«¿Recuerdan el show de los horrores de Bush contra Gore en el año 2000? La batalla legal se concentró entonces en Florida y duró 35 días (…) La secuela lleva tiempo escribiéndose y puede ser aún peor. La disputa podría extenderse esta vez a un picnic de estados».
La advertencia la lanzaba estos días David Kaplan, autor de El presidente accidental: cómo 413 abogados, nueve jueces del Supremo y 5.962.110 votantes de Florida pusieron a George W. Bush en la Casa Blanca. Solo dos jueces siguen con la toga al cabo de dos turbulentas décadas (Clarence Thomasy Stephen Breyer), pero conviene «no subestimar la capacidad del Supremo para causar autolesiones al país», concluía Kaplan, que vio venir el peor escenario posible.
Quien suscribe fue testigo de la pesadilla del año 2000 y aún la recuerda como si fuera anteayer. Las televisiones dieron primero por vencedor a Al Gore en Florida, para luego retractarse y otorgar la victoria a George W. Bush. El candidato demócrata mordió el anzuelo y llegó a llamar incluso por teléfono a su rival republicano a Austin (Texas) para reconocer su derrota.
Poco después, espoleado por sus abogados y por sus seguidores en Tennessee, el propio Gore volvió a llamar a Bush, esta vez para retractarse, algo totalmente insólito en las recientes elecciones presidenciales. Las televisiones volvieron al «too close to call» (demasiado ajustado para adjudicar) y las espadas quedaron en el aire más allá de la larga noche del 7 de noviembre.
El primer resultado oficial dio como vencedor a Bush por un total 1.784 votos, dentro del 0,5% de margen que fija la ley para poder forzar un recuento. A ese clavo ardiendo se agarró Al Gore, en medio de la polémica causada por las famosas papeletas «mariposa», que confundieron aparentemente a muchos votantes a la hora de perforar la casilla de su candidato.
La disputa estuvo precedida de la encarnizada batalla política creada por el caso Elián González, el niño cubano que perdió a su madre en 1999 en una travesía desde Cuba. La historia tuvo un gran impacto en la comunidad cubamericana, que se movilizó ante las urnas y dio un impulso inusitado a Bush en la recta final.
Florida se convirtió en cualquier caso en el centro de la atención mundial, con altercados entre seguidores e incluso irrupciones en colegios electorales para intentar detener el recuento. El ojo del huracán se fue moviendo de Miami a Palm Beach, hasta llegar al final al lugar más insospechado de todos: Tallahassee, la capital provinciana del norte (180.000 habitantes) donde está ubicado el Tribunal Supremo de l alargado estado del sol.
NUEVO RECUENTO
Por cuatro votos a tres, el máximo tribunal local no dio por buena la victoria de Bush (certificada por la secretaria de Estado Katherie Harris en su salto a la fama) y ordenó un nuevo recuento a finales de noviembre. El equipo republicano recurrió esa decisión ante el Tribunal Supremo de Washington por considerar que el nuevo recuento impedía cumplir los plazos para adjudicar los 25 votos electorales de Florida el 13 de diciembre.
Ahí entró en juego otro notable protagonista, el juez ultraconservador Antonin Scalia, que logró a convencer a la mayoría de los magistrados que los recuentos manuales efectuados en Florida eran «ilegales» y que el uso de diferentes estándares para escrutar los votos según los condados violaba la cláusula de «protección de la igualdad» de la Constitución norteamericana.
El 12 de diciembre del 2000, más de un mes después de las elecciones, el Supremo dio por resuelta la partida poniendo fin al recuento, dando por válida la certificación oficial y otorgando automáticamente a Bush los disputados 25 votos electorales de Florida. El candidato republicano llegó así a los 271 votos electorales en todo el país, uno más de los necesarios para proclamarse presidente, aunque Al Gore llegó a ganar el voto popular por más de medio millón de papeletas en todo el país.
Hubo quienes criticaron a Gore por no plantar batalla con energía y por moderse la lengua ante los subterfugios legales de George W. Bush. Otros ensalzaron su comedimiento y su comportamiento ejemplar durante el agónico proceso. El 13 de diciembre del 2000, ante un país profundamente dividido y ante un inquietante nuevo milenio, Al Gore aceptó la derrota «en aras de la unidad y del fortalecimiento de nuestra democracia».
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