armas de destrucción masiva. Por su parte, el régimen de los ayatolás, aunque también dispuesto a muchas privaciones, aceptó negociar porque le importaba la economía y prosperidad del país y porque, dado que la República Islámica iba a mantenerse, podía posponer algunas de sus pretensiones (como la posibilidad de desarrollar armas nucleares en un futuro).
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¿Dónde está el «umbral de dolor» del régimen venezolano? Probablemente a mitad de camino entre un caso y otro. Maduro no es el absoluto dictador que era Sadam Husein, pues dentro del chavismo hay otros focos de poder que hay que tener en cuenta. Si bien Diosdado Cabello y Tareck el Aissami saben que no tienen más alternativa que la de seguir mandando, otros dirigentes pueden finalmente preferir entregar la cabeza de Maduro para salvar la propia y para intentar mantener –es interés de los más ideologizados– un suelo electoral chavista en las siguientes elecciones.
Desde luego que los dirigentes de un grupo criminal tienen muy lejos ese «umbral de dolor» y además el castrismo ha demostrado que se puede resistir a un embargo durante décadas, pero lo cierto es que las sanciones están haciendo mella en la cúpula chavista, empujándole a aceptar unas nuevas elecciones presidenciales. La presión de las sanciones es necesaria además para asegurar que esas elecciones tengan todas las garantías de limpieza.
Con información de ABC